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José Daniel Espejo, ganador del Libro Murciano del Año: “El poemario baila con la pornografía emocional de una forma muy delicada”

José Daniel Espejo, autor de 'Los lagos de Norteamérica', en Libros Traperos

Elisa Reche

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José Daniel Espejo (Orihuela, 1975) se vio como Mr. Wonderful en el reflejo que le ofreció su propia entrevista publicada en un periódico durante el verano de 2016: viudo, paseando a sus dos hijos -uno de ellos con autismo severo- en el carro que empujaba con una bicicleta y con el ánimo que le infundía la poesía y el amor. El primer poema de 'Los lagos de Norteamérica', flamante ganador del Libro Murciano del Año, narra ese desconcierto ante sí mismo. El segundo se llama 'Dentro': a partir de ahí Espejo abre las puertas de su casa y cuenta el cuidado diario de su hijo Martín, acompañado también de fantasmas, sordidez y soledad.

El séptimo libro de Espejo, coordinador de la librería y espacio cultural Libros Traperos, es valiente, hondo, con complejas ondas sonoras atravesadas por el dolor, anclado en la tradición poética anglosajona de abrirse en canal. Al poco tiempo de publicarse en Pre-Textos y ganar el Premio Internacional de Poesía Juan Rejano-Puente Genil murió Martín y “eso cambió todo”. Un año después el libro ha vuelto a verse reconocido y Espejo se encuentra algo más recompuesto en su duelo.

La Asociación de Amigos de la Lectura le hará entrega del galardón este miércoles a las 19h en el Salón de Grados de Derecho de la Universidad de Murcia en la Merced.

¿Esperabas tanto reconocimiento por el libro? Ya habías ganado el Premio Internacional de Poesía Juan Rejano-Puente Genil y ahora acabas de recibir el Premio al Libro Murciano del Año.

Tenía una idea muy clara de que el libro era muy poco habitual, por lo menos en nuestra tradición literaria. En la tradición anglosajona hay autores que entran a explorar el yo con una catana. Se examinan como en una tabla de carnicería y de eso extraen conocimiento y poesía. Sabía que jugaba con unas claves que en España son bastante minoritarias. También hay una exposición brutal o sobreexposición; baila con la pornografía emocional algunas veces. Es un libro muy delicado desde ese punto de vista. Tenía muchas dudas cuando lo saqué. Mientras mi ego crece, cada vez tengo más claro que el libro se lo merece.

¿Por qué te decidiste a abrirte en canal y contar la oscuridad del día a día como cuidador de tu hijo con autismo?

En 2016 me vi respondiendo a preguntas para un periódico sobre el cuidado de mi hijo Martín, que tenía autismo severo y era no verbal, con una versión dulcificada de mi vida, muy luminosa, como muy Mr. Wonderful, muy de Instagram: qué bonito es todo, criando a mi hijo, todo amor y yo con ayuda de la poesía estoy creciendo como persona junto a mi crío. Pero cuando apareció esa pieza, incluso cuando se hizo viral, no me reconocí. Me sentía totalmente alienado con respecto a la foto y al texto porque no era lo que pasaba en mi casa. Cuando cerraba la puerta, por supuesto que seguía habiendo amor y cuidados, pero también había una serie de fantasmas de los que jamás hablaba. Y me di cuenta de que se me forzaba como cuidador a dar una versión luminosa de algo que no tenía tanto de luminoso. Todo eso que estaba debajo de la alfombra son una serie de cuestiones que, no solo afectan a mi vida en concreto, sino en general al mundo de los cuidados que está lleno de zonas muy oscuras y de fantasmas.

De hecho marcas una frontera muy clara entre fuera y dentro. Ya el segundo poema se llama así, ‘Dentro’, y parece que abres la puerta de tu casa. Hablar de lo íntimo o lo familiar ha sido más común entre mujeres poetas o novelistas.

El crítico literario Martín Rodríguez-Gaona habla de que la mirada nada complaciente hacia el interior él la ha encontrado en literatura de mujeres o personas LGTBI. Me llama mucho la atención que la etiqueta con la que se ha nombrado esas formas literarias son muy condescendientes, como literatura confesional o intimista. Está lleno de connotaciones de hogar o de cómo crece tu maceta o haces ganchillo y no recogen el proyecto literario que conllevan. En cambio, hay una literatura masculina épica hacia fuera que parece que es lo que un hombre debería de escribir. Thoreau fue el gran poeta de los espacios naturales salvajes de Estados Unidos, pero su madre iba a verlo cada dos semanas y le llevaba la ropa limpia y comida. No habría aguantado ni el primer invierno sin ella.

Creo que la seguridad en uno mismo, que es lo que te hace mirar hacia fuera, te impide mirar hacia dentro de verdad, que es lo que necesitas para este tipo de literatura. Pero lo que encuentras al fondo de todo es a tu especie; es un viaje mucho más interesante que la gran novela épica.

Me viene a la memoria el verso “Cuando llegó el 15M tomé la palabra para hablar de mí, no de mis hijos”.

En la Glorieta se hablaba del Club Bilderberg durante horas y horas y de esto, no tanto. Creo que la oleada de los feminismos y los cuidados políticos ha venido después porque en el 15M sí que tengo la sensación de que había mucho macho alfa tomando la palabra en las asambleas. Los portavoces de las comisiones eran hombres y nadie se lo planteaba entonces. Creo que lo de los cuidados lo tenemos más claro ahora.

¿Cómo te encuentras tras la muerte de tu hijo?

El accidente pasó después de que se publicase el libro y esto cambia todo. Me costaba trabajo hasta volver al libro: no podía presentarlo ni leer poemas en público. En ese momento fue horrible el haber publicado un libro que sacaba toda la oscuridad de convivir con Martín; no podía ni abrir las tapas. Pero me ha ayudado mucho la lectura que ha hecho de la gente. Los lectores ven un libro de amor con otras cosas y a mí eso me vale. Un año después de la publicación ya puedo hablar de él.

¿Te sientes más capaz de hablar desde otro lugar o dejas tu expresión más íntima solo para la creación?

No creo que se pueda compartimentar; haber pasado por todo este proceso también me afecta como persona. Lo que no quiero que se convierta en ningún caso es especializarme en esto. Esto es un proyecto literario que tenía un sentido concreto, no es confesión. Este es mi séptimo libro, el octavo no tiene que ser sobre la muerte de Martín.

En otro poema dices que “el capitalismo malea nuestros mismos afectos, nuestro rechazo”. ¿Hay espacio en la sociedad para “el huevo negro del autismo”, como tú lo llamas, u otros trastornos mentales?

Ese espacio no está, habría que pelearlo, pero para empezar a plantearte un espacio como personas que cuidan o para hacer visibles la realidad de personas diversas y su relación con sus cuidadores y sus familias lo primero de todo hay que romper ese tabú que pesa sobre los cuidadores: ese relato dictado que solo quiere historias de superación. No queremos saber nada de caca, de gritos, de insomnio. No queremos saber nada de lo sórdido que conllevan estas cosas porque es feo y preferimos las stories de Instagram porque nuestra sociedad le da mucho más espacio a los escaparates que a la trastienda y porque tenemos que ser productivos, al mismo tiempo que productos casi de consumo. A una gran cantidad de personas cuidadoras nos acompañan otros elementos como el alcoholismo, la soledad o la pérdida. Los lectores me han devuelto mucha comprensión: sí se pueden hacer visibles esas realidades duras dentro de las casas que no queremos ver.

En 2018 hubo una serie de recortes a la atención a la diversidad en Murcia, así que un grupo de padres creamos un grupo de WhatsApp y aquello desembocó en una movilización sin precedentes de unas 6.000 personas que reivindicábamos atención para los niños con diversidad. Esto lo relaciono con el libro: si dejas de hacerte ese relato en el que eres tú y solo tú el que saca el crío adelante con tu fuerza y amor incondicional y lo sustituyes por otro en el que tienes necesidades, dolores, sobrecarga y necesitas ayuda eso tiene un componente político muy importante.

¿Cómo te sientes como librero y coordinador de este espacio cultural que es Libros Traperos?

Esto es un sueño, soy muy feliz. Me parece importante que existan espacios culturales tan micro, con cultura de base. Aquí se han organizado unas 80 actividades en dos años que tenemos de vida. La semana en la que se declaró el estado de alarma teníamos cuatro actividades programadas. Aquí pasan autores con su primer libro autopublicado, pero también escritores importantes o intercambio de idiomas y hasta baile de swing. Estamos viendo si podemos retomar la actividad en HuertoLab. Ahora veo la pizarra vacía de actividades y se me pone un nudo en la garganta.

En la Región había un cierto déficit cultural y ahora con la pandemia la situación ha empeorado mucho.

Ahora sí que hay un poquito de financiación aquí y allá, pero si te fijas el funcionamiento de espacios es algo que no se recoge en las convocatorias. Creo que las administraciones, tanto la local como la autonómica, desconfían de estos espacios independientes y rehúyen ayudarles a sobrevivir. O bien porque consideran que todo debe pasar a través de ellos o bien porque piensan que tienen que invertirlo todo en producción. Pero eso hace que estos espacios no sobrevivan, como le pasó a La Azotea. Y cuestiones como esta explican que, aunque estemos en la media en cuanto a inversión en cultura pública, los resultados sean tan malos. Según el Observatorio de la Cultura, los resultados de la Región son nefastos y creo que se debe en parte a esto: la falta de confianza brutal en los agentes independientes de la cultura.

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