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La noche madrileña, una industria con 100.000 empleos, suspendida hasta nuevo aviso

El coronavirus tumba la noche madrileña.

Marta Maroto

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Pongamos que hablamos de Madrid, escribió Sabina. De las calles de Madrid que luchan por matar de nuevo su silencio, por recuperar a su gente y sus bares, qué lugares, cantaba Gabinete Caligari. La noche madrileña había dejado hace mucho de ser aquella movida que ocupaba portadas internacionales. Las crisis, unas normativas más estrictas redujeron aquellos excesos de los 80 a una juerga mucho más convencional de viernes y sábados, pero nunca hasta ahora había estado cerrada a cal y canto.

La noche de Madrid es una industria más que se promociona entre los atractivos turísticos de la capital. Lo evidencian sus números: la hostelería madrileña supone alrededor de un 6% del PIB de la comunidad, y de eso le debe entre un 2 y un 2,5% a la noche. Ahora la pandemia ha devuelto las copas a las estanterías y muchos camareros, disc jockeys y gogós son carne de ERTE.  

Las discotecas de moda están clausuradas hasta nueva orden, nadie baila hasta el amanecer en los antros de Lavapiés, ningún turista da palmas torpes en los tablaos y se acabaron las noches que terminaban con un chocolate en San Ginés. Hasta esa churrería icónica por la que desfiló todo el star system que visitaba la ciudad y presumía de estar abierta día y noche los 365 días del año a un paso de la Puerta del Sol ha bajado la verja. 

“La crisis no es ahora, es después”, afirma preocupado Alejandro al otro lado del teléfono. Regenta uno de los bares de copas míticos de Malasaña, el Cherokee, donde lleva 25 años, “toda una vida”. “¿Qué quieren, que cerremos?”, se queja después de narrar toda la “persecución y criminalización” de que las que, dice, son objeto los bares de copas. Como él, Rogelio, dueño de un local en la misma zona, se desvincula del imaginario creado entorno a la noche: “La gente se cree que te haces millonario, pero hay que trabajar mucho”.

Cerca de 100.000 personas trabajaban tras las barras cuando se ponía el sol, estima Dionisio Lara, presidente de la asociación Madrid Noche. “Es el sector que indudablemente peor lo va a pasar”, señala, pero “hay que ser muy respetuoso, la gente va a entender que merece la pena hacer un esfuerzo de cautiverio”.

Ante medidas que contempla la administración como el uso de mamparas, Lara pide perspectiva. “Vamos a ser muy, muy cumplidores con todas las medidas higiénicas”, pero avisa: “No nos pueden pedir que hagamos una inversión en algo que no sabemos cómo va a resultar, el dinero nos va a hacer falta para aguantar vivos”.

Ruth, dueña de dos salas de música en vivo, otro de los sectores que parece estar siempre en crisis, apela a la responsabilidad de cada uno. “Entendemos que tenemos que poner de nuestra parte, pero la gente viene a beber a los bares, no pueden tener una mascarilla puesta”. Y pide test, test y más test, incluso en las puertas de los garitos.

La pandemia ha callado también las palmas que sonaban por las noches en este tablao de Plaza España. Antonia y Marisol son bailaoras y dueñas de Las Tablas desde hace ya dos décadas. Sufrieron la crisis de 2008, el azote de la subida del IVA cultural y ahora que empezaban a levantar cabeza, cuentan, “viene esto”.

Piden flexibilidad para los ERTE y que se permita ir recontratando de forma gradual; ayudas al alquiler –las moratorias solo aplazan el pago–, y mejores condiciones para el préstamo del ICO que han tenido que pedir. Piensan volver a su escenario, del que comen muchos artistas y del que depende buena parte de la cultura española. “Lo hemos perdido todo. Empezaríamos de cero, pero con 20 años más y endeudadas”, reconocen.

Las discotecas grandes también están sufriendo. Oh My Club, el sitio de moda del famoseo de Madrid, tiene en ERTE a 150 trabajadores, “y eso son solo los empleos directos”, explica su dueño, José Carmona. Las salas de Opium y Bling Bling ya han empezado a desinfectarse y limpiarse en profundidad para que cuando comience la fase dos, aunque sea con la mitad del aforo, puedan volver a abrirse, explica Sergio Dot, director del grupo Costa Este en Madrid, que gestiona estas discotecas.

El desplazamiento del ocio nocturno a horas más tempranas, –“el tardeo, la gente ya no quiere trasnochar”, justificaba Lara, presidente de Madrid Noche– beneficia a un tipo de ambiente más formal, de mesas de tres o cuatro personas. “Habrá dos modelos de fiestas: los macro conciertos y festivales donde todo el mundo estará muy cerca y el concepto de club”, que irá desplazando al de discoteca con sala de baile, opina Dot.

Habrá que esperar a que haya una vacuna o un tratamiento para que vuelva la normalidad a la noche madrileña, consideran los hosteleros. No solo los que vuelven a casa después de salir de fiesta, también los sonámbulos que acuden a la chocolatería San Ginés a leer o escribir acompañados han perdido ese punto de encuentro. “Volvemos para atrás”, reflexiona Daniel Real, responsable de la histórica chocolatería, que el lunes abrió “de forma experimental” para llevar, pero solo durante el día.

“Que todo va a ir bien, hombre”, pronuncia tranquilo Carmona, dueño de Oh My Club: “Esto pasará y nos divertiremos, otra vez y como siempre”.

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