Carlos Elordi es periodista. Trabajó en los semanarios Triunfo, La Calle y fue director del mensual Mayo. Fue corresponsal en España de La Repubblica, colaborador de El País y de la Cadena SER. Actualmente escribe en El Periódico de Catalunya.
Trump puede ir a la guerra con Corea del Norte
Gideon Rachman ha recordado esta semana en el Financial Times que las grandes guerras del siglo XX estuvieron precedidas por fatídicos errores de cálculo. Escribe que los alemanes no previeron que Gran Bretaña iría a la guerra por Bélgica en 1914. Que Stalin no vio venir la invasión alemana de Rusia. Que Japón y Estados Unidos se equivocaron respecto de las intenciones de uno y otro antes del ataque del Pearl Harbour. Y que en 1950 Washington no supo prever que China entraría en la guerra de Corea. “Un riesgo similar pende sobre la península de Corea en estos días”, concluye el analista británico. “El peligro de que Kim Jong Un y Donald Trump cometan errores de cálculo respecto de las intenciones del otro son reales y las consecuencias de ello serían catastróficas”.
En idéntica dirección, aunque de forma no tan tajante, se han expresado otras conocidas firmas de la prensa internacional. La preocupación porque la tensión de estos últimos días pueda dar un salto cualitativo y terminar en un desastre es palpable en varios periódicos de referencia. Y seguramente no tiene precedentes desde los tiempos de la crisis de los misiles de la Cuba de 1962. Sobre todo por un motivo: porque el conflicto enfrenta a dos personajes absolutamente imprevisibles como son el presidente norcoreano y el norteamericano. Sus trayectorias confirman, en efecto, que pueden tomar decisiones fuera de cualquier lógica y únicamente en función de sus propios cálculos e impulsos.
El primer misterio sobre el que hoy se afanan los especialistas es el motivo real de la escalada nuclear de Kim Jong Un. Que aun siendo una continuación de la que iniciaron su padre y su abuelo, se ha acelerado extraordinariamente desde que el joven dictador llegó al poder hace seis años. Hasta llegar al punto actual en el que todo parece indicar que Corea del Norte está ya en condiciones, o podría estarlo en breve, de lanzar un misil con cabeza nuclear capaz de alcanzar no sólo la isla norteamericana de Guam sino incluso el territorio continental de Estados Unidos.
Corea del Norte vive en estadio de asedio permanente, dramático en algunas fases, desde que terminó, provisionalmente por cierto, la guerra de 1950-53. Es un país militarizado que destina desde siempre la mayor parte de sus gastos a la defensa. Su ideología oficial es la de la guerra, contra el vecino del Sur y, sobre todo, contra Estados Unidos, que, según el discurso del gobierno, podría reabrirse en cualquier momento. El rearme no es por tanto una noticia, sino una constante y dentro de éste, el nuclear también. Kim Jong Un parece convencido de que otras dictaduras similares a la suya, y enfrentadas abiertamente con Washington, como las del irakí Sadat o el libio Gadafi, no habrían terminado como lo hicieron si esos países hubieran dispuesto de armas nucleares.
Desde ese punto de vista, la escalada de los últimos meses se inscribiría únicamente en una estrategia de disuasión nuclear, es decir, sería únicamente un movimiento de orden político destinado a frenar cualquier tentación exterior de acabar con el régimen. Y, por tanto, no debería inquietar de manera extraordinaria, aun cuando reforzaría la potencialidad de Corea del Norte para alterar el actual statu quo de una de las regiones más estratégicas del mundo.
Pero no es imposible que el dictador norcoreano esté contemplando la hipótesis de ir más allá de esa lógica y que crea que un golpe de mano puede favorecer sus planes. Sobre todo porque piense que Estados Unidos no se atrevería a responder drásticamente porque eso provocaría la intervención de China, el histórico sostén de Corea del Norte, y quien sabe si también la de Rusia, actor nada secundario en la región.
Ese es uno de los peligros que contemplan algunos analistas. El otro es que Donald Trump se líe la manta a la cabeza y decida actuar militarmente. Antes o después de que Kim Jong Un pase a mayores. En los últimos días el tono de las intervenciones del presidente norteamericano, y las de alguno de sus principales colaboradores, han hecho pensar que eso era perfectamente posible.
Y más aún si se tiene en cuenta que Trump no se ha limitado a amenazar con el infierno a Kim y a todo su país, sino que también ha tirado durísimamente contra su histórico protegido, Corea del Sur, por propugnar una política de apaciguamiento con sus vecinos. Y también contra China a la que no sólo ha espetado que su política de diálogo con Corea del Norte no vale para nada, sino a la que asimismo ha amenazado con represalias comerciales si sigue haciendo negocios con Kim Jong Un.
Aunque en la reunión que este lunes celebró el Consejo de Seguridad de la ONU la delegada norteamericana se mostró más comedida que su presidente, nada indica que Trump y los halcones que le rodean no estén dispuestos a intensificar su presión sin contemplar límite alguno. (Por cierto, que más de un analista cree que un endurecimiento de las sanciones económicas a Corea del Norte, del tipo del corte del suministro de petróleo que ha propuesto más de un dirigente norteamericano, podría provocar una reacción drástica de Kim tanto como una acción militar).
El fracaso sin paliativos que está siendo hasta el momento el mandato de Donald Trump podría avalar paradójicamente la hipótesis de la salida más catastrófica. Incapaz de llevar a la práctica su programa legislativo, porque tiene en contra a buena parte del parte tanto del partido demócrata como del republicano, investigado por el FBI y por un fiscal especial por el asunto de la conexión rusa, incapaz de crear un equipo estable en la Casa blanca, criticado por todo el mundo y dando tumbos en política internacional, Trump podría creer que una acción militar contra Corea del Norte le devolvería la iniciativa y la capacidad de acción en la escena política nacional e internacional. Porque, entre otras cosas, no pocos norteamericanos se pondrían de su lado. Desde luego, los que le votaron el año pasado, el 70 % de los cuales dice que volvería a hacerlo.
Kim Jong Un puede cometer un error de cálculo creyendo que China y Rusia frenarán a Trump en cualquier caso. Y el presidente norteamericano puede cometer otro pensando que una acción norteamericana no provocará reacciones mayores de China o de Rusia. Y uno u otro fallo podrían costar millones de vidas. Con todo, lo sensato es pensar que las cosas no llegarán a tanto.
Sobre este blog
Carlos Elordi es periodista. Trabajó en los semanarios Triunfo, La Calle y fue director del mensual Mayo. Fue corresponsal en España de La Repubblica, colaborador de El País y de la Cadena SER. Actualmente escribe en El Periódico de Catalunya.