En los años noventa, Bill Clinton se enfrentaba a George Bush padre en unas elecciones en las que tenía las de perder. El senior de los Bush batía records de popularidad y, a fuerza de bombardear Irak, era imbatible en política exterior. El director de campaña de Clinton decidió entonces girar la atención de los norteamericanos hacia lo domestico; a los problemas realmente existentes de la ciudadanía de a pie, y se acuñó el famoso meme de: “Es la economía, estúpido”, que marcaría toda una época. Paradójicamente, esa vieja idea proviene de la escuela de Chicago.
Pero ha llovido mucho desde que Clinton ganara las elecciones y aún más desde que la escuela de Chicago lanzara sus alabanzas al nuevo dios del mercado libre (aunque todavía hoy muchos sigan creyendo en él). La idea de que la economía es lo primero y que solo cuándo la economía funciona podemos empezar a hablar de sostenibilidad o de igualdad, caducó con el siglo pasado. Desde entonces hemos aprendido que la vieja dicotomía entre eficiencia y garantías sociales es una falsa dicotomía, y que una sociedad que pone en juego las energías renovables o invierte en políticas de igualdad no solo es una sociedad más justa y más habitable, es también una sociedad más productiva.
En algunos aspectos el sector privado ha ido abriendo ya ese camino. La así llamada nueva economía ha surgido de las pequeñas y medianas empresas tanto como del cooperativismo y se está empezando a instalar una nueva alianza entre el mundo empresarial y la ciudadanía. Cuidado medioambiental, eficiencia energética, trazabilidad de los productos, atención directa al consumidor, interactividad a través de redes sociales... La nueva política, la política que también nos ha traído el nuevo siglo, ha entendido inmediatamente que su apuesta fundamental por mejorar la vida de la gente solo es posible si se pone el acento en esas nuevas formas de productividad, si atendemos a las demandas de los nuevos empresarios y los nuevos autónomos, y si utilizamos las instituciones para facilitar muchas de las cosas que esos nuevos empresarios y autónomos están intentando ya, y que la vieja política y las viejas estructuras de la economía especulativa dificultan.
Por todo ello entendemos que esa nueva realidad ha de plasmarse, como ya lo ha hecho en otros países, en una planificación global de Responsabilidad Social Corporativa. Esto es, la puesta en marcha de una legislación que facilite a las empresas su encaje en el equilibrio del medio ambiente, que facilite a las empresas la creación de empleo de calidad, que les ayude a abaratar sus costes energéticos y, en definitiva, a adaptarse a los nuevos tiempos y resultar así más productivas.
El nuevo modelo económico que, de seguro, articulará nuestras vidas durante este siglo no puede basarse en una economía pura y dura, básicamente, porque una economía pura y dura, sin contenido real, ya no tiene cabida.
Hablamos pues, de la nueva empresa, de la empresa inteligente; la empresa que va mas allá de una sonrisa carente de contenido y apuesta por un compromiso real; el compromiso que estrecha lazos de fidelidad con sus clientes y de colaboración y cooperación con otros sectores empresariales creando la red de sinergias que puede sostener el ese nuevo modelo productivo que las cifras de paro estructurales que sufrimos en España nos están diciendo a gritos desde hace décadas que necesitamos.
Este país puede llegar a ser vanguardia. Para conseguirlo nuestro desarrollo económico ha de ser responsable a la par que sostenible o no será desarrollo económico. Esa economía cargada de realidad; dinámica y transformadora. La economía por la que desde hace años apuestan cada vez más expertos. La economía por la que apostamos los que firmamos esta columna.
La Sardina es colaboradora de eldiario.es Región de Murcia
Óscar Urralburu es diputado regional y portavoz parlamentario de Podemos en Murcia
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