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El plan B
La opción de que Ballesta coja las riendas de un Partido Popular de la Región de Murcia roto por la corrupción cobra vigencia.
La gestión de José Ballesta como Alcalde se ha caracterizado, sin duda, por un especial esfuerzo comunicativo. Esta imagen presidenciable que se viene labrando desde la Glorieta puede encontrar su momento de materialización ahora que buena parte del Partido Popular reconoce el inolvidable error de haber puesto en manos de un asediado Pedro Antonio Sánchez la organización.
A nadie se le escapa que Fernando López Miras es un político contingente, que podría existir o no y que daría absolutamente lo mismo. El Presidente es incapaz de ligar su mandato a ningún relato y se conforma con gobernar entre crisis de gestión. Por primera vez en 20 años, las luchas de poder en la Región de Murcia tienen como escenario de combate a la derecha, con permiso del PSRM. La obsesión por entregarle las riendas a PAS costara lo que costara está generando un conflicto de calado en el partido del gobierno y, hasta el momento, ninguno de los obsesionados ha asumido responsabilidad alguna.
Hay quien piensa que esta tumultuosa etapa tiene que llegar a su fin urgentemente, porque hay por primera vez un serio peligro de perder el poder y ya se sabe que si se pierde el poder se pierde todo, también la protección. La fortaleza popular está asediada por dos relatos consistentes: el de Podemos y el regionalista. Desde dos frentes completamente contrarios, el preciado trofeo legado de manos de Valcárcel corre el riesgo de sufrir la suerte que tienen las herencias en manos de hijos inconscientes. El capital político de los populares se desparrama a diario y es que para ellos, definitivamente, cualquier tiempo pasado fue mejor.
La respuesta a esta situación piensan que pasa por una renovación de liderazgos (caras). Para esta renovación solo se han planteado hasta ahora líderes localistas, pequeños reyes de taifas, que corren el riesgo de sufrir el síndrome “Tomás Gómez”. El que fue líder de los socialistas madrileños presumía de ser uno de los regidores más votados de España (en Parla llegó a alcanzar el 70% del voto), pero su salto a la Comunidad de Madrid arruinó esa imagen de victorioso líder.
Algo así les puede pasar a Patricia Fernández y Marcos Ortuño, algunos de los nombres barajados hasta el momento. Por eso, conservadores como ellos solos, parece lógico pensar que quieran conservar sus reinos de taifas donde –seamos sinceros– no tienen que enfrentarse a lo que el panorama político regional les depara. Hace falta algo más y alguien más, dicen los sabios populares. Un hombre con consistencia, “de Murcia y de bien”.
El Plan B, negado hasta la saciedad, es el plan Ballesta o, al menos, parece razonable plantearlo así, pero el propio Alcalde debería saber por experiencia que los cambios de liderazgo, aunque sea por el mejor comunicador del mundo, no arreglan un sistema que se descompone en todos sus pilares. Él mismo sufrió electoralmente los estragos de Cámara y actualmente intenta tapar con eventos estéticamente atractivos la tensión continua de impedir que los cajones terminen estallando.
Solo hay una plan B efectivo: la pérdida del poder. El Partido Popular ya pasó por esto en Valencia y Baleares. Cuando el modelo cae, es profundamente kamikaze para quien aspira a ser la cara renovada pensar que un cambio de personas podrá generar la reactivación de la historia como si nada hubiera pasado. A menos que esto fuera Andalucía y, por muchas razones, está claro que no lo es.
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