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Prueba del Opel Mokka 1.2 T, una cara bonita y un corazón brioso

Opel Mokka 1.2 T.

Pedro Urteaga

El Mokka está llamado a ser, por un lado, el abanderado estético de la nueva Opel y, por otro, un vehículo que cala en el público merced a un estilo urbano y chic. Esto último se adivina cuando uno circula por las calles de Madrid, urbe -como todas- en la que pocas cosas llaman la atención, y descubre numerosas miradas curiosas que parecen preguntarse “¿ese qué coche será?” al tiempo que algunos rasgos les hacen reconocerlo inmediatamente como un Opel.

Sin duda, los ojos se van en primer lugar al frontal y su Opel Vizor, una suerte de antifaz negro que rodea la rejilla y los faros y que, cortado casi en vertical, recuerda al histórico Manta. Llaman también la atención, en el caso del acabado GS Line que se nos ha adjudicado, la línea roja que recorre buena parte de la silueta de la carrocería y hace juego además con los detalles de las llantas en el mismo color.

Desde el puesto del conductor, cautiva la nervadura que divide el capó delantero en dos mitades, gracias a la cual se siente un poderío equiparable al de los 4x4 de toda la vida, y eso que el Mokka se sitúa en las antípodas de estos por planteamiento. Estamos, como decíamos al principio, ante un SUV de carácter urbano y moderno, todo lo contrario también de un Crossland, más práctico y amplio interiormente, que bien puede considerarse su álter ego familiar y utilitario dentro de la gama Opel.

Con 4,15 metros de longitud, el nuevo modelo presenta por el contrario un habitáculo más bien reducido, especialmente en las plazas traseras, donde es complicado acomodarse si se mide más de 1,80 metros. El maletero cuenta con 350 litros de capacidad, pero tiene el inconveniente de un notable escalón entre el borde de carga y el piso donde efectivamente se depositan el equipaje o las bolsas de la compra. 

Después de haber conducido la versión eléctrica del modelo, Mokka-e, durante su presentación hace unos meses, esta era la primera vez que manejábamos un Mokka libremente y a lo largo de varios días, solo que en una versión con motor de combustión interna, en concreto un gasolina 1.2 T de 130 caballos combinado con la transmisión automática de ocho velocidades EAT8.

Los apenas 1.300 kilos del conjunto, en vacío, permiten que con esta potencia el coche se desenvuelva con agilidad en el tráfico urbano y pueda también cumplir en desplazamientos más largos. Incluso en modo Eco, el más light de los tres disponibles (con Normal y Sport), la respuesta es satisfactoria y fluida debido al buen entendimiento entre el conocido motor tricilíndrico de PSA, ahora Stellantis, y la caja de cambios automática EAT8, otro clásico ya de este consorcio automovilístico.

Fruto de este acertado maridaje, el Mokka se contenta con un gasto de combustible parco para un vehículo de gasolina, de 6,3 litros/100 km según nuestras mediciones, y que solo se acerca a los 7 litros/100 km de media al hacer uso intensivo del modo Sport y, en general, cuando se imprime un ritmo de conducción elevado.

El cambio de marchas se maneja en este caso por medio de un pequeño mando situado en la consola central y consistente en una rueda que permite escoger entre las tres funciones principales (marcha adelante, marcha atrás y punto muerto) y en una tecla con la que se activa la de Parking (P). 

Un interior moderno, pero reconocible

La consola, en parte gracias a suprimirse la palanca de cambios tradicional, muestra un aspecto mucho más limpio y moderno de lo acostumbrado en Opel, aunque la tipografía empleada en los mandos nos recuerda en qué marca estamos. Por supuesto, lo que más atrae la mirada -como el Opel Vizor de puertas afuera- es la instrumentación digital, conformada por un único panel que une el cuadro de instrumentos en sí mismo, de hasta 12 pulgadas, con la pantalla central, de 10“.

Con el Opel Pure Panel conviven los mandos físicos, siempre bien recibidos, que regulan el sonido, la climatización y el navegador. Se trata de un signo de clasicismo, si se quiere, que no podemos sino agradecer por lo que supone tanto de seguridad como de no complicar la vida al usuario.

A modo de complemento de los trazos rojos del exterior, el habitáculo acoge los correspondientes detalles en el mismo color, rodeando no solo el Pure Panel, sino también las salidas de aire y dando un toque alegre a los asientos, muy ergonómicos, por cierto, como es característico desde hace años de la firma de Rüsselsheim.

Llegamos al final con una simple apreciación, que no alcanza la categoría de defecto, relativa al abuso del llamado negro piano en el habitáculo de numerosos modelos. Aunque precisamente aquí su uso está circunscrito a la zona de la consola que rodea al selector de marchas, lo cierto es que incluso alguien poco maniático se siente tentado de viajar con una bayeta al lado para limpiar constantemente las huellas de dedos y el polvo acumulados.

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