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Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

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Gatopardo 15.0

José Gálvez Muñoz

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¿Quién no recuerda al Gatopardo, a Don Fabrizio, príncipe de Salina, en la penumbra, entre dos épocas? Con apenas 45 años en aquellos días, pero ya conocedor del comienzo de su declive personal y del derrumbe del orden social que le rodea. También sabedor de lo poco fiable de lo nuevo que llega. Melancólico y a la vez sereno.

¿Quién no recuerda la sobria interpretación de Burt Lancaster, en ese papel del leopardo jaspeado, su malestar y su disgusto por el desembarco de aquella cuadrilla de arribistas indecentes? Falconeri, su sobrino, que pronto reniega de los principios revolucionarios, encuentra un agradable matrimonio conveniente y un hueco en la nueva política parlamentaria del Risorgimento. Falconeri que pronuncia aquellas sabias y fatídicas palabras que hicieron fortuna, más propias de un agudísimo Nicola Maquiavelo: “Todo ha de cambiar para que nada cambie”.

Palabras que evocan una vez más esa desencantadora impotencia que con frecuencia arrastra toda acción política. ¿Qué decir de aquellos militares de relato exagerado y soberbia cobardía, orgullosos de aniquilar los rescoldos de la revuelta? ¿Y la burguesía emergente, con don Calogero a la cabeza de maneras toscas y fortuna labrada en la usura, empeñada en corromper la naciente democracia desde el primer día?

A veces de nuevo en la penumbra, en la espiral del cambio, cuando los que deseamos un mundo nuevo no sabemos bien si representamos los últimos coletazos de lo antiguo o la vanguardia de lo nuevo, nos cruzamos con otros felinos de tonos bien diversos, si bien a la tenue luz de la noche todos parecemos pardos.

En un clima más de desencanto que de indignación como el que ahora vivimos, cuando las promesas de regeneración democrática apenas se han materializado, cuando todo parece efímero, cuando toda empresa modernizadora parece que no llega. Cuando los proyectos son aún en gran parte proyectos. Cuando apenas se ha esbozado y comprendido la necesidad de recuperar la soberanía, de hacer más profunda y extensa la democracia, de detener y juzgar imparcial pero severamente a los corruptos, de redistribuir, juiciosamente, en forma de necesarios y magníficos servicios públicos la riqueza.

Ahora que con esfuerzo comenzamos a sonreír, nos cuesta trabajo mantener la sonrisa. Los que han abierto, junto a otros, ventanas al futuro, los jóvenes dirigentes de Podemos, parecen a ratos, a excepción por supuesto de Grande Echenique, faltos de los reflejos y la frescura de los comienzos. Esperemos que, recuperado el buen humor, se encauce con la suficiente agudeza la faena. Porque, como he aprendido hace poco, si no sabemos bien adónde vamos, podemos acabar en cualquier parte.

Mientras tanto otros, sigilosos, diligentes, con la celeridad de los buenos funcionarios, servidores del orden un minuto amenazado, con la agilidad de un gato en la barandilla han devuelto el sosiego a los temerosos y la paz al corazón de los inquietos. Prometen un cambio sin sobresaltos, el cambio tranquilo, el sosiego del cambio, el cambio con cabeza, el cambio calculado, les ha faltado prometer el cambio sin cambio lampedusiano. El gato rojo es ahora apenas anaranjado y el naranja es más bien amarillo. Sin comentarios del gato goloso, sí, ése más preocupado en otros menesteres para la inmediata supervivencia. Todos en cualquier caso satisfechos de conjurar los peligros de cambios más profundos, de cambios más sinceros.

Hemos visto aflorar camisas blancas y camisas sin corbatas, asambleas en las calles, discursos avanzados, hemos visto incorporar sin pudor una y otra vez el término centralidad a su vocabulario. También hemos visto gente joven y gente guapa y cómo unos van descabalgando a los otros, pero más dudoso es que hayamos hasta ahora vivido en este primer asalto un cambio de conciencia. Si por los discursos fuera o por la intensidad dramática de sus proclamas, en las que aún insisten los protagonistas para deleite de unos y otros, estos treinta años de discurso de los viejos socialdemócratas habrían bastado para hacer de verdad justicia, justicia duradera en esta tierra. Pero algunos precisamos algo más que palabras.

Y por otro lado, qué magnífico aquel dirigente financiero en su inmortal “necesitamos un Podemos de derechas”. Qué acertado siempre el dinero, dirigiendo enseguida su mirada al nuevo centro-derecha emergente, con la precisión de un matemático, con la facilidad de un diplomático.

Seguiremos de cerca los acontecimientos, siempre a la espera de un cambio verdadero y atentos a arribistas y gatopardistas. Nos quedamos de momento mejor con Don Fabrizio y sus melancólicas palabras finales: ¡Oh estrella. Oh fiel estrella! ¿Cuando te decidirás a darme una esperanza menos efímera?          

 

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