Han causado cierta conmoción –o debería– las revelaciones del vicario judicial de la Diócesis de Cartagena en el diario El País sobre la pederastia en la Iglesia católica española. El hombre, Gil José Sáez Martínez, por su cargo, debe saber –de hecho, seguro que sabe– de lo que habla.
No señala con el dedo, pero sí dice sin rodeos que no solo la jerarquía “lleva un siglo tapando la pederastia”, sino que también “hay muchísimos más” casos que los 50 instruidos en España. El día anterior a esas declaraciones, el mismo diario señalaba que de las 33 condenas por pederastia en la Iglesia española, hubo dos en la Región de Murcia.
En base a esos guarismos, más de uno, más de dos y más de tres deberían reflexionar y ayudar a poner coto a este vergonzoso asunto cuya ocultación viene de décadas, Sáez dixit. Se conjugan aquí, para tapar las fechorías, la típica hipocresía católica con el culto servil a la jerarquía religiosa y la soberbia característicamente sotanil de ser incapaz de admitir las propias faltas ante los demás.
Habría que preguntarle al vicario judicial, al que no se le conoce actuación pública pero cuyas palabras publicadas indican al menos honradez y conocimiento de causa, de cuántos casos como los que nos ocupan ha tenido conocimiento el Obispado de Cartagena y dónde exactamente se han producido. La identidad de los autores quedaría a expensas de la causa canónica y/o judicial que se incoara.
Porque, en buena lógica aproximativa, cabría pensar que en la Región de Murcia, con dos seminarios que ha tenido y un cuasi sinfín de instituciones religiosas dedicadas a la enseñanza primaria y secundaria… cada quién deduzca lo que le parezca conveniente.
Pues, volviendo al pasado reciente, el de la dictadura, en que esos centros religiosos tenían una preponderancia casi total en la enseñanza, los ya talluditos seguramente recuerdan la afición por pasar tiempo juntos y la gran amistad que unía a determinados ensotanados y ensotanadas con determinados niños y niñas del “cole”. De cualquiera regido por los hábitos. Por no hablar de algunas efusiones que casi todos y todas aquellas que han pasado por algún internado han entrevisto, sabido o, simplemente, callado por si las moscas.
En esos tiempos casi recientes en los que en esos colegios religiosos y privados los enseñantes profesos eran la inmensa mayoría pasaban algunas cosas intramuros que nadie comentaba y, si lo hacía, era en voz apenas audible, no fuera a ser que…
Tenemos muchas preguntas pendientes sin respuestas aparentes sobre esa estructura de enseñanza en la que, además de los laicos fascistas que enseñaban Formación del Espíritu Nacional –sin poder evitar que los alumnos la llamaran “Política”–, algunos miembros de la orden directora de cada centro enseñaban otras cosas. Esas a las que se refirió Sáez Martínez en sus manifestaciones.
Para nuestra desgracia colectiva, estos asuntos también podrían formar parte de esa Memoria Histórica que ahora se intenta sacar a la luz porque el franquismo la enterró… con la ayuda inestimable de la jerarquía católica y de la gran mayoría de miembros de sus órdenes religiosas de todo tipo.
Imagino que hace y hacía falta mucho coraje para pasar por el calvario –nunca mejor dicho– de denunciar por abusos sexuales a un religioso o religiosa. Sobre todo porque la respuesta habitual de la autoridad incivil y religiosa era machacar a la víctima para impedir que propagase sus “calumnias”. Y sigue haciendo falta, aún hoy, la misma valentía o más para hacerlo, aunque se trate de hechos del pasado y, quizá, en su mayoría posibles delitos prescritos.
Con esa conducta dominante, nadie sabe cómo habría reaccionado él mismo en caso de haber sido sometido a ese tipo de abusos. Si ahora, en el siglo XXI, quienes lo hacen lo pasan como lo pasan, imaginemos por un momento cómo sería eso en los años 50, 60, 70 u 80 del siglo pasado.
Porque la actitud de la jerarquía católica española – y murciana, de la Diócesis de Cartagena– nada tiene que ver aún hoy con la de otros países donde por una vez se ha agarrado el toro por los cuernos y quizá se llegue cerca del final del asunto con ceses, dimisiones, expulsiones y castigos ejemplares a los religiosos actuantes. Aquí, se sigue mirando para otro lado. Pudorosamente, eso sí.
Por eso son estimables, y reveladoras, las declaraciones de Sáez Martínez. Pero hace falta algo, bastante, más. Vale.