Conmovido, emocionado y agradecido, estos días he terminado de leer el libro ‘Miedo, olvido y fantasía. Crónica de la investigación de Agustín Penón sobre Federico García Lorca (1955-1956)’, edición de Marta Osorio. Estoy agradecido a Penón por su trabajo de investigación sobre la vida y asesinato del poeta, que llevó a cabo entre 1955 y 1956. Y también estoy agradecido a Osorio por su esfuerzo para darle una salida digna al material que se abrió ante sus ojos a mediados de los años 90, y a William Layton por hacerse cargo anteriormente de dicho material, custodiarlo y preocuparse de que fuera publicado de la mejor manera posible.
Ninguno de los tres está ya en este mundo, pues Penón murió en 1976, Layton en 1995 y Osorio en 2016, pero el testigo fue pasando de uno a otro con la cadencia y la oportunidad de una perfecta carrera de relevos hasta materializarse en este libro, publicado en su primera edición en 2001 y de imprescindible lectura para arrojar luz sobre un hecho oscuro.
Agustín Penón Ferrer, nacido en Barcelona en 1920 y exiliado en 1937 a Costa Rica junto con su familia, obtuvo la nacionalidad estadounidense en los años 40, fijó su residencia en Nueva York y comenzó a ganarse la vida como traductor, y más tarde como guionista, para lo cual resultó decisiva su amistad con William Layton. Junto a Layton, productor teatral, Penón creó un serial radiofónico que les reportó éxito a ambos y con el que pudieron ganar el suficiente dinero para, a mediados de los 50, planear un viaje por Europa.
Agustín decidió adelantarse a su amigo y pasar primero por su Barcelona natal, a la que no volvía desde que abandonó España, y más tarde por Granada, la tierra de Federico García Lorca, cuya obra y repentina muerte le habían causado una profunda impresión. En Granada, Penón Ferrer comenzó una aventura que desembocó en una apasionante investigación sobre los últimos días del poeta, pero también sobre su vida y su personalidad, y sobre los efectos del golpe de Estado en una pequeña ciudad: sobre la crueldad, el miedo y la muerte.
De ese modo, su estancia breve en Granada terminó siendo de dieciocho meses, entre 1955 y 1956, y agotando su fortuna y su salud física y mental. El propio Agustín se vio arrastrado, casi engullido por su proyecto, al que a duras penas podía calificar como tal, pues sólo tenía una idea general y vaga de sus intenciones iniciales y tres preguntas a las que quería dar respuesta: ¿Quién mató a Federico? ¿Por qué? ¿Dónde está enterrado? Penón no sabía con exactitud qué quería que resultase de aquella tarea de reconstrucción de lo sucedido en Granada entre el 18 julio y el 20 agosto de 1936, y así lo reconoció muchas veces.
Contada la experiencia a la manera de un diario, en primera persona, Agustín Penón Ferrer pasó a convertirse en testigo y a la vez en co-protagonista de una gran obra de teatro repleta de personajes; fue algo más que un investigador: se convirtió en un narrador envuelto en una narcótica atmósfera de realismo mágico, en ocasiones irrespirable y angustiosa y a veces divertida o pintoresca, que en el formato que le dio Marta Osorio cuarenta años después, agita y conmueve a cualquiera que se asoma a sus páginas.
Durante la lectura de este libro, no he podido evitar recordar muchas veces el clásico ‘Crónica de una muerte anunciada’, por las sensaciones que produce saber que García Lorca, como Santiago Nasar, van a morir (han muerto), y por ver que el resto de personajes en uno y otro caso, de algún modo, también lo saben, y por comprobar con ansiedad que nadie logra evitarlo. Y por esperar que en el último momento Penón Ferrer y García Márquez puedan salvar a su protagonista. Tal es de extraña, ilusoria e infantil la mente humana.
El caso real de Penón es que, con su presencia en Granada, con su figura de americano peculiar que hablaba tan bien el español y que se atrevía a nombrar lo innombrable en plena dictadura, alteró el devenir temeroso de una ciudad deprimida y gris. En aquel momento, Agustín marcó a muchas personas que vieron en él a un hombre bueno, humano, transparente, honesto, digno de confianza. Incluso los implicados más o menos directos con el asesinato de Lorca.
Todos se abrieron a él, y para él abrieron cajones, libros y rincones de la memoria que llevaban años cerrados a cal y canto. Penón pudo recopilar material inédito, textos, dibujos, fotografías, documentos y testimonios que, de no haber sido por su personalidad y por su presencia en aquel momento y en aquel lugar, es seguro que no habrían llegado hasta nuestros días.
Así, leyendo a Penón sientes lo que él sintió, incluida la presencia del poeta como un espíritu que sobrevuela todo y a todos, y que se materializa con el recuerdo de su arrolladora forma de ser y de su poesía; con las miradas esquivas y con las lágrimas que seguía provocando su asesinato aún en los años 50; con los silencios, con el miedo y con el bello paisaje de Granada: de Fuente Vaqueros, de Valderrubio y también del camino entre Víznar y Alfacar, donde le arrebataron la vida y donde fue sepultado junto a miles de inocentes.
Todo lo reunido por el escritor fue metido en una maleta que viajó de vuelta a Nueva York con su dueño en 1956. Tal vez incapaz de darle una forma que le satisficiera, quizá abrumado aún por su estancia granadina y seguro que marcado por la implicación emocional para con algunas de las personas que le prestaron ayuda, Agustín no quiso publicar el fruto de su trabajo, que dormitó en su casa dentro de la misma maleta hasta que, veinte años después, muerto ya Penón y por expreso deseo de éste, hizo el camino inverso para quedar al amparo de William Layton, quien había fijado su residencia en España.
Tras pasar por Ian Gibson en los 80, la maleta retornó a Layton y luego fue puesta a disposición de Marta Osorio, actriz, escritora y amiga de Layton y de Penón, a quienes conoció en aquel viaje granadino. Osorio dedicó varios años en los 90 a estudiar el contenido de la maleta y a dar forma y orden a los textos de Agustín, unos más perfilados y otros sólo esbozados. De su trabajo puede decirse que está a la altura del corazón de Penón, y eso es decir bastante.
Para acabar, quiero destacar los esfuerzos de la Asociación Amigos de Penón y Osorio, que, estimando necesaria la proyección y valoración del trabajo desarrollado por Agustín Penón y Marta Osorio, y con motivo del centenario del nacimiento del autor hispano-estadounidense, organizó un congreso internacional sobre su figura en 2020 que tuvo que ser aplazado por la pandemia y que se va a celebrar el próximo otoño en Granada y otras localidades.
Iniciativas como la del congreso sobre Penón y Osorio suponen la oportunidad de reivindicar el papel de la investigación periodística e histórica en su tarea compartida de recabar información y datos, de analizar y de poner en contexto hechos y personajes desde posiciones más honestas que neutrales, con el objetivo no sólo de darlos a conocer, sino de promover la construcción de una sociedad asentada en los valores democráticos de la justicia y de la paz. Ojalá más de eso, más luz, más cultura, y menos fanatismo y oscuridad.
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