Aún faltan varios días para que termine la COP25, siglas de Conference Of the Parties, Conferencia de las Partes, es decir de los países que han suscrito la Convención Marco de Naciones Unidas contra el Cambio Climático (CMNUCC), firmado en 1992, que cuenta actualmente con un total de 195 naciones.
Son ya 25 ediciones desde 1995, cuando se reunieron en Berlín por primera vez los firmantes de la citada Convención. De entre las 25 Cumbres destacan la COP3 de Kioto (1997), donde se firmó el famoso Protocolo, acuerdo que quedó obsoleto por el incumplimiento de sus objetivos; la COP16 de Cancún (2010), por el que se creó el Fondo Verde para el Clima, mediante el cual se establece un monto de 100 mil millones de dólares cada año, a partir de 2020, y 30 mil millones de dólares para el período 2010-2012, con objeto de ayudar a los países de menores recursos a sufragar los costos de la lucha contra el Cambio Climático; y la COP21 de París (2015), en el que se firmó el Acuerdo por el que se contempla la limitación del aumento de la temperatura mundial a 2 grados centígrados mediante la disminución de emisiones de GEI, provocadas por combustibles fósiles.
Gracias a la organización de la COP25 en España, trasladada desde Chile por la situación del país andino, todos los medios de comunicación patrios dedican espacios a la Cumbre por el Clima de Madrid, transmitiéndonos todo tipo de consejos, actividades, reuniones, declaraciones de especialistas científicos en distintas disciplinas, etc. Seguramente, si se hubiera celebrado en Chile, como estaba previsto en un principio, nos hablarían de ello de forma esporádica, y no a todas horas, cosa que es de agradecer, ya que al hacerse aquí, el cambio climático está en el centro de las tertulias, abre los informativos y se publican ediciones especiales sobre el tema. Ello ha permitido, además, que se celebrara el pasado 6 de diciembre la mayor manifestación en España contra el cambio climático, con más de 500.000 personas, un hito en la concienciación ambiental de nuestro país.
Si consultamos la agenda de actividades, tanto de la Cumbre organizada por la ONU, como la de la Cumbre Social, la llamada “contracumbre” organizada la sociedad civil, vemos que hay cientos de ellas, charlas, mesas redondas, “performances”, proyecciones, talleres, destinados a las personas que pueden acudir al IFEMA y a las diferentes sedes de la Cumbre Social en Madrid.
Sin embargo, salvo las declaraciones bienintencionadas de rigor de los políticos de turno, obligados por las circunstancias a decir ante los micrófonos las cuatro obviedades para salvar los muebles, y la esperada rueda de prensa de Greta Thunberg, bastante descafeinada, aún no hemos oído ninguna propuesta seria por parte de los gobiernos para poner en práctica la agenda de la COP21 de París, sobre todo el compromiso adquirido en 2015 por parte de los países desarrollados de aportar esos 100 mil millones anuales al Fondo Verde por el Clima a partir del mes de enero próximo.
La ausencia de EEUU y China en la Cumbre, países responsables de emitir más del 40% del total de los gases de efecto invernadero, hace que se alberguen pocas esperanzas de que se llegue a un acuerdo global que sea efectivo para revertir este fenómeno. Por un lado, Donald Trump, que por su actitud negacionista ya declaró en 2017 que se retirará en noviembre del año que viene del Acuerdo de París firmado por su predecesor Barack Obama, es el principal escollo al cumplimiento de los objetivos marcados. Su política intervencionista de la economía estadounidense ha provocado una guerra comercial con el gigante asiático.
China, por su parte, a pesar de su intención de aplicar medidas para reducir sus emisiones, se aferra a esa guerra comercial con EEUU para no reducir el consumo de combustibles fósiles, especialmente del carbón, que supone más de la mitad del total de su mix energético. Ambos países pueden dar al traste con lo acordado en París, dejando en papel mojado lo que se firme en Madrid.
El próximo viernes 13 acabará la Cumbre del Clima. Para entonces, podremos comprobar si el planeta se dirige hacia la solución del mayor reto de la Humanidad de este siglo, o será una nueva oportunidad perdida. En Glasgow, sede de la COP26 de 2020, puede jugarse la última partida.
0