Bar Amor: un remanso en Manuela Malasaña
Manuela Malasaña ha dado un giro radical en los últimos cinco años. Esta calle con nombre de heroína revolucionaria se ha convertido en el lugar del barrio que alberga más restaurantes por metro cuadrado, con opciones para todos los paladares y de todas partes (hay cocina etíope, thai, gaditana, crudivegana...). Entre tanta oferta, este comensal que les habla decidió apostar por algo seguro: un negocio que se adelantó a la explosión hostelera de este lado de Malasaña y que sigue abierto desde entonces.
El Bar Amor es, tal y como se define, un sitio “familiar”. Pero en su acepción más campechana, la que califica algo que no es demasiado grande y hecho con cariño (no intenten meterse aquí con dos carritos de bebé). Es familiar el equipo, compuesto por cuatro personas, el tamaño del restaurante, con pocas mesas, y los platos que salen de la cocina.
Catamos el servicio de comidas en un soleado día de invierno, y cogemos sitio junto a la ventana, en la mesa de madera más acogedora del local (y con mejores vistas). Nos cantan el menú: se compone de dos primeros y dos segundos, bastante apetecibles ambos. Como voy en pareja se puede probar de todo. Albricias.
Abrimos boca con dos platos que aparentemente son como la noche y el día: vichysoisse de puerros y alcachofas y fusilli con setas y sobrasada. Pero al probarlos vemos que no se encuentran tan distantes: la crema francesa es sabrosa, con enjundia aunque también con un estupendo sabor a puerro (abstenerse vegetófobos), digna de saciar cualquier estómago hambriento a la vez que la vista -y el paladar- disfruta con el toque decorativo del aceite y la nata líquida.
La pasta, por el contrario, es bastante liviana pese a llevar sobrasada. El truco está, parece ser, en mezclarla con una interesante combinación de setas shiitake, champiñón, tomate, romero y avellana (me lo apunto para casa). Una fiesta de sabores a los que se añade unos fussili tersos, cocidos al punto como no suele estilarse en este país pero sí en la bendita Italia.
Pasamos a los segundos, que presentan la tradicional dicotomía entre carne y pescado. Lo sacado del mar son calamares encebollados con arroz blanco, una opción tiernísima -ni que hubieran venido del Manzanares- cocinados en tiras con una salsa suave hecha a base de cebolla y con algo de cebollino, por añadir más bulbos a la mezcla, que se disfruta mejor mezclando con el cono truncado de arroz que la acompaña.
Aunque el plato estrella -con perdón de los otros tres- son las chuletillas de cordero, condimentadas con ajo y perejil, tan tiernas y jugosas que acabo relamiendo los huesos hasta no dejar ni un ápice de carne. Un plato así no admite trampas: o la materia prima es estupenda, o no hay otra manera de prepararlo. Y esta que probamos es de primera. Las patatas fritas caseras, por cierto, también estaban para no dejar ni una en el plato.
Para acabar hay muchas opciones de postre. Tiramos por el tiramisú, que además de muy dulce lo encuentro esponjoso y terso a la vez -vamos, que se come bien- y también probamos el yogur griego con miel y nueces, que acaba resultando delicioso.
Resumiendo: acabamos la comida seguros de haber probado uno de los mejores menús del día de Manuela Malasaña, compuesto de platos elaborados con mimo, sutileza y buena maña. Además, si a esto añadimos que el local es un remanso de paz y se respira calidez, está claro que repetiremos. Consejo: si quieres probarlo, reserva antes que se llena a menudo.
Más rollo foddie:
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