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Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

Los responsables de las opiniones recogidas en este blog son sus propios autores.

Por una mota bastarda

Mujeres en bici por la Mota del Río

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“Estamos muy equivocadas, muy equivocados y muy equivocades si no estamos dispuestas, dispuestos, a llegar a todos los lugares y especialmente a aquellos entre comillas intrascendentes”.

Palabras de María Galindo extraídas del podcast Ruda FM en la presentación de su libro Feminismo Bastardo.

La llamada Mota del Río siempre me pareció un fiel reflejo de la sociedad citadina murciana. Quiénes la disfrutan y cómo la disfrutan representan nuestra forma de vida y el papel que desempeñamos en este entramado, un sistema aparentemente firme y sin embargo pendiente de un hilo. Pero más allá de las fragilidades de nuestra sociedad, que son muchas y espeluznantes, el carril bici ha sido testigo este pasado mes de septiembre de las posibilidades de cambio a través de la reconquista de espacios públicos.

Así como los roles de género tienen implicaciones directas en las decisiones urbanas, los espacios también pueden contribuir a un cambio de realidades. El urbanismo con perspectiva de género propone revisar las áreas públicas para que se conviertan en lugares que fomenten el intercambio, la ayuda mutua y la generación de comunidad. El feminismo urbano se fundamenta sobre diferentes conceptos entre los que se encuentran el de seguridad, accesibilidad y el de representatividad. Echemos un vistazo ahora a la vía amable a orillas del Segura.

Se diría que un paseo tan cercano al centro, libre del tráfico a motor, amplio, que ofrece un acercamiento a la naturaleza más o menos digno (teniendo en cuenta las características del entorno), tiene como objetivo ser un lugar para el desahogo, la distensión y el recreo, para descansar al fin del ajetreo urbano. Se diría también que dicho objetivo es un derecho accesible para todo el conjunto de la sociedad sin distinciones ni exclusiones.

Habrá quien exclame: “¡Pues claro! Al carril bici puede acudir quien quiera y cuando quiera”. Sin embargo es fácil identificar a los protagonistas de este escenario: los winners, hombres con un vestuario escogido con más cuidado que el una vedete, incluso más ajustado, ropa saludable y sudable que deja una estela olorosa de suavizante a su paso. Suelen ir en pelotones a lomos de una bici no barata. Son blancos, fuertes, murcianos de pro y españoles de primera orden. No frenan, como camiones en autovía. Nadie sabe qué marca de vital importancia están persiguiendo pero el resto de personajes secundarios tenemos que apartarnos cuando aparecen en escena. También llevan su texto aprendido para increpar a las extras: “¡Guapa!” o “¡Estás en forma! ¿Eh?” Pero cuidado si no eres lo suficientemente adecuada o provocas que pierdan un segundo de su cronómetro de atrezo: “¡Eeeeh! ¡Aparta!” o “¡Ciudado, joder!”

Es curioso cómo el deporte de competición, incluso el fanfarrón y dominguero, goza de un prestigio naturalizado ocupando un espacio en las ciudades que debería ser disfrutado también por el resto de personas cuyo pecado consiste en ir a otro ritmo. La propia concepción del camino te está diciendo, “hazte a un lado, perdedora”. El asfalto ocupa más del doble que la zona de tierra supuestamente destinada para quiénes vamos más despacio. Pocas veces veréis a criaturas pequeñas soñando ser profesionales del patinaje por esos lares, y si las habéis visto encontraréis a una persona adulta detrás muy preocupada, rogándoles atención por el peligro de ser arroyadas. Porque en la zona reservada para no- winners, te encuentras a veces expuesta a caer al río al rebufo de los pelotones o sencillamente desaparece el camino por invasión de la maleza.

Por si esto fuera poco, la vía amable se recrudece cuanto más te alejas de la ciudad y más se acerca la noche. La sensación de inseguridad y de que ese no es tu lugar va en aumento con cada kilómetro que avanzas. Pues bien, a la altura de La Raya, el pasado mes de septiembre acechaba un violador, ya detenido. En cuestión de 15 días había agredido al menos a tres mujeres que paseaban o hacían deporte. No era la primera vez, en 2018 teníamos al Agresor de la Mota.

Cansadas de la desprotección, de la falta de voluntad de repensar un espacio evidentemente peligroso para gran parte de la población, un grupo de mujeres se organizó no solo para denunciar y visibilizar lo que estaba pasando sino también para peinar la zona, reconocerla y hacerla suya. Podría parecer un gesto insignificante, pero para quienes sentimos inseguridad al caminar, es un acto que trasciende, nos acompaña y nos da aliento para seguir avanzando. Si la falta de voluntad política no hace por transformar los espacios, lo haremos nosotras, las loser, las bastardas. 

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