Entrevista sobre ruedas con Ignacio Echapresto: la historia del joven herrero que se convirtió en cocinero con estrella
A bordo de un Mercedes GLC nos vamos de ruta por Moncalvillo con Ignacio Echapresto. “Mi hermano y yo queríamos apostar por nuestro pueblo, queríamos quedarnos aquí”. Y así es como comienza la historia de Echapresto como cocinero. “Yo estaba trabajando de herrero y mi hermano Carlos estaba estudiando para ser Técnico electrónico en Telecomunicaciones”, cuenta, “los dos tomamos las riendas de un pequeño restaurante en casa de nuestros padres y, de forma totalmente autodidacta, comenzamos a labrarnos aquí nuestro futuro”.
De los primeros almuerzos y platos de lentejas a las actuales creaciones de alta cocina han pasado más de veinte años, pero la esencia sigue siendo la misma. “Poco a poco y sin casi darme cuenta he ido cerrando el círculo centrándome en los productos de proximidad, en la tierra”, cuenta en nuestra ruta de camino al punto más alto de Moncalvillo, “entrar en este monte es un regalo, no sólo encontramos setas, hay hierbas, frutos como las anabias, que nos las traía un señor de Daroca cuando éramos pequeños y nos las comíamos como gominolas. Para mí transmitir ahora esos sabores y recuerdos de la niñez a un plato es mágico”.
“Tuve una dura enfermedad
que me mantuvo 72 días en el hospital“
En todo este camino, la familia es un pilar fundamental. “El mayor éxito de mi vida son mi familia y mis amigos”, dice orgulloso el cocinero, “mi madre ha sido la base de todo y he tenido la suerte de que ha sido durante muchos años también mi compañera de trabajo, mi confidente, mi hermano es también mi socio y mi mejor plato son mi mujer y mi hijo. Nosotros vendemos momentos de felicidad a la gente y eso conlleva mucha exigencia, no sólo nuestra sino para todo nuestro entorno”.
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Los Echapresto llevan trece generaciones asentados en Daroca de Rioja, el pueblo más pequeño del mundo con un restaurante con estrella Michelín. “Mi madre tenía nueve hermanos, somos 55 de familia por ese lado y 19 por parte de mi padre, y todos con Daroca como campamento base. Cerrar el restaurante, salir a la calle y escuchar el completo silencio es la leche”.
Puedes ver una versión más extendida del vídeo aquí:
Ya de vuelta en el restaurante visitamos la bodega y la huerta, por las que pasan cada día clientes de hasta una decena de nacionalidades, que llegan a este diminuto pueblo de apenas cincuenta habitantes atraídos por la cocina y la mesa de los hermanos Echapresto.
La otra mitad del restaurante, Carlos, define a su hermano como un vino blanco fresco, cosecha del 76 (año en el que nació Ignacio), que sufrió una segunda fermentación en 1997 (tras una dura enfermedad) y se convirtió así en un espumoso, una auténtica explosión reposada.
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Ignacio recuerda aquella enfermedad, los 72 largos días que pasó en una habitación de hospital cuando tenía 19 años. “Allí sólo veía a mi familia y amigos, y un cuadro en el que había un pájaro sobre una rama con trece hojas”, recuerda, “cuando me dieron el alta después de casi tres meses y llegué a Daroca, a mi pueblo, a estos paisajes, se me saltaban las lágrimas”.
Y ahí surge una pregunta: ¿Qué es el lujo? “El lujo es la ausencia de lo cotidiano, para mí puede ser conducir un Ferrari pero para otra persona, que tiene ese Ferrari, puede ser comerse un tomate de mi huerta”.
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