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Ni un minuto de respiro en los centros de salud de Madrid

Imagen de un centro de salud en Lavapiés

Víctor Honorato

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Llegando al centro de Salud Buenos Aires, en Puente de Vallecas, se ve a una celadora salir con prisa por la puerta e indicar enérgicamente a un hombre, que quiere entrar a toda costa: “¡Espere aquí! Y no se grita; cuando se calme, se le atiende”. El señalado protesta, quiere que le vean al niño, gesticula, dice que lleva meses pendiente de cita. Refunfuña, espera, vuelve a entrar. Le avisan de que llamarán a la policía si no se calma. “¡Pues llame!”, replica. Pero acaba cediendo. Otro sanitario, con cara de cansancio, justifica: pudo haber una confusión. El hombre se va, echando pestes, con el crío de la mano. Es martes, a mediodía, y esto es un episodio normal de un día normal en el Buenos Aires. Los pacientes se frustran y los profesionales, en cuadro, no pueden más.

En la entrada, tras las puertas automáticas, el personal ha colgado un cartel en el que diariamente informan de las consultas realizadas la víspera y los agujeros en la plantilla. El lunes se hicieron bastante más de 1.000 y faltaban 11 personas. Lo explica un médico del centro: “Los hemos puesto para que la población vea que no estamos cerrados”. Los administrativos llevan desde la apertura respondiendo de manera telefónica sin pausa, pero es inevitable que muchos se desesperen con el teléfono que, ante la demanda, siempre comunica.

Mientras el médico habla, un padre joven, vestido con vaqueros y camiseta, entra, enfadado. Es delgado y separa los brazos del cuerpo, como para darse más envergadura. “¡Vamos a ver! ¡Le han hecho el justificante a mi mujer, que trabaja cinco horas, pero el que lo necesita soy yo, que tengo jornada completa!”. Un sanitario le atiende, sentado en una mesita en la entrada. Le pide que se calme, llama a la médica por teléfono interno, al final la facultativa sale del despacho. “Yo hice el justificante, pase usted”. El chico da las gracias, baja el tono (no mucho).

El otro médico comenta, viendo la escena, que no tienen seguridad permanente y hoy no hay vigilante. Las carencias se han hecho patentes con la COVID, pero no son nuevas. “Deberíamos estar seis médicos y mañana solo va a haber uno, pero ya es así desde hace años”, lamenta. Entre bajas, cuarentenas y otras situaciones familiares, no hay forma de que estén todos los que tienen que estar. Y no solo eso; además, de vez en cuando hay que asistir a otros centros próximos, que también andan cortos de personal, señala.

A unos 20 minutos, en Palomeras, está el centro de Salud Vicente Soldevilla. El celador parece un guardia de tráfico en la puerta. “Usted espere ahí. ¿Tiene cita?”, inquiere a los que hacen cola. Vuelve a entrar, sale con unos papeles, llama por nombre a alguien. Ahora mismo la fila no es muy larga, así que Ana María, también celadora, se aviene a hablar. “Estoy reventadita”, resopla. Padece de artrosis y normalmente se desenvuelve bien, pero desde la pandemia está en la reserva, y tiene que llevar un fajín para aliviar el dolor en los huesos. “Desde que entré a las 7.00 hasta que me fui a las 14.30 he estado todo el tiempo en pie”. Hoy están tres celadores, la mitad de los que deberían.

Ana María critica que no haya forma de separar a la gente y hacer un triaje eficiente de la COVID. Si dicen que tienen síntomas los mandan ir por la puerta trasera, pero hasta ese momento, se juntan con el resto. “La infraestructura no está preparada. Y la gente se te echa encima. No veo solución alguna y cada día es peor. Faltan también muchos médicos, no se cubren suplencias ni bajas”, enumera. El cartel es claro: “Faltan seis médicas de 16. Dos pediatras de 4”. Las consultas solo están actualizadas hasta el viernes, pero también rondan las 1.000.

Un poco más temprano, en Lavapiés, el cansancio del personal es patente y a la pregunta se contesta con fastidio: “¿Pues qué va a pasar, si están todos los centros de salud igual?”. Lo dice una administrativa, antes de que la superior tome el mando y diga que no se puede dar información sin permiso de arriba. Tampoco sacar fotos de la sala de espera vacía (los pacientes con cita hacen cola por la escalera por culpa del coronavirus) o del cartel que pone “Estamos 3 médicos de 8, disculpen las molestias”. Cinco minutos después, fuera del recinto, un paciente avisa de que han arrancado el letrero.

Los problemas no son exclusivos de la capital. En el centro de salud Castilla la Nueva de Fuenlabrada fueron de los primeros en colgar el cartel con la cuenta de bajas y consultas. Fue el 25 de agosto y al principio la cosa fue bien. Lo recuerda Alba Murillo, médico de Primaria, que trabajó sin descanso desde mayo hasta el pasado viernes, cuando por fin cogió vacaciones. Al principio, notaron “algo de empatía”, recuerda por teléfono. Pero con septiembre volvieron los problemas. El cartel (“faltan 9 médicos de 14. Estamos haciendo lo posible por atenderles. Disculpen las molestias”), está ahora lleno de glosas: “No cogéis el teléfono porque no os da la gana”, reza una. “A mí me han llamado vaga”, recuerda Murillo, que pide no hacer sangre con el enfado del paciente. El problema fundamental es “la falta de recursos económicos”, señala. La situación se ha deteriorado tanto que ya ni los recién titulados quieren ir a centros como el suyo. “No vienen porque la situación es agónica”, lamenta y asegura que la jefa “se está desviviendo” por intentar reforzar la plantilla.

Los médicos de atención primaria anunciaron la semana pasada que irían a la huelga el día 28 ante el “abandono” de la Comunidad de Madrid. Murillo, que tiene 29 años, hace un balance desolador. “La situación es insostenible. De la huelga del 28 nos están llegando avisos de que se nos va a pedir cumplir el 100% de los servicios mínimos, que la población no note que estamos de huelga”, y advierte: “Estamos en un momento físico y mental en que no sé si ni nosotros mismos estamos capacitados para cuidar de nadie, porque no nos estamos cuidando a nosotros”.

Antes de despedirse, reflexiona: “Yo no pensaba que esto iba a ser así. Ha sido un jarro de agua fría. He trabajado en la sanidad catalana y yo estoy peor que cuando era residente. Secundo la huelga totalmente. No veo la luz al final del túnel”.

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