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The Guardian en español

El acuerdo de Theresa May con Bruselas solo lleva a un sitio: la fractura de Reino Unido

La primera ministra británica, Theresa May

Polly Toynbee

Los rumores apuntaban a que los enemigos de May partidarios de un Brexit más duro querían su cabeza, pero la primera ministra optó por tirar millas. Tras una sesión agotadora de cinco horas con los miembros de su gabinete, una asediada Theresa May decidió defender un principio de acuerdo que no cuenta con ningún apoyo. De hecho, la obstinación y la insistencia son dos de los rasgos que mejor definen su carácter.

Y ahora es cuando los miembros del Parlamento sentirán el peso de las presiones, los chantajes y las manipulaciones en torno al mantra “debes hacerlo por el bien del país”. Entre la espada y la pared, cada uno de ellos tendrá que posicionarse. Algunos lo harán en base a sus principios; otros, no. Los conservadores deberán decidir entre un futuro con Theresa May y su principio de acuerdo o apoyar a los partidarios de un Brexit más duro y, también, a sus votantes. Y cualquier miembro del Partido Laborista que se plantee desertar tendrá que plantearse si su partido le perdonará haber votado a favor de mantener a este Gobierno en el poder.

En este contexto, el Brexit se sigue presentando con argumentos falsos. En la declaración que hizo el miércoles por la tarde, May afirmó que su principio de acuerdo dará a Reino Unido “un mayor control sobre su capital, sus leyes y sus fronteras”, y protegerá los negocios y los puestos de trabajo. Nada de esto es verdad. En el acuerdo de salida de la Unión Europea no hay nada que pueda confirmar estas afirmaciones.

Lo cierto es que integramos una unión aduanera de la que no podemos salir sin la autorización de la Unión Europea y nuestra frontera sigue abierta para los ciudadanos de la UE. Estamos pagando 39.000 millones de libras esterlinas, nadie garantiza que los negocios reciban más inversiones en el futuro y en lo relativo al empleo, solo podemos cruzar los dedos y confiar.

May nos quiere hacer cree que, de la declaración política que acompaña el principio de acuerdo, en algún momento aflorará un acuerdo comercial beneficioso. ¿Esto ocurrirá en dos años? ¿Quizá diez? ¿Algún día? ¿Nunca? Nadie lo sabe.

De hecho, los dilemas endiablados que hemos tenido sobre la mesa desde el principio, siguen allí. Todo lo que era imposible el día del referéndum del Brexit lo sigue siendo. Solo que ahora estos imposibles están solemnemente redactados en un papel. No podemos tener un intercambio comercial sin tensión con la Unión Europea, sin una unión aduanera, pero esto nos impide explorar acuerdos ventajosos a lo largo del mundo; con Mauritania o con quien Liam Fox hubiera elegido.

La posición de Irlanda sigue siendo la misma: una frontera abierta, en virtud del Acuerdo de Viernes Santo [o acuerdo de Belfast]. Esto significa que Reino Unido nunca se podrá alejar de la UE. Escocia se está sublevando, y con razón. David Mundell, con sus 13 votos conservadores clave, no tolerará que la UE siga teniendo derecho a pescar en nuestras aguas y la primera ministra, Nicola Sturgeon, protesta por el hecho de que a ellos se les niegue la misma ventaja competitiva que tiene Irlanda del Norte y que le permite permanecer en el mercado único. Un estatuto especial al que el Partido Unionista Democrático de Irlanda del Norte (Democratic Unionist Party, DUP) también se opone. Estamos más cerca que antes de una fractura de la unión.

Llama la atención que el principio de acuerdo ha conseguido unir a enemigos acérrimos de los dos bandos, tanto partidarios de la permanencia como de la salida de la UE. El European Research Group, los laboristas, el Partido Nacional Escocés, el Partido Unionista Democrático de Irlanda del Norte y los hermanos Johnson cantan al unísono: devuélvenos el control. Ha estado bien escuchar cómo Jeremy Corbyn se oponía frontalmente al acuerdo en la sesión de la Cámara de los Comunes de este miércoles. Eso nos recuerda que los laboristas pueden tener una voz poderosa cuando deciden luchar en la batalla del Brexit. ¿A qué oposición no le gustaría tener esta oportunidad de derrocar al Gobierno?

Este ha sido el mejor discurso sobre el Brexit de Corbyn hasta la fecha, en el que se burló de que Dominic Raab haya descubierto ahora que Dover es importante para 10.000 camiones de mercancías diarios. Se hizo eco de las palabras de Jo Johnson [que al dimitir indicó que el acuerdo del Brexit es caótico] y comparó este caos con la crisis de Suez. También criticó el hecho de que May haya partido de la premisa falsa de que era mejor “un mal acuerdo que no alcanzar un acuerdo”. Son los primeros indicios de que la votación parlamentaria girará en torno a la noción de que “el Reino Unido está perdiendo el control”.

La batalla del “ya te lo dije”

Esto no es ni el principio del fin ni el fin del principio. Para aquellos que quieran salir de la pesadilla de esta obsesión en torno al Brexit, tenemos una mala noticia: esto será la historia interminable. Si el Parlamento aprueba este acuerdo y salimos de la UE el 29 de marzo, empezarán las negociaciones en torno a las relaciones comerciales con la UE, con los mismos argumentos de siempre sobre la mesa. Este periodo flexible de transición se irá extendiendo sin fin mientras que los partidarios del Brexit más lunáticos [los Brexilunáticos] seguirán afirmando que una ruptura drástica sería la solución mágica a todos los problemas. Si la economía se tambalea, los partidarios del Brexit dirán que es culpa de que seguimos dependiendo de Bruselas, mientras que los que votaron por la permanencia dirán que es culpa del Brexit. Es la batalla del “ya te lo dije”: la fractura incurable de una generación.

Por otro lado, si May no consigue la mayoría suficiente, ¿podría acabar con su gobierno y llevarnos a unas elecciones? Salvo que la fractura actual en el Partido Conservador termine por enloquecerlos (y es una posibilidad), los miembros del Parlamento terminarán por cerrar filas en torno a la primera ministra: mejor el futuro incierto de una líder desafortunada que la posibilidad de elecciones.

Las distintas partes plantearán todas las opciones –un acuerdo al estilo del existente con Canadá, con Noruega, con Suiza o incluso no llegar a un acuerdo–, pero ninguna de ellas tiene un apoyo mayoritario.

Y si bien es cierto que los ciudadanos pueden tener una paciencia admirable, todos recordamos las promesas en torno al Brexit que se hicieron no hace mucho. ¿Qué pasó con el “recuperar el control”? Sí, David Davis prometió un Brexit “con los mismos beneficios” y sin “inconvenientes”. Liam Fox prometió un acuerdo de libre comercio que iba a ser “uno de los más fáciles de la historia” y John Redwood y Michael Gove indicaron que “el Reino Unido tiene las mejores cartas de la baraja” para negociar. Ahora, la cruda realidad: el principio de acuerdo que tenemos sobre la mesa termina con todas esas fantasías.

Y, entonces, ¿qué nos depara el futuro? En un contexto en el que ninguna opción tiene posibilidad de éxito, los sondeos muestran que los ciudadanos creen que alguien debería preguntarles qué opinan. Ken Clarke, con su conocido sarcasmo, dio una de las mejores frases del día: “Le deseo lo mejor a la primera ministra y que obtenga la mayoría necesaria para impulsar una línea de acción que sea de interés nacional”.

Traducido por Emma Reverter

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