Toda sociedad establece unos valores que sirven como referente de lo que es correcto y lo que no, con la pretensión de que sus miembros ajusten a ellos su conducta. Estos principios morales se pueden justificar de diferentes maneras, asentándose sobre una realidad transcendente, como la que aporta la religión; sobre acuerdos y concepciones filosóficas compartidas, como los derechos humanos, o puede tener un carácter relativamente arbitrario.
Las acciones de las personas no siempre concuerdan con los valores de su cultura. Hay transgresiones de la moral, como las hay de la ley, pero incluso estas transgresiones reflejan el principio normativo que quiebran. El marqués de Sade, por poner un ejemplo, criticaba un sistema penal que imponía la pena de muerte por robo, considerando que incitaba a los ladrones a asesinar a sus víctimas para dificultar la investigación de sus delitos una vez que ya no tenían nada que perder. Una excepción notable a este principio la encontramos en la psicosis, donde no sólo se transgrede la norma sino que no se tiene en cuenta, lo que produce actuaciones extrañas. Lo característico de esta extrañeza es precisamente la actuación al margen de las regulaciones, que es distinto de la transgresión de una norma reconocida.
Se ha dicho que la hipocresía es el homenaje que el vicio rinde a la virtud. Es relativamente frecuente que aquellos que violentan la moral lo hagan con disimulo, que aparenten respetar los valores sociales y ajusten a ellos sus acciones más aparentes. Las personas, o culturas, más hipócritas exhiben una superficie de moralidad convencional mientras, de manera subterránea, transgreden sus principios.
El insulto también nos permite apreciar, desde su reverso, la moral de la sociedad en la que se practica. El insulto suele identificar un valor y denunciar su ausencia en la persona vilipendiada. Con la guía del insulto, como Virgilio en el viaje por los infiernos, podemos observar nuestros principios.
La belleza física es un valor importante en nuestra cultura, que exige el cumplimiento de un determinado canon estético. Este canon, como tantos modelos sociales, llega a esencializarse y a tomarse como algo objetivo situado por encima de las personas. Insultos como 'gordo', calvo', 'feo', etc, refuerzan el referente moral a la vez que agreden a los sujetos que no se ajustan a él. Nuestra cultura postmoderna cuestiona la validez del sistema de valores, a la vez que defiende a los individuos con un abordaje existencialista. Por eso, se denigra el propio insulto en nombre del respeto a las personas, aunque este movimiento es más pronunciado con unos valores que con otros.
La salud es un referente al que rendimos culto, así como la inteligencia, a la que la Ilustración colocó en el centro de la valía humana. Apelativos como 'enfermo', 'tarado' o 'tonto' hacen referencia a estos valores. Sin embargo, el uso de estos insultos resulta controvertido. El nazismo promovió estos valores ilustrados más allá de todo límite, destruyendo a quienes no encajaban en su canon. Actualmente, el intento de posicionarse fuertemente en estos principios puede despertar los fantasmas del nazismo, lo que hace problemático el uso de estos insultos, relegándolos a espacios más o menos marginales.
El insulto 'flojo' hace referencia al valor de la fuerza física. Como en una sociedad mecanizada este principio ha perdido pujanza, el insulto ha perdido igualmente poder. Algo similar ocurre con el apelativo 'cobarde' en un mundo antimilitarista que recuerda cómo el coraje arrojó generaciones enteras delante de las ametralladoras; o con 'bastardo' o 'h*** de p***' en una sociedad individualista que ha dejado de valorar el linaje. La acusación de 'inmoral' también ha perdido fuelle en la cultura descrita por el tango 'Cambalache'.
El marxismo ha producido un contradiscurso opuesto al clasismo, a la vez que los valores de éste persisten en nuestra cultura. Esto hace que insultos basados en dicho clasismo, como 'chusma', resulten controvertidos y sean tan capaces de herir como de provocar una respuesta antagónica basada en la conciencia de clase. Cuando la cultura se debate entre valores contrapuestos el valor semántico de las palabras resulta conflictivo.
La teoría de la evolución contribuye a conformar nuestro marco referencial. Aunque el racismo científico, con la creencia de que unas razas están más evolucionadas que otras, ha desaparecido como modo de entender la realidad, aún persisten ecos de este modelo de pensamiento. Por eso, en ocasiones se utiliza el insulto 'mono' para referirse a personas de raza negra, en referencia a la antigua teoría que postulaba su inferioridad evolutiva respecto a los blancos. Aquí podemos ver un insulto vestigial, que hace referencia a un marco de pensamiento no vigente, y que lo aprovecha para zaherir. Probablemente este insulto pierda fuerza en el futuro. A mi modo de ver, los seres humanos de cualquier raza estamos muy cerca de los monos y es sólo mediante la educación que conseguimos construir una diferencia significativa.
La virilidad de los varones es otro valor de nuestra cultura que actualmente se está redefiniendo junto con los roles de género. En relación con este valor han surgido insultos que no se pueden reproducir en este diario y que conectan con una importante agitación social. En cualquier caso, estos insultos también sirven para entender, desde el reverso, los principios morales de nuestra cultura.
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