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Las míticas noches de la Malasaña de los 80 y los 90 en el Café Manuela: tertulias, música, poesía, porros y alcohol

Pedro Almodóvar, en octubre de 1988, en el café Manuela. Una de las fotografías inéditas que forman parte de la exposición

Antonio Pérez

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El fotógrafo Jesús Sebastián pasó 18 años de su vida -de 1982 al 2000- patrullando las noches de Malasaña con su cámara. Las 6.500 jornadas ininterrumpidas que estuvo ofreciendo sus servicios a los clientes de los bares y restaurantes que recorría a diario dejaron tras de sí un inmenso y poco conocido archivo que, tras permanecer dos décadas semi olvidado en el sótano de un famoso local de La Movida -El Penta, primer bar de copas de España- ha sido rescatado y digitalizado por el propio autor.

Este ingente trabajo comienza a dar sus frutos en forma de exposiciones y el próximo domingo, a las 13 horas, se inaugura una compuesta por 72 instantáneas inéditas más una proyección en bucle de otras 2.600 imágenes que no han sido impresas. Todas son fotografías tomadas en el Café Manuela (San Vicente Ferrer, 29) durante los años 80 y 90 y se podrán disfrutar en ese mismo espacio hasta el 3 de octubre.

Se trata de una pequeña muestra de los más de 65.000 negativos que atesora Sebastián y que documentan parte de la mitificada vida nocturna que tuvo Malasaña en aquella época.

Abierto en 1979 por el recientemente desaparecido Juan Mantrana, el Manuela se convirtió en uno de los centros neurálgicos del despertar cultural de Madrid tras la dictadura, siendo punto de encuentro de intelectuales y creadores de la llamada generación de El Rollo y de alguna anterior (García Calvo, Carmen Martín Gaite, Moncho Alpuente, Chicho Sánchez Ferlosio...), de protagonistas de La Movida madrileña más literaria y, en general, de un amplio abanico de anónimos personajes amigos de conversaciones que finalizaban a altas horas de la madrugada entre humo, alcohol y propuestas de todo tipo que tuvieron como escenario este café de aspecto decimonónico.

“En el Café Manuela había tertulias, conciertos, exposiciones de pintura, desfiles de moda, recitales de poesía, actuaciones de teatro... Pero es que en toda Malasaña, hasta el año 89, se vivieron unos años dorados en lo social y cultural y en cualquier local, por pequeño que fuera, había música en directo de todo tipo, no sólo de pop y rock, como se recuerda por el hecho de que la fama de lo que fue La Movida musical ha llegado a eclipsar todo lo demás, sino que también había mucho jazz y blues e, incluso, música clásica en según qué locales. Cada local fue asentando su público y la diversidad era lo que predominaba”, recuerda un Jesús Sebastián conocedor de todo tipo de ambientes en su calidad de fotógrafo ambulante.

El grueso de la producción de fotografías de Jesús Sebastián lo protagonizan personas -anónimas y famosas- que posaron para él y que le pagaban por sus retratos (en blanco y negro y formato 13 por 15). Los resultados son producto de un único disparo. Su trabajo, meramente alimenticio, en principio, ha adquirido con el tiempo gran valor documental.

En la exposición que se presenta en el Manuela se pueden encontrar rostros reconocibles como los de Pedro Almodóvar, Moncho Alpuente, Gran Wyoming, Carmen Martín Gaite, Sánchez Ferlosio y Manuel Piña -por citar algunos- junto a otros miles desconocidos. “Realmente, quien pasara por el Manuela entre 1982 y 1999 es susceptible de ser parte de esta muestra y de reconocerse en alguna fotografía”, asegura Sebastián, quien también ha incluido en ella actuaciones de músicos como George Moustaki, Javier Krahe, Paco Ortega e Isabel Montero o Académica Palanca, y que afirma haberse encontrado con más de una sorpresa durante la selección de las imágenes como, por ejemplo, la aparición de una anónima Manuela Carmena.

Jesús Guerrero, actual propietario del Manuela, quien conoce a Sebastián desde que entró a trabajar en el café en 1992, ha sido el impulsor de esta exposición, que cuenta con una modesta pero apañada producción. Reivindica el papel principal de agitadores culturales que tuvieron los cafetines como el suyo en los tiempos de La Movida y hace una curiosa distinción entre los noctámbulos que poblaban Malasaña en los años que el barrio adquirió fama e identidad: “Unos iban a fumar porros y a charlar y otros a fumar porros y a bailar. Según sus preferencias elegían un local u otro. Los clientes del Manuela pertenecían al primer grupo. Había una gran vida social y cultural a diario que bien podía acabar a las cuatro o a las cinco de la mañana. No hacía falta quedar con nadie. La gente salía y se encontraba en los bares y cafés. Quiero aclarar que el consumo de marihuana, entonces, se hallaba en una situación alegal, no estaba perseguido penalmente ni mal visto socialmente”.

El historiador Juan Carlos González, de Carpetania Madrid, hace una distinción algo más profunda que la de Guerrero sobre el distinto público nocturno de aquellas noches de Malasaña, conformado por “dos generaciones, separadas por una década, que podían coincidir en ambientes muy determinados como podían ser los bares tradicionales y también algunos cafés”.

“Los más mayores estaban más politizados, dado que su primera juventud coincidió con los últimos años de la dictadura. Había objetores de conciencia, progres, hippies, poetas, intelectuales de origen obrero en su mayoría... Los más jóvenes, los de La Movida que realmente se hizo luego famosa, provenían de una clase media o acomodada, no querían saber nada de política, apostaban más por la estética, los bares musicales y también contaban con una mayor presencia de mujeres entre sus filas”.

En cualquier caso, tanto un tipo de fauna nocturna malasañera como la otra posó para Jesús Sebastián durante los 20 años que se mantuvo en este oficio de retratista-estajanovista-ambulante. Su archivo, en su inmensa mayoría inédito y ahora ya por fin bien clasificado por meses, años, nombres de bares y temática, es una enorme chistera de mago de la que en cualquier momento podría surgir nuevo e interesante material.

Cambios

Los años dorados que reflejan la exposición de Jesús Sebastián se vivieron durante los 80 y se prolongaron con más lucha en los 90. Las medidas represivas vigentes durante la dictadura dieron paso a una permisividad recibida con ansias por la ciudadanía. No fue hasta 1989, año en el que llega a la concejalía del distrito Centro de Madrid Ángel Matanzo, que se empieza a poner puertas administrativas y sancionadoras a un campo que hasta entonces parecía ser todo orégano.

“Los cafés y los bares que habíamos sido promotores y aglutinadores de una explosión cultural jamás vista nos convertimos de repente en lugares sospechosos y poco menos que llenos de delincuentes a ojos de los responsables municipales. Muchos sufrimos cierres o intentos de clausura y a partir de 1992 se prohibieron los conciertos que sucedían en casi cualquier lugar. Nosotros los mantuvimos como pudimos hasta el año 2000 aproximadamente, pero ya nada era igual. Recuerdo que uno de los últimos que acogimos fue uno del cantautor Ismael Serrano. Además, a la presión de la normativa se unió un cambio en los gustos del público. Si años antes en el Manuela tuvimos recitales de poesía con el local lleno en los que no se oía ni una mosca con el cambio de siglo eso era impensable. Es como si se hubiera producido un parón cultural y la gente estuviera saturada de estímulos. Por aquel entonces tuvimos la suerte de que Pablo Milanés quisiera actuar una noche en el café por gusto; bueno, a cambio de una botella de Johnny Walker etiqueta negra y de una tortilla de patatas, dos de sus debilidades... ¿Te puedes creer que hubo gente que no aguantó la actuación entera o que hablaba en medio de las canciones?”.

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