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The Guardian en español

En primera persona

2020 ha sido un año terrible en sufrimiento humano, pero increíble en cuanto al potencial de la ciencia

Un sanitario sujeta la mano de una paciente de coronavirus

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Puede que piensen que los inmunólogos somos biólogos, pero también estamos en el negocio de la defensa. Este aspecto de nuestro trabajo cobra especial relevancia cuando emerge una nueva y devastadora enfermedad. Según nuestras estimaciones, el nuevo coronavirus Sars-CoV-2 llegó por primera vez a los humanos el pasado mes de diciembre. Como resultado, más de un millón y medio de personas han muerto en el último año. Sin lugar a dudas, el hecho de tener que lidiar con la COVID-19 ha tenido un impacto sobre esta especialidad, mi especialidad, y parece ser un buen momento para hacer balance.

En este momento estoy sentada frente a mi árbol de Navidad, con el gato a mi lado, y no puedo dejar de pensar que emocionarse con la trama del informe sobre la vacuna contra la COVID-19 de Pfizer-BioNTech (página 58 si están interesados) es probablemente un fenómeno restringido a los inmunólogos virales, aunque si este año nos ha enseñado algo, es que no debemos dejarnos llevar por las suposiciones. Y es que he visto cómo personas que no son científicas compartían el documento en redes sociales como símbolo de esperanza.

Llegar hasta este gráfico ha supuesto un gran esfuerzo. En marzo nos pidieron que nos fuéramos a casa, que cerráramos nuestros laboratorios y que pensáramos en tareas que pudieran hacer nuestros alumnos y los miembros de nuestro equipo. No estaba claro que todos pudieran seguir cobrando en estas circunstancias y se pudieran acoger al programa de desempleo temporal.

Los estudiantes de investigación tuvieron que ser autodidactas y formarse solos en lenguaje de programación y de escritura científica. Los estudiantes de máster cambiaron a proyectos “de oficina”, renunciando a la codiciada experiencia de laboratorio que muy a menudo es la razón principal por la que se matriculan en un costoso máster de investigación. 

Los postdoctorados con contrato se sumergieron en una nueva era de incertidumbre. Las universidades se vieron obligadas a congelar contrataciones y los organismos de financiación aplazaron o cancelaron los planes de ayudas. Los académicos con experiencia clínica volvieron a las tareas de primera línea, su investigación se estancó, pero afortunadamente sus salarios quedaron garantizados.

No obstante, el riesgo de contraer una nueva enfermedad peligrosa aumentó y había escasez de equipos de protección individual (EPI). Los no clínicos estaban profundamente preocupados por la forma en que el reclutamiento de estudiantes afectaría a los ingresos de las universidades y, por tanto, a su seguridad laboral. Se avecinaban tiempos difíciles.

Coincidiendo con este clima de inseguridad, también se podía palpar el entusiasmo intelectual en el campo de la inmunología viral: un nuevo virus, una entidad desconocida. ¡Teníamos tantas preguntas! Devorábamos preprints, una versión de documento científico que precede a la revisión por pares, que es el trámite que confirmará o no su publicación formal en una revista científica.

Lleva meses someter un documento científico a una revisión por pares, pero los preprints permiten compartir los datos de inmediato para que todos los lean y estos pueden ayudar a dar forma a los próximos pasos en la prevención y el tratamiento de enfermedades. Los inmunólogos trabajaron con los periodistas para evaluar e interpretar los nuevos hallazgos a diario y esto ha aumentado la confianza del público en la ciencia.

Mis héroes de la inmunología viral aparecieron en los medios de comunicación y en los periódicos con el objetivo de luchar contra la desinformación e izando la bandera de la medicina basada en pruebas. En 1663 se formó la Royal Society de Londres para la Mejora de los Conocimientos Científicos bajo el lema nullius in verba, que se puede resumir en “no creer en la palabra de nadie”.

Por aquel entonces los miembros se reunían en las instalaciones de la sociedad para promover y defender sus investigaciones bajo el duro cuestionamiento de sus pares. En 2020, sin embargo, tuvieron que lidiar con las medidas de distanciamiento social y el confinamiento.

Una de las mejores partes de mi trabajo es viajar para reunirme con otros científicos, aprender sobre sus descubrimientos y forjar relaciones que nos lleven por nuevos y fructíferos caminos. Los científicos no conocen fronteras y el hecho de estar atrapados en casa durante la pandemia ha obstaculizado el nacimiento de nuevas colaboraciones.

Por otra parte, hemos aprendido a celebrar reuniones virtuales de la misma manera que los patos aprenden a nadar. Los inmunólogos están ahora preparados para asistir a un seminario presentado por un compañero situado al otro lado del planeta, mientras dan de comer a sus hijos y ponen la ropa en la secadora.

Las responsabilidades relacionadas con el cuidado de familiares mientras se trabaja desde casa han dado lugar a memes muy divertidos, pero también han causado una enorme cantidad de estrés y se calcula que las mujeres se han visto y se verán afectadas de forma desproporcionada.

Es probable que en los años posteriores a la pandemia la disminución de la productividad resultante repercuta en la promoción profesional de las mujeres y los científicos y las fuentes de financiación están estudiando cómo abordar este problema.

Las secuelas económicas de la pandemia frenarán las investigaciones en algunas áreas de la inmunología durante los próximos años, ya que muchos descubrimientos científicos dependen de la financiación de organizaciones sin ánimo de lucro que ahora se encuentran en una situación desesperada.

Por otro lado, los Gobiernos han desviado recursos a proyectos de coronavirus para hacer frente a los nuevos retos de la atención sanitaria. Los académicos han colaborado con la industria para acelerar el desarrollo de vacunas y el descubrimiento de medicamentos y los costosos ensayos clínicos no han tenido problemas para obtener apoyo. Como resultado, ha sido posible lanzar la primera vacuna contra la COVID-19 cuando todavía no se ha cumplido el año del descubrimiento de este nuevo virus y hay muchas otras vacunas en camino.

La pandemia ha servido para que se confirme la noción de que invertir en investigación científica es clave para la salud y la prosperidad económica de la humanidad. Si invertimos en proyectos científicos y colaboramos, podemos enfrentarnos a los desafíos mundiales con un éxito rotundo. Por ejemplo, ahora estamos sentando las bases de la infraestructura necesaria para distribuir vacunas a nivel mundial y podremos utilizarla para atacar enfermedades distintas del coronavirus con una vacunación preventiva y terapéutica. Esto incluirá las enfermedades autoinmunes y también el cáncer.

No es necesario que les diga que ha sido un año terrible en términos de sufrimiento humano. Pero me consuela el hecho de que también ha sido un año que ha mostrado el potencial no solo de la inmunología, sino de la ciencia en su conjunto.

Zania Stamataki es profesora titular de inmunología viral en el Instituto de Inmunología e Inmunoterapia de la Universidad de Birmingham.

Traducido por Emma Reverter.

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