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Tarde de reflexión y hartazgo de campaña en los bares de Madrid

Una terraza de la Plaza en Santa Ana, en Madrid

Víctor Honorato

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“Libertad, para mí, no es no encontrarme al exnovio paseando”, resume Gianluca en una terraza de Conde Duque después de comer, en ese momento en que los cafés de la sobremesa dan paso a los primeros chupitos. Es lunes, pero en Madrid parece domingo porque es festivo, y como la tarde todavía no refresca, los vecinos acuden a las terrazas antes de votar este martes para hacer balance de la campaña. O al revés, optan por vaciarse la mente de las soflamas de las últimas dos semanas. 

Gianluca, que se refería a una frase de Isabel Díaz Ayuso, la candidata del PP, en una entrevista la semana pasada, está con Javier y Patricia, dos amigos que viven en Prosperidad y han bajado a tomar algo al centro con las niñas porque unos conocidos han abierto un bar. “Ya está todo reflexionado”, dice Javier, que, a pesar de la aventura empresarial de los amigos, no está de acuerdo con uno de los caballos de batalla de la candidata del PP, Isabel Díaz Ayuso: mantener abierta la hostería a toda costa, a pesar del coronavirus. “No ha habido ninguna ayuda”, apunta. Los tres están de acuerdo en que la campaña se ha saldado con mensajes “muy simplistas”.

Hay quien aprovecha el festivo para no hablar de política. En una terraza de la calle Bailén, cerca del Palacio de Oriente, junto a las obras de remodelación de la Plaza de España, están Maribel, Carmen y Teresa. “Lo que sea sonará”, despeja Maribel. Carmen y Teresa estaban comentando una noticia sobre un hombre trans que ha dado a luz esta semana, pero admiten que en el grupo hay, en lo que a los partidos se refiere, “poca implicación política”.

“No votamos por la campaña, sino por lo que hemos vivido este año”, asegura Ángela un poco más al norte, en una terraza en la calle Eloy Gonzalo. Están con ella Fran y Guillermo. Este último se queja de que en las dos semanas de mensajes electorales ha habido “poca política” y enfrentamientos “de patio de colegio” a derecha e izquierda. “Todos han sido muy pesados”, les parece.

Conforme se avanza por Chamberí, las reflexiones de los clientes van adquiriendo el cariz conservador que se asocia al barrio y que muestran los mapas de votación de comicios anteriores. Para muestra, Catalina, de 28 años, acompañada de Teresa, de 27. “No me gustan nada los políticos, pero ya lo tengo decidido. No me importa decirte que votaré a Ayuso: abrir los bares ha ayudado a muchas familias”, opina Catalina, para quien la candidata conservadora ha demostrado, como defendían los carteles de apoyo de algún establecimiento, una doble esencia testicular. Reconoce, no obstante, que apostar por la hostelería ha podido suponer, “quizás, solo quizás”, poner la economía por encima de la salud. Teresa es crítica con el tono de la campaña, una “pantomima” caracterizada por las “llamadas al sentimiento” y no tanto por las propuestas concretas, a su entender. Catalina es de Pozuelo. Teresa, de Chamartín.

El cansancio con el discurrir político madrileño se palpa también en la reticencia a dar el apellido o ser fotografiado con los gin-tonic de la tarde, circunstancia que también se repite en la calle Ponzano. Se puede decir que aquí empezó todo, en cuanto a la hostelería pos-COVID se refiere. En esta vía fue donde primero proliferaron las terrazas en plazas de aparcamiento al terminar el confinamiento del año pasado —en Ciudadanos se han desesperado recordando que esta fue una medida patrocinada por el partido en el ayuntamiento, y su candidato, Edmundo Bal, hizo escala en una terraza en su rutina de la jornada de reflexión—. De aquí partieron también las mayores muestras de adhesión del sector hostelero a la aspirante del PP.

Es en Ponzano, no obstante, donde aparecen los primeros indecisos de la tarde. El primero se llama Alberto, consultor ambiental de 27 años y de familia socialista. Lo acompaña su amigo Blas, de 30, estudiante de doctorado, que está muy molesto con “la campaña sucia, los ‘ad hominem’ y la mala educación, sobre todo por parte de la derecha” y que entiende también que el “personalismo” de los candidatos ha sido excesivo; haría falta otro partido de izquierdas que supliese estas carencias, cavila. Oyéndolo ahora, Alberto duda. “Tengo ganas de no votar, pero no me gustaría”, acaba diciendo, titubeante, pero convencido, eso sí, de que en Madrid se debería poder presumir de otras cosas, además de “fardar de bares”. El segundo indeciso es Sergio, que se muestra tímido unas mesas más arriba. Este martes irá a votar, aún no sabe a quién: “No lo he seguido mucho, vi al principio que era bastante intenso y ya lo dejé”.

Más adelante están Joaquín (31 años), Cristina (29) y Jesús (32), los tres sevillanos, pero residentes en Madrid desde hace varios años, que viven en el barrio del Pilar. “Yo ya había decidido el voto antes de la campaña”, señala Joaquín, que es de Vox y dice que solo ha estado pendiente a medias de la actualidad estas semanas, “demasiado excitante”, a su entender. Jesús es menos diplomático, cree que el más beligerante ha sido “el Coletas”. Cristina es de Ayuso. “Sólo por lo de los bares tiene mi voto”, afirma. Hay una cuarta persona en la mesa que votará mañana, pero hoy se reserva la opinión. “Es de izquierdas”, explican los demás.

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