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Diego Sánchez Aguilar, escritor: “La realidad se ha convertido en una distopía y no nos damos cuenta”

El autor Diego Sánchez Aguilar

José Miguel Vilar-Bou

Murcia —

Diego Sánchez Aguilar (Cartagena, 1974) publica `Factbook, El Libro de los Hechos´ (Candaya), novela distópica en la que despliega un mundo dramáticamente parecido al nuestro y cuyos personajes, superados por los acontecimientos políticos y económicos, viven sensaciones idénticas a las nuestras. Con esta historia, que es el grito de impotencia y rabia del ciudadano medio ante la inmanejable realidad, el autor debuta en el género largo: “La ambición de la idea sobre la que quería escribir me lo pedía”, explica. Sánchez Aguilar ganó el premio Setenil al mejor libro nacional de relatos por `Nuevas teorías sobre el orgasmo femenino´ en 2016. Es también autor de dos libros de poesía.

¿Puede la novela llevarte a un público más amplio?

Es cierto que dentro del poco público que hay en la literatura, el género que más tiene es la novela: El de la poesía es residual, casi podríamos decir que una secta, y el del relato es algo más extenso. Pero no es una vocación mayoritaria la mía, ni busco crear un producto con que alcanzar mayor público… aunque claro que me gustaría que el libro tuviese muchos lectores.

El libro arranca con el presidente de la CEOE ahorcado en un toro de Osborne, ¿Cómo surge esta imagen?

Surgió de una idea que subyace en toda la novela: la culpa y los culpables de la crisis. Los medios de comunicación nos la cuentan siempre como si hubiese sido un tornado o un asteroide… un fenómeno natural. Pero la crisis, todo lo que hemos sufrido y sufriremos, es producto de decisiones humanas, tomadas por personas muy concretas. Entonces, lo que me pregunto en el libro es qué pasaría si esas personas, que perjudicaron al ciudadano de a pie para favorecer a una minoría extremadamente rica, sufrieran un ataque terrorista; si surgiera un grupo que los atacase.

El relato está impregnado de esa sensación de extrañamiento y confusión que sentimos todos desde la caída de Lehman Brothers.

Así es como yo me sentía y me siento, y por eso escribí la novela. Escribo ante las cosas que no entiendo. Cuando siento que algo es importante, pero no logro comprenderlo bien es cuando surge la literatura: indagas en ti, o en la sociedad, a través de la ficción. Entonces, ese cambio que irrumpió en 2008, que nos encamina no sabemos adónde, que ha roto reglas del juego que considerábamos sagradas… Esa sensación de asombro es la que encuentras en los personajes del libro y en ese mundo extraño, exagerado que he creado, pero que es el nuestro.

También está muy presente el miedo.

Mucha gente vive con miedo hoy, no solamente por la incertidumbre ante el futuro, sino también ante la batería de medidas restrictivas de nuestros derechos y libertades que se está aplicando. Muchos tienen miedo de hacer una canción o un chiste porque, a raíz de la ley mordaza, cualquier cosa puede convertirse en delito de odio y acabas en la cárcel, como les pasó a los titiriteros.

El personaje de Rosa está siempre firmando peticiones de Change.org contra leyes injustas, pero en ello sólo hay impotencia.

En Rosa he querido transmitir muchas sensaciones mías, o que percibo a mi alrededor. Y una de ellas es la impotencia. Tras ese brillo del 15-M frente a los abusos del poder y del capital, hubo una reacción, pero ahora la gente se ha instalado en la derrota. Y esa catarata de firmas de Rosa en Change.org pretende mostrar la inutilidad de ese tipo de protestas. Es como si las enviara a una papelera de reciclaje: venga, protesta aquí y siéntete bien, que tu queja queda archivada y neutralizada inmediatamente.

Lo ve todo suceder por televisión, sin poder hacer nada.

La televisión es muy importante en la novela. Si Rosa encarna la impotencia, no hay nada que la genere más que la televisión: es una pantalla, no puedes atravesarla, no puedes intervenir en lo que sucede al otro lado. Mientras, el aparato vomita continuamente escenas de un mundo que va a peor y tú sólo puedes recibir esa catarata. Se crea un círculo vicioso de derrota y rabia.

Tu novela ha sido definida como distopía o como “aparentemente fantástica”, pero describes un mundo muy cercano al nuestro.

Lo que me motivó a escribirla, el origen estético, fue el pensamiento de que la realidad se estaba convirtiendo en una distopía, en un `1984´. Vivimos inmersos en nuestro día a día y no nos damos cuenta de los cambios que nos llevan en esa dirección, pero es así. Entonces se me ocurrió inventar un mundo distópico, con elementos fantásticos como la empresa de criogenización, pero en el que han sucedido todos los acontecimientos reales que conocemos desde 2008 hasta ahora. El lector reconocerá ese mundo como propio, pero a la vez está deformado.

Uno de tus personajes habla sobre el desajuste entre lo que nos enseñan desde pequeños que es la justicia y lo que sucede en la realidad.

Esa me parece la gran paradoja de nuestra sociedad: cuando lees la Constitución o la Declaración Universal de los Derechos Humanos, lo que se supone que es el mundo… es maravilloso, la verdadera utopía: todos somos iguales, existen el derecho a la igualdad, a la libertad, a la vivienda, al trabajo… Estamos educados en que ese es el mundo. Pero entre lo escrito y los hechos hay un abismo, uno que se ha agrandado enormemente desde 2008. Para empezar, las grandes decisiones no las están tomando personas elegidas en democracia, sino grandes fondos de inversión privados. Ellos determinan qué pasa y qué no en un país.

Tal vez por eso cada vez más gente se vuelve hacia líderes autoritarios que hablan de recuperar un supuesto espíritu nacional.

Creo que es una de las razones del ascenso de la extrema derecha. La gente se rebela. En 2008, cuando aún había una oportunidad, la reacción contra la crisis fue nefasta. Se empezó diciendo que había que poner límites a los bancos en sus operaciones de riesgo extremo, y aquello de “refundar el capitalismo”… Pero no se puso coto al capital, que es una masa ciega, que no es humano, que es avaricia pura, máquinas, algoritmos que buscan el beneficio máximo, sin importar quien caiga en el camino.

Desde entonces, el dinero goza incluso de más libertad, y al final la gente se da cuenta y reclama, tanto desde la izquierda con el 15-M, como desde la extrema derecha. Ésta tiene éxito porque sus líderes hablan de defender al ciudadano y, lamentablemente, este discurso está atrayendo.

En un momento de la novela uno de los personajes afirma que el éxito de las redes sociales se debe a que gente está sola y necesita sentirse parte de algo. ¿Cuál es tu visión sobre ellas?

Las redes sociales provocan un efecto burbuja, como le pasa al personaje de Gustavo en la novela. Es el principal problema que les veo: ese aislamiento por el que hablamos sólo de nosotros mismos y por el que sólo vemos lo que dicen personas cercanas a nosotros en cultura, estética, política… Nos metemos ahí para satisfacer nuestro ego. Para buscar la aprobación del grupo. Esa búsqueda del “me gusta”, la dopamina del “like”, puede llegar a condicionar nuestra forma de ser. Por el lado positivo, gracias a las redes sociales, conoces a mucha gente a la que de otro modo no tendrías acceso. Contactas, por ejemplo, con un escritor al que admiras, os hacéis amigos, te encuentras con él en una ciudad… Esa cercanía es maravillosa.

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