El Camino de Santiago madrileño: la ruta olvidada que cruza la sierra y revive con un albergue en Malasaña

Son muchos los que piensan que existe un único Camino de Santiago, pero lo cierto es que hay tantos caminos como peregrinos. Al menos eso es lo que cuenta Andrés, miembro de la Asociación de Amigos del Camino de Madrid. Para él, la peregrinación hacia la ciudad del apóstol “comienza al salir de casa con la mochila al hombro, rumbo a Compostela”.

En la Edad Media, por ejemplo, no tenía sentido que un peregrino sevillano viajara hasta Roncesvalles para iniciar el Camino Francés. Lo natural era comenzar desde su ciudad y dirigirse directamente a Santiago. Ya fuera desde Madrid, Valencia o cualquier otro lugar, lo esencial era partir desde el hogar. Precisamente, el Camino Francés es el más conocido y fue el primero en consolidarse como ruta de peregrinación gracias al impulso de los reyes, la construcción de puentes, calzadas y monasterios. Pero en realidad, cada peregrino hace su propio camino.

El denominado “Camino de Madrid” fue rescatado en los años ochenta del siglo XX, en parte porque muchos peregrinos españoles que llegan a Santiago son de Madrid, y no tenía mucho sentido que no existiera una ruta directa desde allí. “Se investigó y se descubrió que este camino seguía en gran medida la ruta inversa que usaban los segadores gallegos en los siglos XVIII y XIX para bajar a trabajar en Castilla, cruzando el puerto de la Fuenfría”, explica Andrés.

Así nació el Camino de Madrid como una vía natural para salir caminando desde casa hacia Santiago. Aunque no es de los más transitados —tan solo unas 200 a 250 personas lo hacen al año— ofrece una experiencia auténtica y diferente. Desde Madrid hasta Sahagún son unas dos semanas de marcha, y desde allí se enlaza con el Camino Francés hasta Santiago, una ruta que toma otras dos semanas aproximadamente.

“La primera mitad del recorrido tiene menos servicios que el Camino Francés, pero está bien señalizado”, destaca el portavoz de la asociación peregrina. La escasez de recursos disponibles requiere cierta flexibilidad para adaptarse, ya que implica andar en ocasiones hasta 25 kilómetros en un solo día para conseguir dormir en un albergue. En este sentido, la apertura del nuevo albergue para peregrinos en el centro de la capital responde a una necesidad evidente: urgía ofrecer un espacio cómodo, accesible y económico para quienes inician su Camino de Santiago desde la capital.

Un albergue para iniciar el Camino antes de empezar a caminar

La idea de crear un albergue jacobeo en Madrid surgió en Astorga, uno de los grandes núcleos del Camino de Santiago. Juan Carlos Pérez Cabezas —impulsor del proyecto y presidente de la Asociación del Camino de Santiago de Astorga— explica en conversación con Somos Madrid que el Camino se concibe como algo universal, con decenas de miles de peregrinos que viven fuera de España y llegan al país cada año para recorrer diferentes rutas. Muchos de ellos aterrizan en Madrid, lo que planteaba un reto y una oportunidad: ofrecerles, desde su llegada, una atmósfera auténticamente jacobea. “El objetivo era que se sintieran acogidos como peregrinos desde el primer momento, sin importar el itinerario que eligieran más adelante”, cuenta Juan Carlos. Por ello, Madrid se considera el primer espacio de peregrinación en suelo español.

El perfil más habitual en este albergue son personas que residen en el extranjero, aunque no necesariamente extranjeras. Por ejemplo, un español que vive en Australia tiene prioridad sobre un estadounidense que reside en Albacete. No se trata de un criterio de nacionalidad, sino de logística: con solo 24 plazas disponibles, se busca facilitar el descanso a quienes llegan después de largos vuelos, muchas veces agotadores. La ocupación media ronda el 80%, una cifra elevada para tratarse de un albergue fuera del propio trazado del Camino.

La experiencia acumulada por la asociación, que lleva cerca de cuatro décadas gestionando albergues en ruta, ha sido esencial para dar forma a este nuevo modelo. La ubicación, sin embargo, exige un enfoque distinto. Los peregrinos aún no han comenzado a caminar, no llegan con la mochila polvorienta ni los pies cansados, pero sí con la necesidad de orientación y acogida. Por eso, el equipo ha implementado un sistema de acreditación que canaliza el acceso a través de asociaciones internacionales del Camino. Solo pueden pernoctar quienes han sido previamente acreditados por una entidad de su país de residencia. “Con esto se evita el uso del albergue como alojamiento económico genérico en Madrid, y se refuerza el papel de las asociaciones extranjeras, muchas de las cuales ya han firmado convenios de colaboración”, indica el presidente.

Esta forma de funcionar, señalan desde la organización, no es nueva. En la Edad Media, los peregrinos también eran acreditados por cofradías locales que les abrían las puertas a distintos reinos. La iniciativa madrileña recupera ese espíritu, adaptado al siglo XXI. Y el espacio elegido para llevarla a cabo tiene también una fuerte carga simbólica. El albergue se ubica en el Monasterio de las Comendadoras de Santiago, en el barrio madrileño de Malasaña, sede de la rama femenina de la histórica Orden de Santiago, aún activa como congregación religiosa. “La elección no fue casual”, asegura Juan Carlos. Desde el inicio, las monjas mostraron gran disposición, y el entorno ofrece a los peregrinos una dimensión espiritual que muchos valoran profundamente. La gestión corre a cargo de la asociación, pero el monasterio permanece abierto a propuestas litúrgicas y actividades relacionadas con la vida interior del Camino.

Aunque apenas lleva unos meses en funcionamiento, la respuesta ha sido muy positiva y las redes sociales han tenido una función clave en ello, ya que han acelerado la difusión de la noticia. “Muchos peregrinos que planean su viaje con meses de antelación agradecen saber que, al llegar a Madrid, encontrarán un lugar que los recibe como tales”, apunta el presidente de la asociación. Incluso algunos que ya han terminado su peregrinación y tienen su vuelo de regreso desde Madrid, han optado por pasar su última noche en este albergue, a modo de despedida del Camino.

Juan Carlos remarca que la filosofía del proyecto “no se basa en conseguir cifras récord”, sino en la atención personal y en preservar los valores esenciales de la experiencia. Aunque solo haya tres peregrinos alojados en pleno invierno, la acogida debe seguir siendo cálida y significativa. Para la asociación, el éxito reside precisamente ahí, en mantener viva la esencia del Camino en un contexto urbano y moderno, y en ofrecer una experiencia que, desde el primer momento, conecte al peregrino con algo más profundo que un simple viaje.

De Gran Vía a Compostela, pasando por la sierra

La Asociación de Amigos del Camino de Madrid, implicada en el impulso de esta iniciativa, lleva años comprometida con la promoción y el acompañamiento del Camino de Santiago desde la capital. Su labor es amplia y se extiende a lo largo de todo el año. Desde su sede, abierta tres días a la semana, ofrecen atención personalizada a peregrinos, proporciona información práctica y entrega la credencial, ese “pasaporte” que permite acceder a los albergues públicos a lo largo de la ruta y, una vez en Santiago, obtener la Compostela. Además de esta labor de asesoramiento, la asociación organiza numerosas actividades culturales y divulgativas, como jornadas, proyecciones de cine y conferencias centradas en la historia y vivencias del Camino.

Una parte fundamental de su trabajo se desarrolla también sobre el terreno. Los voluntarios, conocidos popularmente como los “pintaflechas”, se encargan de mantener la señalización del Camino a su paso por la Comunidad de Madrid. Con brochas y pintura amarilla en mano, repasan y renuevan las marcas que guían a los caminantes, garantizando que la ruta esté clara y bien definida. A esto se suma la gestión de varios albergues gratuitos —donde solo se solicita un donativo voluntario— en colaboración con diferentes municipios. Entre ellos destacan los de Tardajos (Burgos), Santervás de Campos (Valladolid) y, más recientemente, Mataelpino (Madrid).

Andrés, miembro de la asociación, relata que el tramo madrileño del Camino hasta Segovia, con unos cien kilómetros de recorrido, “se puede completar en tres o cuatro días”. Las etapas más comunes pasan por Tres Cantos o Colmenar Viejo, continúan hacia Manzanares el Real o Mataelpino, y luego hasta Cercedilla, antes de afrontar la subida al Puerto de la Fuenfría y el descenso hacia la ciudad de Segovia. Esta última etapa es especialmente exigente. Atraviesa el Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama y alcanza los 1.700 metros de altitud, el punto más alto de todos los caminos oficiales en España. No hay alojamiento intermedio, por lo que conviene afrontarla con cierta preparación.

En cuanto a infraestructuras, el recorrido aún presenta carencias. En Tres Cantos y Colmenar Viejo existen recursos básicos, aunque todavía se trabaja en la creación de un albergue fijo. Manzanares y Mataelpino cuentan con algunos hostales privados, y Cercedilla dispone de albergues juveniles que pueden ser utilizados por los peregrinos. Ya en Segovia, la oferta hotelera es amplia, propia de una ciudad con gran afluencia turística.

“Uno de los aspectos que más sorprende a quienes hacen esta ruta es el contraste repentino entre la ciudad y el campo”, señala Andrés. Desde el barrio de Fuencarral, cruzando un túnel bajo las vías del tren y la M-40, se deja atrás el asfalto para entrar en plena naturaleza. Aunque aún se divisan a lo lejos las Cuatro Torres, la sensación es la de haber salido de Madrid por completo. El paisaje cambia rápidamente: primero el Monte de El Pardo, luego las estribaciones de la Sierra de Guadarrama, y más adelante los campos abiertos de Castilla. En primavera, especialmente durante mayo y junio, el entorno se transforma. Prados verdes, flores silvestres, riachuelos y cielos amplios acompañan la marcha, haciendo del trayecto una experiencia única.

El perfil del peregrino que elige este camino es diverso, aunque la dureza de algunas etapas y la escasez de servicios hace que muchos opten por recorrerlo en bicicleta. “Hay tramos habilitados con carril bici y otros caminos naturales que facilitan este tipo de avance”, comenta el portavoz de la asociación peregrina. Facilita el avance de los peregrinos por el camino madrileño su gran flexibilidad gracias a la red de transporte público, que permite hacerlo por etapas, en fines de semana o durante días sueltos.

Andrés insiste en el mantra peregrino por excelencia: “Como suele decirse, el Camino empieza al salir de casa”. Y en una región con más de siete millones de habitantes, el potencial para que más personas descubran esta experiencia es enorme. No hace falta una gran preparación física ni equipamiento especializado. A veces, basta con echarse a andar una mañana cualquiera, rumbo a Tres Cantos, para empezar un viaje que —con suerte— no solo llevará a Santiago, sino también a un encuentro más profundo con uno mismo.