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Habrá nuevas elecciones en Madrid a menos que Díaz Ayuso tenga una idea, aunque dos estarían bien

Díaz Ayuso toca el hombro de Aguado antes de subir a la tribuna para su discurso.

Iñigo Sáenz de Ugarte

La Comunidad de Madrid se ha unido al festival de la política hecha a cabezazos que se extiende desde las dos citas electorales de abril y mayo. En su Asamblea, la legislatura ha terminado antes de empezar. Su presidente había convocado una “sesión de investidura” (sic) para el miércoles sin candidatos que es algo así como invitar a un vegano a una degustación de chuletas. Los parlamentarios estaban en sus escaños para escuchar unos discursos de diez minutos sin tener la opción de votar a favor o en contra de nadie.

Había un político que sí había querido presentarse, el socialista Ángel Gabilondo, aunque sin tener asegurada una mayoría absoluta para la candidatura. En la legislatura pasada, el rey encargó la formación del Gobierno a Mariano Rajoy y en esta a Pedro Sánchez en esas mismas condiciones. Pero el presidente de la Asamblea madrileña, Juan Trinidad, de Ciudadanos, miró para otro lado y convocó el pleno de investidura sin investidura. Con la regeneración, las palabras pueden significar lo que quieras.

Después de este pleno, ya sólo queda matar el tiempo y cobrar el sueldo hasta que toque poner el candado a una legislatura abortada. Ignacio Aguado dejó claro que “no hay nada que negociar” y que “no tiene sentido” celebrar más reuniones, como la que tuvo el martes con Isabel Díaz Ayuso, del PP, y Rocío Monasterio, de Vox. Fue una reunión “relativamente breve”, en expresión de Ayuso, de algo más de 40 minutos. Para Cs, si Vox no concede gratis su apoyo a lo pactado por ellos y el PP, habrá nuevas elecciones en unos meses. Nada más fácil que endosar el problema a los votantes.

Ciudadanos exige en Madrid el apoyo de Vox, pero no quiere que se les vea pactar un documento con ellos, algo con lo que el PP no tiene ningún problema. Lo curioso del razonamiento de Aguado, tal y como lo explicó, es que está convencido de que el resultado electoral ofreció una conclusión clara sobre lo que desean los votantes madrileños: “Hablaron en primer lugar de que no querían populismos en la Comunidad de Madrid, de que no querían sablazos fiscales, de que no querían imposiciones ni intervencionismos...”. Es suficiente, muchas gracias. Ya se ha entendido. Los madrileños hablaron claro, dijo. Lo malo para Aguado es que esa mayoría de la que habla exige la suma de los escaños de los tres partidos de la derecha.

No vale con dos, porque PP y Cs disfrutan de 56 escaños, mientras que las tres izquierdas –en esta Asamblea hay abundancia de todo– cuentan con 64. Aguado presumió del acuerdo negociado con el PP como si representara a la mayoría de los madrileños, pero eso sólo es cierto si convencen a los doce diputados de Vox de que se suban al tren con ellos.

Sólo se habla lo justo de Vox

Ese Gobierno sólo sería posible si Vox formara parte de la mayoría parlamentaria. Ciudadanos opta por fingir que esos señores de los que usted me habla no tienen nada que ver con ellos. Por eso, en su discurso Aguado casi no habló del partido de extrema derecha en sus diez minutos, excepto una breve referencia final: “Rectifiquen. Bloquear un Gobierno es una irresponsabilidad”, dijo. A día de hoy, ese Gobierno no existe.

En el ambiente psicodélico que caracterizó al pleno, Rocío Monasterio denunció “ese apartheid determinado por la izquierda” para aislar a Vox, aunque en esta ocasión es Ciudadanos el que los quiere mantener a distancia. Siempre hace daño a los oídos que se refiera al apartheid el mismo partido que aplaudió por ejemplo a los autores del intento de asalto racista al centro de acogida de menores extranjeros de El Masnou. Fue menos demencial escuchar a Monasterio decir que “no pueden pedir a nuestros votantes que asientan de forma religiosa a las propuestas” (del pacto PP-Cs). Ningún partido está obligado a regalar su apoyo a cambio de nada en un legislativo.

Íñigo Errejón echó sal sobre la herida –en torno a dos kilos– citando una larga lista de frases de miembros de Vox especialmente hirientes desde el punto de vista de los derechos humanos. Un ejemplo: “¿Por qué los gays celebran tanto el día de San Valentín si lo suyo no es amor, es vicio?”. Errejón dijo que estas son las ideas de aquellos a los que Aguado pide su apoyo y “no ha salido de su boca ni de sus declaraciones ni una sola condena a estas frases”.

¿Cuál fue la respuesta de Aguado?

¡¡¡VENEZUELA!!!

Y Lenin: “Usted, y no otro, dice que a Lenin hay que llevarle más en la cabeza que en las camisetas”. Eso es motivo suficiente para recuperar por su interés humano una de las mejores imágenes de la campaña de las elecciones de mayo.

Aguado habló contra los populismos. También contra los impuestos (“La gente llega ahogada a fin de mes por los impuestos”: ¿no será por los salarios bajos?) y a favor de una mayor inversión en sanidad –para que los hospitales de Madrid sean “los mejores de Europa”–, en transporte público –para hacerlo gratuito para los mayores de 65 años– y educación para que haya más centros escolares dedicados a los niños de hasta tres años. Cómo se financiara todo eso si hay que bajar, y mucho, los impuestos –de lo contrario, la gente se ahoga– debe de ser uno de esos misterios populistas.

La candidata que aún no lo es, Díaz Ayuso, suplicó a Vox y Ciudadanos que arreglen sus diferencias. Ofreció una mesa de diálogo que Aguado ya había rechazado antes de que empezara el pleno. Dijo que “el Partido Popular se ha mantenido en segundo plano todo este tiempo” –lo decía como si fuera algo elogiable–, y es probable que siga en esa línea. A Ayuso se le da bien burlarse de la izquierda, pero a la hora de negociar de momento no ha demostrado una habilidad destacada. Es decir, habrá nuevas elecciones a menos que Ayuso tenga una idea.

Monasterio y Aguado se dieron dos besos de despedida, y es lo único que intercambiaron el miércoles. El líder de Ciudadanos en Madrid necesita los votos de Vox para ser vicepresidente de Madrid en un Gobierno de Ayuso, pero para eso necesita irse a la cama con el partido de Abascal, aunque sea un rato. Luego ya podrá decir lo que quiera.

Como en Andalucía. El portavoz de Ciudadanos en el Parlamento andaluz ha dicho que el partido firmó el acuerdo presupuestario con Vox como Gobierno y no como partido. Esa clase de juegos de palabras se pueden hacer cuando ya estás en el poder y te da un poco igual todo. Aguado aún no ha llegado a esa posición.

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