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Torre Pacheco, entre la ficción y la barbarie

Agentes desplegados en Torre Pacheco (Murcia) para contener los disturbios

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Lo que está sucediendo en Torre Pacheco estos días de julio es pura campaña política de Vox, y un ejemplo de lo que puede pasar si sustituimos la vida ciudadana con sus alegrías y sus penas por una ficción dogmática, estereotipada, indiferente a la vida de las personas. Los responsables de Vox parten de unas premisas indemostrables: los inmigrantes son mayoritariamente delincuentes, la agresión de la semana pasada a un hombre en Torre Pacheco es su prueba, valiosísima, única, luego tirarán de estadísticas. Pero, ¿esa es la realidad de la convivencia de todos los días en los comercios, las autoescuelas, las instituciones o las calles? Es evidente que no. Por lo general, los partidos ofrecen a sus potenciales votantes soluciones que calmen preocupaciones reales —el paro, la vivienda, los salarios, los servicios públicos, las pensiones—; sin embargo, Vox evita nombrar esos problemas reales y propone remedios para otros inexistentes: la violencia constante y omnipresente, los cambios de sexo, todo el mundo “haciéndose gay”, la nación dividida…

1. De la ficción al hecho

El altercado de Torre Pacheco constituye precisamente esa “violencia masiva” inexistente (se parte de una agresión puntual) que un grupo de violentos nacionales ha decidido convertir en real. Ya es real, y los líderes del partido ultra, con todos sus correligionarios, ha obtenido la “prueba” que buscaba: los inmigrantes africanos son delincuentes, “ilegales”, y la única solución sería su expulsión. ¿Acaso no esperaban ellos mismos la reacción ultra a sus consignas? Puede ir a peor.

En España el discurso anti inmigrantes está tan activado como en otros países. Cada suceso violento se amplifica hasta convertirse en “demostración” de que todo inmigrante es delincuente. El ajuste de cuentas que Israel ejecuta contra los palestinos musulmanes se erige para muchos en modelo deseable: una política guiada por odio y desprecio.

2. Influencers e instigación mediática

Tras la paliza sufrida por un vecino (aún se desconoce quiénes fueron los agresores), ciertos influencers —Desokupa TV y otros— animaron a “responderles”. No ocultan sus intenciones; su “solución final” es clara, así leemos en los comentarios de una de las publicaciones: “Hospital ninguno, que lo pagamos los españoles: cuneta, mar o barranco; tenemos bosques preciosos para esconder cositas de luz.” /“Hay que regar los campos para que crezcan amapolas.”/ “Se meten en la picadora y se les da de comer a los cerdos.” En otro vídeo, con más de cien mil visitas en dos días, el mismo youtuber aparece junto a adolescentes magrebíes y titula: “Voy a por ellos”. La filosofía es muy sencilla hay unos ocupantes ilegales que hay que desalojar como están haciendo en Gaza, en EEUU, en Italia. Ya ocurrió algo similar en El Ejido: la caza del marroquí. Episodio absolutamente lamentable.

Aquí no discutimos si hay o no delincuentes entre los inmigrantes, lo que pretendemos es pensar la forma en la que el delito ha salido de sus cauces correctivos convencionales, es decir una agresión es investigada policialmente y llega al juzgado. Lo que nos planteamos es el entusiasmo de ciertos grupos por actuar como los ejecutores de la ley. Al final son ellos los delincuentes.

Ante fenómenos así, conviene delimitar responsabilidades: primero los influencers que convocan las redadas e instigan al ataque son los primeros culpables. Lo son también quienes aplauden con sus comentarios y likes. Y resultan igualmente responsables quienes se manifiestan, no contra la violencia, sino a favor de ella.

3. Pseudo periodismo y degradación democrática

Muchos justifican este magma incendiario como “libertad de prensa”. Confunden libertad con intimidación, amenaza y fabricación de bulos. Uno de los pilares de la democracia siempre fue la prensa; los nuevos medios digitales, convertidos en altavoces sin filtros, han dinamitado la profesión periodística y degradan el derecho a una información veraz. Algo muy parecido ocurrió en la Alemania previa al nazismo y en todos los regímenes que deshumanizaron a las masas… y, sobre todo, a sus víctimas.

4. Mecanismos ideológicos: la falsa proyección

En medio de la resaca del fin de semana, toca escuchar justificaciones. El partido que actuó como maestro de ceremonias calla —“la culpa es del Gobierno que permite la entrada de inmigrantes”—, como calla cada vez que se le exigen hechos y no clichés. Hablan los “creadores de contenido”: para insistir en que “los violentos son los magrebíes; nosotros solo respondemos”. Repiten una consigna que Theodor W. Adorno definió como falsa proyección: atribuir al otro lo que uno mismo hace. “Respondo violentamente porque el otro es violento; miento porque todos mienten”. Y, para rubricar su coartada, declaran que “los medios profesionales mienten”: los agitadores no fueron neonazis de todo el país convocados por redes —dicen—, sino una justa rebelión ciudadana “a lo Fuenteovejuna”. Y repiten siempre la misma consigna que asocia al inmigrante con el delincuente como en una operación de estética por la que los violentos, los asaltantes y los delincuentes se convierten en salvadores de la patria.

5. Partido y movimiento

Se ha establecido un equilibrio perverso: El partido (Vox, “Se acabó la fiesta”) dicta consignas, el movimiento (agitadores de todas las redes) las ejecuta. Así se inicia su argumentario repetido hasta la saciedad. Pero por mucho que repitan las cosas no fueron así, la policía no cargó contra pacíficos pachequeros; los medios no faltan a la verdad. La acción policial se dirigió a los agitadores y los detenidos lo son. Mienten quienes claman que “los inmigrantes son delincuentes” y convierten una agresión aislada en el foco de criminalidad. Mienten quienes, tras salir de misa, fomentan el odio –pienso, por ejemplo, en políticos de carrera intachable como Alberto Garre (Ahora en Vox)– y lo justifican con el “mal menor”: algo así como si esto fuera un precio necesario que hay que pagar, la necesidad de soportar matones para acabar con el Gobierno socialista. Esa fue la excusa de Adolf Eichmann en Jerusalén y de la Iglesia que colaboró con los nazis: era un “mal menor”. Pero un mal menor sigue siendo Mal.

6. Recordando Torre Pacheco

Trabajé dieciocho años en el IES Luis Manzanares de Torre Pacheco como profesor de Filosofía y Ética; incluso cursé allí el bachillerato. Mis padres me sacaron de Cartagena por la violencia que se vivía a mediados de los noventa, época retratada en 'El año del descubrimiento' de Luis López Carrasco. A los quince años recibí una paliza que casi me dejó sin un ojo y sufrí acoso en varias ocasiones. No eran magrebíes —la inmigración apenas había llegado a aquella España destartalada—: eran jóvenes “de aquí”, los mismos que hoy van a Pacheco a dar palizas y destrozar negocios.

No niego que existan inmigrantes violentos. En mis años de docencia traté potenciales delincuentes magrebíes que representaban un problema, sobre todo, para sus propias familias, como tantos otros adolescentes españoles. Afirmar que la violencia es extranjera es mentira y, por mucho que la repitan los violentos, no podrán blanquearla. La violencia es de quien la practica, está en sus palabras agresivas, en sus gestos amenazantes, y en sus actos, como hemos visto estos dias en Torre Pacheco.

7. Conclusión

Entre finales del siglo XX y hoy, los violentos han cambiado de objetivo: buscan a los más débiles o aislados; los inmigrantes son víctimas propicias. Cada pelea resulta rentable políticamente contra el Gobierno de turno, al que se culpa por respetar tratados internacionales y derechos humanos. Pero, como suele suceder, la realidad está en otra parte, lejos de la ramplona y obsesiva palabrería de los banalmente enfurecidos, ya sean nacionales o extranjeros.

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