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García Molinas: entre la diversidad y el abandono

Luis de la Cruz

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Entre la Gran Vía y la pequeña calle de Ricardo León (ambas contribuyen a delimitar la plaza de los Mostenses) encontramos la calle de García de Molinas

El nombre está dedicado a Francisco García Molinas, médico y político de origen portorriqueño que fue teniente de alcalde de la ciudad y, curiosamente, el primer presidente de la Real Federación Española de Fútbol.

El primer tramo de la calle, hasta las curiosas escaleritas de la Travesía de la Parada, está delineado por el lateral del antiguo cine Gran Vía, y presidido por el cartel de la función en curso en el Teatro Compac, sin duda la construcción de más valor de la calle.

El Cine Gran Vía se inauguró en el año 1944, siendo considerada una de las mejores salas de Europa. Del esmero que se puso en la decoración da idea el gasto de más de tres millones de pesetas, la mitad del coste total del cine. El cine cerró en 2004 y desde 2007 se convirtió en edificio comercial, aunque coexiste con el Teatro Compac.

Algunas de las cosas más interesantes que suceden en la calle no lo hacen al aire libre, lo hacen tras los muros de ladrillo del mercado, o bajo tierra. En García Molinas esté el acceso al parking de Mostenses y, junto a su evidente uso de aparcamiento, encontramos uno de los locales más especiales de la zona: el karaoke Master Plató. Este lugar, oculto tras una puerta que en nada presagia los típicos sillones de karaoke al otro lado, se ha convertido en lugar de peregrinación para aspirantes a divas y divos de la canción española, grupos de amigos en busca de despiporre nocturno y amantes del kitsch.

En el margen izquierdo de la calle se halla una de las entradas del mercado de los Mostenses, muros nada sobresalientes que contienen la, por desgracia, escasa vida de mercado del barrio. En el mercado, además del género de toda la vida (destacable es la casquería) podemos encontrar productos asiáticos frescos a buen precio, regalo de diversidad de los vecinos de origen chino que abundan en la zona, así como toda clase de frutas exóticas y especias de la más diversa procedencia.

El origen del actual mercado hay que buscarlo en el anterior, bello ejemplo de arquitectura del hierro y el cristal al modo que aún hoy podemos ver en el de San Miguel, que estaba un poco más al norte que el actual y que desapareció en 1925, con las obras de la Gran Vía.

Tiene a continuación la calle dos bloques de edificios, el denominado Edificio Mostenses y el contiguo, que en poco ayudan a la difícil estética de la plaza. Arquitecturas de las décadas del siglo XX que más hicieron por afear el centro madrileño. En sus bajos, una gran discoteca, un restaurante italiano y algún negocio más suman a la ajetreada vida comercial de la plaza.

Mostenses from Guillermo Matamala on Vimeo.

Mucho se habló hacia 2010 de la remodelación del mercado y de la plaza, con un proyecto que hubiera significado la sustitución del viejo mercado por uno nuevo, que quedaría inserto en una nueva mole que incluiría “zonas deportivas, piscina, biblioteca, guardería, un gran parque-cubierta, oficinas, un cine al aire libre, un restaurante, escuela de hostelería, un mirador y cuatro plantas de aparcamientos subterráneos”. Sin embargo, finalmente, la remodelación quedó en agua de borrajas.

La pequeña calle de García de Molinas, como toda la plaza de los Mostenses, sólo puede regalar a los madrileños, construida por girones mal hilvanados como está , la diversidad y la vida que en ella transcurren. Es necesario tomar el regalo sin renunciar a la necesaria exigencia de un plan de rehabilitación para la zona que hace ya mucho que va haciendo falta.

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