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Diego Herrera

Lugansk / Donetsk —

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La tensión entre Ucrania y Rusia ha aumentado en los últimos días ante la movilización de tropas en la línea del frente. La región del Donbas, al este de Ucrania, es escenario desde principios de 2014 de una guerra entre Ucrania y las autoproclamadas Repúblicas de Donetsk y Lugansk, apoyadas por Rusia. El conflicto ha dejado ya aproximadamente 14.000 fallecidos.

En julio de 2020 se firmó el último alto el fuego de lo que se ha convertido en una guerra de trincheras, pero las infracciones del acuerdo se han duplicado. En la última semana se ha producido una media de 400 violaciones diarias del alto el fuego, el doble que la media en el último mes, según datos de la misión de la OSCE.

Una joven de 23 años recoge leña de una zona boscosa en Verknotoretske (Donetsk). “Hay minas, pero voy con cuidado”, dice. Cada mañana se acerca a ese pequeño bosque, jugándose la vida, para recoger leña ante la falta de dinero para carbón. En 2020, 17 civiles murieron por la explosión de minas.

Desde comienzos de 2021 han muerto 27 soldados ucranianos. La guerra se ha enquistado, pero periódicamente se producen picos de violencia como este. En total, 3.375 civiles han muerto desde 2014 y más de 7.000 han resultado heridos, según datos de la ONU.

Dmitri Peskov, secretario de prensa del Kremlin, afirma que están moviendo sus tropas en territorio ruso en la dirección que lo consideran necesario para garantizar la seguridad de su país. Por su parte, desde Ucrania el presidente Zelensky considera estos movimientos una provocación y ha solicitado a la OTAN una hoja de ruta para convertirse en un miembro más de la alianza militar.

Mientras tanto, la población civil intenta continuar con su vida en los pueblos de la línea del frente, sin embargo, muchos han tenido que huir. Según datos de ACNUR el número de desplazados internos en Ucrania es de 1,4 millones de personas, siendo el oblast de Donetsk, con 512.237, y el de Lugansk, con 282.493, los que más desplazados registran.

Opitne, un pueblo cercano al aeropuerto de Donetsk donde se produjeron fuertes enfrentamientos entre 2014 y 2015, es una de las zonas más golpeadas. Antes había unos 700 habitantes, pero hoy no llegan a medio centenar.

“Estuve viviendo en el sótano durante dos años y salía a cocinar cuando los bombardeos no eran intensos. En una ocasión un proyectil cayó cerca de aquí mientras cocinaba y tuve que ir corriendo al sótano”, dice María, la única de su familia que se ha quedado en el pueblo. Su marido murió de un infarto y sus hijos y nietos huyeron. Cuenta indignada que se han llevado todo lo que había en la casa de su hijo y que ahora vive algo más tranquila porque solo oye disparos a veces cuando cae la noche. María vive en su piso, pero no tiene agua, electricidad ni gas.

La escasez de agua es algo común en la región y la ONG checa People in Need se encarga, entre otras cosas, de intentar cubrir esta necesidad. Con la ayuda de un camión transportan agua a diferentes poblaciones cercanas al frente. Cuando llega el camión, salen a la puerta de sus casas los residentes con carretillas y garrafas listos para cubrir el suministro. La ONG también ha desarrollado proyectos de reconstrucción de viviendas golpeadas por los proyectiles y apoya psicológicamente a las víctimas.

La línea que separa ambos lados del conflicto también ha dividido a las familias, algunas de las cuales no se han visto en 7 años. Es el caso de Valentina, una mujer de 75 años que vive en Travneve, a aproximadamente 50 kilómetros del centro de Donetsk. Cuando comenzó la guerra, un proyectil cayó en su casa y su hija huyó con su nieta en plena noche a la autoproclamada República de Donetsk. Desde entonces ella está sola y no ha vuelto a ver a su familia.

Petia que vive con su mujer desde el comienzo del conflicto en su casa de Avdivka (Donetsk), situada a 500m de las trincheras del ejército ucraniano y de un campo minado. Sus hijos huyeron de Avdivka al comienzo del conflicto, pero él y su mujer Xenia decidieron quedarse.

Ancianos en búsqueda de una pensión insuficiente

La población de la tercera edad es la que más sufre las consecuencias de la guerra, denuncia Natasha. Esta mujer escapó durante un año de conflicto y, al volver, tuvo que afrontar el pago de las facturas de electricidad porque habían ocupado su casa.

Los jubilados tienen pensiones bajas que rondan las 1.300-2.000 grivnas (39-60 euros), que no son suficientes ni para pagar el carbón para calentar su casa, cuenta Ana, una anciana que vive sola en Pervomaisk.

Los pueblos más pequeños y próximos a la línea del frente carecen de transporte público y el viaje para cobrar la pensión o hacer la compra lo realizan en un taxi que les cobra alrededor de 500 grivnas, una gran parte de su pensión, denuncia Kola. Ese problema se multiplica por dos si la persona en cuestión vive en una de las dos autoproclamadas repúblicas, ya que tienen que cruzar la frontera al lado ucraniano para poder recibir la pensión.

En la actualidad, solo hay dos puntos fronterizos abiertos entre el territorio ucraniano y las autoproclamadas repúblicas de Lugansk y Donetsk, el de Novotroitske (Oblast de Donetsk) y el de Stanitsia Luganska (Oblast de Lugansk). En el punto fronterizo de Stanitsia, cada mañana cruzan cientos de residentes de las autoproclamadas repúblicas que van a por su pensión o a visitar a familiares, pese a las restricciones que existen debido a la pandemia.

“Antes las colas eran mucho más grandes, pero ahora, debido a la pandemia, el movimiento se ha reducido”, dice uno de los ciudadanos mientras espera en la cola. Según datos del Servicio Estatal de Guardia de Fronteras de Ucrania, en Stanitsia ha habido 371.000 cruces desde abril de 2020 hasta febrero de 2021. 3,1 millones de cruces menos que en el mismo periodo entre 2019 y 2020.

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