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Los adelantados de la fase 1: los pueblos de menos de 10.000 habitantes esperan la llegada del resto de madrileños

Varios hombres aprovechan que las terrazas ya están abiertas en Chinchón

Marta Maroto

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Hace casi cuatrocientos años, sometidas ya las Américas, la Condesa de Chinchón y esposa del virrey del Perú, curada casi milagrosamente de un febril paludismo, trajo a Europa la quina. De este árbol latinoamericano salió la principal cura contra la malaria y uno de los medicamentos que estos días suenan como posibles antídotos contra la contagiosa COVID-19.

De ahí que esta mañana de domingo, en su paseo de cada día, Venancio empiece hablando del pueblo en el que ha vivido sus 81 años y termine refiriéndose a Donald Trump, que ya recomendó este componente químico para frenar la pandemia. Váyase usted a saber si el magnate estadounidense podría poner Chinchón en el mapa.

Desde el viernes los municipios madrileños de menos de 10.000 habitantes relajaron el estricto confinamiento de la fase 0, en la que todavía se encuentra la Comunidad hasta el lunes. La orden de Sanidad, que pilló a muchos desprevenidos, elimina las franjas horarias por edades de los paseos, permite reuniones de hasta 15 personas y, sobre todo, acelera la vuelta a la normalidad de la hostelería, permitiendo la apertura como si estuvieran en fase 2, es decir, terrazas a la mitad del aforo y el interior al 40%.

“El cambio ha sido grandísimo”, explica el alcalde de Chinchón, Francisco Javier Martínez (independiente). La economía de este pueblo de 5.239 habitantes en el sureste de Madrid depende en un 30% del turismo, que no podrá llegar hasta que no avance la desescalada. Sin embargo, poder volver a abrir las calles y los comercios “ha sido una alegría” para el sector hostelero, con más de medio centenar de bares, restaurantes y discotecas que a partir del lunes podrán volver a acoger clientes de otros puntos de la provincia de Madrid.

Con la oficina de turismo todavía cerrada y a falta de ‘freetours’, Venancio, que recita libros de Historia de memoria --“oiga, pues no tenía otra cosa que hacer en la cuarentena”-- hace las veces de guía. Ahí el busto de la susodicha condesa de la quina, señala a golpe de bastón, y ahí la entrada de la Iglesia donde descansa un Goya, “su hermano fue capellán y calle abajo dicen que vivió el pintor”.

Mirando hacia el Castillo de Chinchón, herencia en disputa de la familia Álvarez de Toledo, el anciano comenta con otro paseante ocioso que ya se agolpan vecinos en las puertas del cementerio, que reabrió el sábado, y que cómo son las cosas, que en un día de casi verano como hoy el pueblo estaría rebosante de gente, que no se podría ni andar. “Con el mercado medieval tienen que cortar las calles y desviar los coches a Aranjuez, si ahí cae una ‘chaparrá’, pensaba yo que no salía nadie”, se ríe Venancio.

El famoso Parador de Chinchón no abrirá sus puertas hasta entrado junio, una fecha que también barajan restaurantes como el de Emilio, hostelero y cantante lírico de 60 años. “Estamos esperando que puedan venir los de Madrid”, comenta esperanzado. Esperar, por lo menos hasta el lunes, parece ser la tónica general en la turística Plaza Mayor, ahora cubierta de banderas patrias con crespones de luto sobre el verde de sus soportales y repleta de mesas, sillas y sombrillas apiladas y aún por desplegar, anuncio de la pronta y necesaria reapertura.

Quien no ha dejado de vender durante el confinamiento el “pan nuestro de cada día” es Rosa, de 65 años, que tiene esperanza en que pronto volverán a llegar turistas a hacerla encargos de esos que se llevan en furgonetas, cuenta de un lado para otro.

Muchos comercios, sin embargo, se van a quedar en el camino. “Nos han matado durante dos meses y me voy del pueblo”, explica Layreis, portuguesa de 52 años que regenta desde hace siete una tienda de ropa aledaña a la Plaza Mayor. Ha vuelto a abrir este domingo para colgar el cartel de liquidación.

La crisis de 2008 se llevó por delante su boutique en el Barrio Salamanca, y con esta nueva recesión, que augura larga, empezará otra vez de cero. La incertidumbre ante las medidas que vendrán y el miedo a la enfermedad, aunque no ha pegado tan fuerte como en otros municipios de la zona, hacen muy difícil prever el futuro de estos pueblos.

A escasos seis kilómetros de Chinchón, de la Iglesia parroquial de Colmenar de Oreja ya empiezan a salir de la misa de una señoras engalanadas. El municipio, de 7.900 habitantes, suspendió los entierros, el oficio se da con una mampara de metacrilato de por medio, los bancos están ocupados a un tercio y el confesionario fue sustituido por dos sillas separadas dos metros de distancia, cuenta Antonio, el párroco.

En la Plaza Mayor, con más ambiente hoy que la de Chinchón, Cuqui empieza a servir las primeras cañas después de dos meses de parón. Levantar de nuevo la persiana ha supuesto sacar del ERTE a sus dos trabajadoras, sin saber cómo será la facturación. Por suerte, la mayoría de los locales de esta zona son negocios familiares que, como el de Isabel, que regenta una tienda de golosinas, tienen un alquiler reducido y suelen contar con la vivienda al fondo.

La normativa de Sanidad, con la pretende dar tres días de ventaja a comercios y hostelería, afecta a las zonas que todavía permanecen en fase 0 y 1. Lo cierto es que a partir del lunes toda España habrá superado la fase 0 y casi la mitad del territorio avanzará hacia la 2. Un 20% de la población del país reside en núcleos de menos de 10.000 habitantes, que representan un 90% de los municipios españoles, según el INE.

Morata de Tajuña tiene menos de 10.000 habitantes pero una densidad de población de 170 por kilómetro cuadrado, una cifra que supera con creces los 100 habitantes por kilómetro cuadrado que establecía sanidad para aplicar esta fase 2 adelantada. Es por eso que en este pueblo las medidas de relajamiento se han centrado en la flexibilización de los horarios de los niños, cuenta el alcalde del municipio, Ángel Sánchez Sacristán (PSOE). Solo a partir del lunes, cuando oficialmente toda la Comunidad de Madrid entre en fase 1, podrán abrir las terrazas.

En pueblos con alta densidad poblacional esta decisión la toman los Ayuntamientos, y Sánchez Sacristán explica que desde su municipio se ha considerado adecuada porque, pese a haber sido un pueblo muy golpeado por la COVID-19, ya llevan diez días sin contagios oficiales. Los alcaldes consultados, como pasa en todo el país, no se atreven a dar cifras oficiales de muertos por el virus, pues, sin pruebas, no se conoce las causas de muchas muertes, sobre todo de ancianos.

Quien sí confirma la baja incidencia de la enfermedad en su pueblo es el alcalde de Villarejo de Salvanés (Ciudadanos), Jesús Díaz. El municipio de 7.334 personas reabrió sus comercios y terrazas ampliadas el viernes, uno de los aportes más importantes de su economía junto al sector agrícola. No tiene residencias propias en su territorio, por lo que la incidencia, junto a unas medidas de higiene muy estrictas y el propio aislamiento de los pueblos de fuera de Madrid, ha sido relativamente baja. Apenas contabiliza dos muertes confirmadas por la COVID-19. Un número similar al que Venancio, echando cuentas con sus vecinos, calcula que habrán fallecido por este virus en el pueblo del que dice que nunca se marchará, Chinchón.

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