Hubo en La Mar de Músicas una cantante de la que algunos se acordarán. En la intrahistoria del festival pasó casi desapercibida, pero fue una auténtica rareza. Era cósmica, desconocida, una voz sobrenatural que mezclaba la tradición tártara con la música electrónica. Nunca volvió, al contrario que muchos músicos que han repetido en el cartel, sobre todo en las últimas ediciones. Era una diva asiática superlativa, con un ritmo tan festivo que, más que world music tal como la entendemos, su espectáculo parecía como de Eurovisión. Fue un concierto inusual y trepidante el de Yulduz Usmanova.
Entonces ya era la artista más popular de Uzbekistán y la más popular de Kazajastán. Hoy es una leyenda en toda Asia central y Turquía. Técnicamente, el año noventa y siete era la segunda edición del festival, pero hubo un proyecto anterior con mucho éxito, que fue el germen de lo que estaba por llegar. Hablamos del siglo pasado, pero recuerdo perfectamente como parieron el nombre Paco Martín y José Luis Cegarra, directores, programadores y visionarios de irrepetible talento. Aunque algún texto oficial y revisionista dice que fue un encargo municipal, no es verdad, pero que no pusieron pegas a un proyecto que iba a situar a Cartagena en el mapa de la música mundial también es cierto.
Aquella noche, la de Usmanova, el Auditorio que hoy lleva el nombre de Paquito estaba más desangelado que de costumbre, pues lo normal era aforo completo. La reina de la Estepa salió al escenario vestida con un mono ceñido, botas galácticamente plateadas, maquillaje espectacular, la melena azabache inacabable y suelta. Le acompañaba una coreografía algo setentera que, a nosotros, por entonces demasiado jóvenes y descreídos, nos pareció desfasada.
Cuando las cosas no podían ir peor, la alcaldesa se presentó en el concierto, con algunos de sus concejales. Nosotros no sabíamos si les gustaba o no aquella música tan diferente, pero el sentido del honor, y más concretamente el queridísimo Paco, nos recordaron que había que alegrar el aforo con algo más que aplausos desvaídos. Bailamos tanto que parecíamos el cuerpo de danza paralelo de aquellos artistas ex soviéticos, bailamos sin importarnos las desolladuras en los pies. Bailamos y bailamos. De cuando en cuando, la alcaldesa, muy discreta (no como otras que hoy viven y matan por la foto) nos miraba y levantaba su copa. Algo aliviados, incrementábamos las acrobacias con paso a la derecha (que entonces no era extrema) salto, giro, y pulgar arriba. Yulduz Usmanova se abría en canal haciendo bises con su poderío siberiano. Nosotros descansábamos y nos secábamos el sudor. Era el principio de todo.
Tenemos memoria quienes cubrimos más de tres lustros La Mar de Músicas, desde el principio, cuando duraba dos semanas a tiempo completo, por supuesto sin que en las redacciones nos pagaran horas extraordinarias. Escribiendo de todos los géneros, incluida también la crítica, asomándonos maravillados a ese mundo de culturas infinitas y diversas que ha sido el espíritu del festival. Los plumillas locales envidiábamos a los de los medios nacionales que sólo escribían de lo suyo, sin tener que hacer sucesos, sanidad o lo que tocara, con muchos más medios y tiempo. Amamos también a mujeres grandes como Lara López y Lucy Durán, musicólogas y hadas, desde el principio abriendo fronteras, trayendo suerte, leales siempre a las amistades y los recuerdos.
Esa memoria a medias digitalizada deja ver como el cartel de la edición en la que participó la Usmanova vale más que el de los dos últimos años juntos. Cheikh Lô, Rosa Passos, Djavan, Carlinhos Brown, Miguel Poveda, Oskorri, Varttina, Kepa Junkera, Cheba Fadela&Cheb Sarahoui, Toumani Djabaté, los Gitanos del Rajastán. Que no se me olvide Carlos Piñana, en aquel año promesa del flamenco, devenido con el tiempo en coordinador municipal de Cultura. Casualmente incluido por el algoritmo hace no mucho en aquel cartel. Ignoro si fue consigna o peloteo. Estoy segura de que si Paco hubiera supervisado esa lista habría puesto a Paquita la del Barrio en su lugar. Todo esto viene a cuento porque La Mar de Músicas cumple treinta años, los mediocres dirigen un mundo diferente y peligroso. Si aún quedan territorios sagrados, la música, desde luego, es uno de ellos.
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