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The Guardian en español

INVESTIGACIÓN

Así es la vida dentro de las “aldeas globales” secretas de los yihadistas en Afganistán

Dos mujeres contemplan Kabul en agosto de 2020.

Emma Graham-Harrison

Kabul/Vera Mironova —

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En 2017, un grupo de combatientes árabes de alto rango viajó de Siria a Afganistán para promocionar los vínculos entre las células del Estado Islámico en las dos zonas.

Llegaron a una aldea internacional, en la que había familias yihadistas, entre ellas un matrimonio alemán y familias francesas, rusas, chinas uigures y centroasiáticas, según el testimonio de una uzbeka que formó parte del grupo.

Durante casi ocho años fue la esposa de un combatiente en el este de la provincia de Nangarhar, en el marco de un entramado de grupos yihadistas internacionales que han arraigado en el este y el norte de Afganistán, cambiando de nombres y lealtades, pero que en la actualidad son conocidos como Estado Islámico en la Provincia de Jorasán (ISIS-K), en referencia al nombre histórico de una región transfronteriza.

Es el grupo que orquestó el atentado en el aeropuerto de Kabul, mientras Occidente se disponía a dar por terminada una misión de evacuación masiva en el país. Al menos 185 personas murieron en el atentado. Las 13 muertes de soldados estadounidenses lo convirtieron en uno de los ataques más mortíferos para el ejército de Estados Unidos en las dos décadas de guerra en Afganistán.

En declaraciones desde Uzbekistán tras ser repatriada por su gobierno en el marco de un programa antiextremista en el verano de 2019, la mujer pidió que no se la nombrara porque no había obtenido autorización para una entrevista con los medios de comunicación. Pero ella y otras personas entrevistadas por Observer, incluida una reclutadora en activo que busca novias extranjeras para los combatientes a través de Internet, ofrecieron información inédita sobre un grupo secreto, con miles de miembros, que ha logrado atraer un flujo constante de reclutas internacionales.

También ha mantenido vínculos con grupos terroristas en el extranjero, con combatientes curtidos que viajan en ambas direcciones, evidenciando las peligrosas maneras en que los grupos terroristas internacionales pueden inspirar y ayudar a entrenar y dar forma a otros movimientos a cientos o incluso miles de kilómetros de distancia.

Niños criados entre yihadistas

Algunos de los veteranos afganos tienen décadas de experiencia en la lucha en grupos yihadistas internacionales. Llevan tanto tiempo allí que un joven que había llegado de niño y había sido repatriado con sus padres a Tayikistán tenía 19 años. Había nacido y crecido entre yihadistas.

Según combatientes del Estado Islámico y fuentes de los servicios de inteligencia de Asia Central, en los primeros años del auge del Estado Islámico en Siria e Irak, los combatientes tayikos y uzbekos con experiencia en Afganistán desempeñaron un papel crucial en el entrenamiento.

“Muchos de los yihadistas a cargo de los coches suicidas tenían experiencia en Afganistán”, explicó un miembro de un país centroasiático que se encuentra en la clandestinidad. En un vídeo propagandístico de media hora publicado en 2015 aparecía un uzbeko presumiendo de sus años en Afganistán antes de viajar a Siria a través de Irán.

El ataque al aeropuerto de Kabul fue un recordatorio brutal de la capacidad técnica del grupo, y de sus despiadados ataques a civiles. Y con los talibanes controlando ahora Afganistán, representan la mayor amenaza terrorista potencial desde dentro de las fronteras del país. Las entrevistas con antiguas esposas del ISIS-K evidencian los objetivos internacionales del grupo, y la red internacional que lo vincula con otros grupos yihadistas para obtener inspiración, reclutas y asistencia técnica.

¿Más débiles?

Años de brutales combates con los talibanes, a veces con apoyo aéreo de las fuerzas estadounidenses que suelen actuar con la premisa de que el enemigo de mi enemigo puede ser al menos un socio, han reducido el grupo a menos de 2.000 personas, según fuentes de alto nivel en Pakistán que vigilan las redes transfronterizas. En los mensajes vistos por el Observer, la reclutadora, que trataba de convencer a una mujer occidental para que se case con un combatiente, admitió que el grupo había perdido la mayoría de sus bastiones hace varios meses.

“La situación es que ahora no tenemos una zona en la que se establezca la sharía aquí en Jorasán, así que ahora estamos viviendo en darul kufr (la tierra de los infieles), escondiéndonos de los kuffar”, escribe, utilizando un término despectivo para referirse a los no musulmanes, aunque en realidad se trata de musulmanes afganos que profesan un credo menos extremo.

Pese a la reducción de su tamaño, el reclutamiento continúa, y otras potencias de la región no están tan seguras como Pakistán de hasta qué punto ha disminuido el número de miembros del Estado Islámico. Los gobiernos occidentales ven con preocupación la posibilidad de que Afganistán se convierta en caldo de cultivo de una nueva amenaza terrorista internacional, y el Estado Islámico es el principal temor.

En julio, Tayikistán repatrió a unos 200 combatientes del EI y a 80 mujeres del EI, que estaban retenidos en prisiones afganas tras rendirse a las fuerzas gubernamentales. El país calcula que más de 1.300 hombres tayikos están luchando con grupos no talibanes en el norte de Afganistán.

Si los talibanes se centran en gobernar Afganistán y bajan la guardia en otros frentes, el grupo podría encontrar un espacio para reagruparse, sobre todo si con atentados de gran escala consigue tener un perfil internacional y ello les permite promover el reclutamiento. El Estado Islámico ya ha emitido una declaración de intenciones, amenazando a los talibanes pero también a objetivos internacionales.

Tiene un largo historial de buscar más allá de las fronteras de Afganistán, no solo para reclutar, sino para llevar a cabo atentados. En 2016, el grupo instaló una emisora de radio en la frontera con Tayikistán para hacer propaganda. Un ataque aéreo de las fuerzas rusas acabó con ella. El año pasado, los yihadistas sopesaron la posibilidad de bombardear un árbol de Navidad en la capital de Tayikistán, Dushanbe.

Según Rustan Azizi, subdirector del centro de estudios islámicos de Tayikistán, a los servicios de inteligencia tayikos les preocupa que el EI pueda llegar a un acuerdo con los talibanes que les permita tener vía libre en la frontera norte y acceder a Tayikistán. En este sentido, una fuente de los servicios de inteligencia de Tayikistán, indica que ya han observado un aumento de las células durmientes dentro de Tayikistán, con mensajes que incluyen “prepárate, estamos llegando”.

Reverencia a las europeas

Las mujeres que escaparon del EI la han descrito como una red secreta y con poco dinero que, sin embargo, ha conseguido atraer un flujo constante de reclutas extranjeros y está preparada para un largo y difícil periodo de reagrupación mientras busca una forma de coexistir con el nuevo Gobierno talibán. La constelación de células internacionales se extiende por todo el país, incluso lejos de la frontera oriental, que se considera el bastión del grupo.

Otra mujer repatriada a Uzbekistán en 2019 cuenta que vivió en la provincia septentrional de Jawzjan, en una comunidad con combatientes y mujeres de Francia, Arabia Saudí, Indonesia y uigures de China, antes de pasar seis meses en una prisión talibán.

Una de las reclutadas francesas era lo suficientemente conocida como para activar una misión de rescate. Pero sus hijos no formaban parte del plan, así que mientras la sacaban gritaba “son mis hijos”. Los soldados del ejército afgano la ignoraron y los dejaron atrás.

Las europeas eran tratadas con reverencia como nuevas integrantes, en una jerarquía con diferentes niveles de vida para los distintos grupos. “Mucha gente se preguntaba por qué, si hacemos lo mismo, tenemos sueldos diferentes. Las personas con más autoridad siempre les mandan callar”, dice la francesa.

Y las conexiones con los miembros del Estado Islámico sirio han perdurado. En la última Fiesta del Fin del Ayuno, el final del Ramadán, las mujeres del Estado Islámico retenidas en el extenso campamento sirio de Al-Hol se jactaron en las redes sociales de las ovejas que les habían comprado las “mujeres de Jorasán”.

Durante el tiempo que estuvieron en el campamento, un hombre afgano les daba un sueldo básico, de apenas 40 dólares al mes y 20 dólares más por cada hijo, aunque no tenían dónde gastarlos, ya que no había tiendas en la pequeña aldea en la que vivían. Los extranjeros habían desplazado en gran medida a la población local, y para las mujeres no era una existencia cómoda.

Algunas de las mujeres reclutadas de habla rusa eran intelectuales, como doctoras y una cantante, que luchaban contra la dura realidad de la vida en el pueblo y de ser pobres y no tener acceso a servicios de higiene. El único pasatiempo era ir a las casas de las demás y cocinar.

Fue fácil entrar en el campamento porque muchas afganas de las zonas rurales no tienen documentos, y hay una ruta de contrabando a través de Irán. “Vas allí y dices que eres afgana, registran tu nombre y sigues tu viaje”, explica la francesa.

Salir es mucho más complicado. En un momento dado, ella y su marido sopesaron la posibilidad de escapar, pero alguien escuchó sus planes y les advirtió que el castigo que recibirían sería duro. “Dispararon a dos mujeres tayikas porque hablaban de huir. Las mataron públicamente en medio de la aldea”, dijo. “Les dispararon en el río y las empujaron al agua. Todas las mujeres tuvimos que verlo”.

Traducción de Emma Reverter.

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