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Visita guiada por la brutal represión de la dictadura argentina: el museo de la ESMA quiere ser Patrimonio de la Humanidad

Las fotos de los detenidos-desaparecidos están fuera del edificio: fue el pedido de una madre que no quería que su hija volviera al lugar en el que la torturaban.

Julieta Roffo

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Los días en los que el calor agobia Buenos Aires, la temperatura en esa habitación puede superar los 50 grados y apagar los proyectores por sobrecalentamiento. Es el tercer piso del Museo Sitio de Memoria ESMA, en el edificio que alguna vez fue Casino de Oficiales de la Armada y que, entre 1976 y 1983, fue uno de los centros clandestinos de detención, tortura y exterminio más emblemáticos de la última dictadura. Es, más específicamente, Capucha, el sector de este edificio en el que los detenidos-desaparecidos permanecían recluidos, con grilletes y la cabeza cubierta.

“Cada uno era obligado a permanecer en el piso, en un espacio de no más de un metro de ancho que era separado del de otro detenido por una división de aglomerado de madera. Generalmente ahí mismo, en ese espacio que los militares llamaban 'cuchas', tenían el cubo en el que debían hacer sus necesidades. Solo los sacaban para torturarlos, para que hicieran trabajos forzados o para lo que los militares llamaban 'traslados', que eran los vuelos de la muerte”. Pablo es guía del museo inaugurado en 2015 y, ahora y por la pandemia, volcado a la virtualidad. “Hubo detenidos que pasaron hasta cuatro años en estas condiciones”, suma.

Las persianas apretadas no dejan entrar la luz natural y el techo a dos aguas es bajo: se viene encima. El suelo es de cemento: en verano quema y en invierno congela. En un televisor se escucha el testimonio que un sobreviviente de ESMA dio durante el Juicio a las Juntas Militares: “Nos encapuchaban, nos engrillaban y nos decían: 'A partir de ahora no tienes nombre, eres solo un número para nosotros'”.

Capucha -y la narración sobre lo ocurrido allí- es apenas una parte del patrimonio del Museo Sitio de Memoria ESMA, que se postuló para ser declarado Patrimonio Mundial por la Unesco. “Ahora mismo estamos incorporando a la documentación que acompaña la postulación las observaciones que nos hizo el Comité Argentino ante la Unesco. En septiembre nos tenemos que presentar directamente ante la Unesco, y en febrero de 2022 la postulación queda consolidada. En junio de 2023 nos enteraremos de qué decisión toma Unesco”, dice Mauricio Cohen Salama, coordinador general de la candidatura del museo.

Según Cohen Salama, menos del 1% de la Lista del Patrimonio Mundial de la Unesco está vinculada a violaciones de los derechos humanos. “Eso nos pone la vara alta, y sabemos que es una candidatura difícil porque cuando la presentación tiene que ver con experiencias traumáticas, el miedo de esa organización internacional es que el devenir de la historia desmienta los hechos, o que un cambio de perspectiva modifique la interpretación. Por eso piden que estas postulaciones den cuenta de un valor negativo del lugar, y también de uno positivo”, describe.

“El negativo es que este espacio fue escenario del terrorismo de Estado basado en la desaparición forzada de personas. El positivo es que la concientización de la sociedad sobre los hechos que ocurrieron aquí construye consensos para que se siga exigiendo Justicia”, explica Cohen Salama.

La narración de los hechos que ocurrieron en este edificio de casi 6.000 metros cuadrados “fue consensuada por distintos organismos del Estado y por distintas organizaciones de Derechos Humanos antes de que se inaugurara; fue una construcción que llevó tres años, entre 2012 y 2015, y desde ese momento no ha sufrido cambios”, cuenta Alejandra Naftal, directora del museo. Un ejemplo de esa construcción colectiva se ve varios metros antes de llegar al museo: las fotos de detenidos-desaparecidos que pasaron por ese centro clandestino están impresas en acrílicos justo antes de la puerta. “La madre de una mujer que pasó por ESMA y que sigue desaparecida nos dijo que no quería que la foto de su hija estuviera dentro del edificio en el que la habían torturado, y así se tomó esta decisión”, explica Naftal.

Este edificio tiene marcas de la dictadura; por eso, al ser prueba judicial, no puede modificarse. Se nota la diferencia de pintura en la pared que se levantó con poco dinero para ocultar un ascensor y desorientar a la delegación de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos que lo visitó en 1979. Era un cambio de fisonomía para que las denuncias de los sobrevivientes no coincidieran con el recorrido de esas autoridades regionales.

Se notan las columnas que esos sobrevivientes describieron años más tarde ante la Justicia: allí los ataban apenas llegaban, encapuchados y engrillados. Se nota en el techo de luces dicroicas que iluminaban la barra de un salón en el que los oficiales de la Armada hacían sus reuniones sociales que la vida allí no se parecía a lo que ocurría tres pisos más arriba o en el subsuelo en el que funcionó la llamada “Enfermería”.

“Aquí era donde les inyectaban lo que ellos llamaban 'Pentonaval', que era pentotal -un sedante- para llevarlos en camiones hasta el sector militar de Aeroparque y ahí realizar los vuelos en los que los arrojaban vivos al agua: la mayoría de quienes pasaron por la ESMA fueron exterminados de esa manera”, cuenta Naftal. “Había un cartel que decía 'Avenida de la Felicidad'”, suma. Algo de ese cinismo recuerda a los carteles que los nazis ponían en la entrada de algunos de sus campos de concentración: “Arbeit macht frei” (“El trabajo hace libre”).

Las pasarelas por las que circulan los visitantes -ahora las visitas al público están cerradas por la pandemia- son completamente removibles: “Es para no alterar el edificio por cuestiones judiciales, y para que quienes vienen no tengan que estar en contacto tan directo con lo ocurrido aquí. Nos pasa muchas veces que viene el familiar o el amigo de una persona desaparecida y estar en este lugar es una conmoción muy grande”, describe la directora.

Lo hace apenas pasado “el pañol”, como los militares denominaban al sector del tercer piso en el que acumulaban bienes que les robaban a los detenidos-desaparecidos. Y antes de La Pecera: “Aquí se hacía trabajo forzado intelectual: abogados y periodistas fueron obligados a trabajar pensando la plataforma política de Massera. Tenían que hacer traducciones o resúmenes de noticias. También, bajo la dialéctica del amo y el esclavo, los militares pusieron a algunas de las personas secuestradas a idear un Plan de Recuperación Ideológica de los Detenidos-Desaparecidos”, cuenta Naftal. Al fondo de un largo pasillo, por una ventana alta y diminuta, entra un poco de luz natural. Se escucha el ruido de una máquina de escribir: el efecto sonoro rememora la tecnología de la época.

“Hubo otros trabajos forzados en ESMA. Algunos detenidos-desaparecidos conformaban lo que los militares llamaban 'La Perrada'. Tenían que ocuparse de hacer arreglos en este edificio o incluso en departamentos que pertenecían a las personas secuestradas y que los militares ponían en venta para quedarse con esa plata”, cuenta Pablo, el guía de este museo por el que, desde su inauguración en mayo de 2015, pasaron más de 236.000 personas.

En el cuarto piso, en un sector todavía más encerrado y agobiante, Capuchita era el sector destinado a que otras fuerzas armadas torturaran, forzaran a trabajar y mantuvieran cautivos a sus detenidos. Y entre Capucha y el pañol, el pequeño espacio al que trasladaban a las mujeres con embarazos avanzados. “Cuando llegaban al séptimo mes venían aquí. Obtenían algún trato un poco mejor, como por ejemplo que alguna vez les dieran fruta, y que les sacaran la capucha de vez en cuando”, describe Pablo. La muestra permanente, que es parte de la candidatura internacional, también da cuenta del paso del tiempo: se leen los nombres y las historias de algunos de los bebés nacidos en cautiverio y los que fueron encontrados por Abuelas de Plaza de Mayo tienen una pegatina de esa organización.

“Querida Mamá: hoy después de tanto tiempo sin saber de mí recibís noticias mías por la presente. Lamento mucho no haberte escrito antes pero me fue imposible pues me encontraba fuera del país realizando unos trabajos. Este es mi niño. Se llama SEBASTIÁN, lo tuve en una clínica en Buenos Aires. Pesó 3,8 kilos, nació con parto asistido. Yo me encuentro muy bien, en perfecto estado de salud. El portador del niño es un amigo mío que me hace el favor por no poder hacerlo yo en este momento, pero quiero que estés tranquila pues estoy muy bien y ya me voy a comunicar nuevamente contigo. El niño nació el 15 de abril. Quisiera que lo anotaras”, dice la carta que escribió bajo amenaza Patricia Marcuzzo, detenida en la ESMA durante la dictadura y todavía desaparecida. Parió en esa habitación en la que se leen los nombres de nietos encontrados y otros aún buscados.

“Quiero que no se preocupen por mí, les repito que estoy muy bien y que me volveré a reunir con ustedes, en este momento no me es posible ir a casa. Mami espero que el niño te consuele la incertidumbre, quiérelo mucho, es un amor”, dice también esa carta, que le llegó a su mamá junto al bebé. “La enorme mayoría de los bebés nacidos aquí fueron apropiados, este caso fue único en ese sentido, pero generaron la ilusión del reencuentro a una familia que jamás volvería a ver a Paty”, cuenta Pablo.

La visita termina en el Salón Dorado, donde los integrantes de la Armada hacían sus ceremonias de condecoración y donde preparaban la inteligencia de la dictadura: allí planificaban secuestros y vuelos de la muerte, y allí analizaban la información obtenida en los interrogatorios bajo tortura. Con picana, o colgando a un detenido por las piernas y hundiéndole la cabeza en un tacho con agua, o violándolo.

“Miren lo que pasa ahora”, dice Naftal. Las cortinas blancas cubren las ventanas, y allí se proyectan los nombres, las fotos, los cargos militares y los delitos de los que se acusó a los responsables de lo ocurrido en la ESMA. Después se proyectan imágenes del Juicio a las Juntas, de la votación legislativa que anuló las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, y los nuevos juicios que empezaron a partir de eso: un sello de “Condenado” o de “Fallecido con condena” se estampa sobre los responsables, el telón se levanta y vuelve a entrar la luz.

Todo eso narra y muestra el Museo Sitio de Memoria ESMA, y todo eso es candidato a ser Patrimonio Mundial según la Unesco. En ese menos de 1% de su lista que ocupan los lugares vinculados a la violación de los derechos humanos están el campo de concentración nazi Auschwitz-Birkenau, en Polonia, la Isla de Goreé, en Senegal, y el Muelle de Valongo, en Río de Janeiro, que protagonizaron el tráfico de esclavos, el Memorial de la Paz de Hiroshima, y Robben Island, en Sudáfrica, que simboliza la lucha contra el apartheid.

Nada de lo ocurrido en la ex ESMA entre 1976 y 1983 intenta ser edulcorado o desmentido como ocurrió en 1979, cuando la Junta Militar mandó a imprimir 250 mil estampas que dijeran “Los argentinos somos derechos y humanos” para recibir a la comisión que enviaba la Organización de Estados Americanos (OEA). La narración consensuada durante la última presidencia de Cristina Fernández se mantuvo luego, en los gobiernos de Mauricio Macri y de Alberto Fernández. Y esos saberes respecto de lo que pasó en este edificio, construidos a través del testimonio de quienes sobrevivieron, son la base de la candidatura ante la Unesco.

“Patrimonio del Nunca Más”, se autodefine el proyecto preparado para esa institución. “Ser Patrimonio Mundial le daría visibilidad y recursos a este lugar, y serviría para que todo lo que sabemos que pasó y que no puede volver a pasar esté todavía más vigente”, define Naftal.

En loop, en la sala que da la bienvenida a este museo, se reproduce un video. Jorge Rafael Videla dice, en una conferencia de prensa de 1979, “es una incógnita, es un desaparecido, no tiene entidad, no está, ni muerto, ni vivo, está desaparecido”, y un sobreviviente sostiene, durante el Juicio a las Juntas, “te encapuchan, te ponen los grilletes y a partir de ahí el tiempo no existe más”.

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