Recuerdo cómo en la década de los ochenta del siglo pasado, el concejal del grupo de Alianza Popular en el ayuntamiento de Murcia, Ángel Pardo Navarro, le echaba unas broncas monumentales en los plenos y comisiones al alcalde socialista Antonio Bódalo. Hubo ocasiones en las que este, ante el torrente verbal que se le venía encima, parecía encogerse en su sillón del salón plenario hasta casi convertirse en invisible. Yo lo viví en primera persona porque en aquellos años solía cubrir la información municipal para la emisora de radio en la que ya trabajaba. Pardo argumentaba sus intervenciones con tremendo ardor y vehemencia, aunque siempre con una educación exquisita, alejada del insulto y las alusiones de tipo personal. Años más tarde se lo recordé durante una comida, ante lo que él me respondió: “¿Sabes una cosa? Después he mantenido una magnífica relación de amistad con Bódalo”.
Militante de UCD durante la Transición y funcionario del INEM de profesión, Ángel Pardo falleció a finales del año 2000 tras haber sido concejal en dos legislaturas: primero, en su calidad de miembro del Partido Liberal, coaligado con AP, del 83 al 87; y después con el CDS de Adolfo Suárez, del 87 al 91. Posteriormente llegaría a ser diputado por el PP y vicepresidente primero de la Asamblea Regional. Siempre lo recuerdo cuando se producen situaciones como las originadas esta semana en los plenos municipales de Murcia y Cartagena, en los que los ediles se intercambiaron improperios en un espectáculo tan bochornoso como vergonzante.
Resulta meridianamente claro que, para números como esos, desde luego, la ciudadanía no paga con sus impuestos los sueldos de esta gente. Porque si lo ocurrido en el edificio de la Glorieta de España, en Murcia, fue más que lamentable, lo acaecido en el Palacio Consistorial cartagenero resultó más propio de una corrala que de un lugar de intercambio de ideas y pareceres. Una cosa es el ímpetu, la vehemencia y la fogosidad dialéctica a la hora de exponer argumentos y razones, y otra la escasa educación, la zafiedad y el mal gusto.
Las frases altisonantes proferidas por el portavoz de Movimiento Ciudadano, José López, contra la alcaldesa de Cartagena, la popular Noelia Arroyo, no son solo palabras. Entrañan actitudes que dicen mucho de lo que el personaje alberga en su interior desde que fue descabalgado de la alcaldía, en la que ya se veía de nuevo tras ser el más votado en las elecciones de 2019, merced a un singular pacto tripartito entre el PSOE, PP y Ciudadanos. El odio y el rencor nunca fueron buenos consejeros en la vida, y menos aún en la política, donde debiera haber adversarios pero nunca enemigos. Hay quien no entiende que la aritmética política admita, incluso, extraños compañeros de cama. Lo que es evidente es que la trimilenaria ciudad de Cartagena merecería unos políticos de más fuste y nivel, a la altura de su historia, y no simples bufones chacoteros.
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