El nacimiento de un festival de artes escénicas siempre es motivo de celebración. En la Región de Murcia, a excepción de Titeremurcia -Festival Internacional de Teatro de Títeres- algunos certámenes amateur y los de Molina de Segura y San Javier, en las últimas décadas, han surgido festivales vinculados a la escena contemporánea con la misma facilidad que desaparecieron.
El pasado 4 de mayo se presentó la primera edición del Festival Caleidoscopio, organizado por la plataforma Acceso 44 en colaboración con el Teatro Circo Murcia (TCM), Romea y Bernal. Con la idea de ampliar la mirada a través de las artes escénicas y la acción social su principal objetivo es revelar cómo “las artes escénicas son un gran vehículo para la transformación social y la mejora de la vida de las personas”, asegura Javier Martínez, miembro de la asociación Alfa y Acceso 44. En la programación encontramos foros, exposiciones, talleres y obras de teatro entre las que destaca, ‘Acampada’, de El Pont Flontant, y la joven lorquina, Ana Mula, con ‘Cuecas em 8’.
El Festival Caleidoscopio toma el testigo -de forma simbólica, al menos- del extinto Festival Venagua, organizado por la asociación Columbares y que ha celebrado -se dice pronto- cerca de una treintena de ediciones. Una propuesta cultural que también unificaba arte, pensamiento y vanguardia por la inclusión social y celebrado en primavera, el tiempo donde pasan las cosas en Murcia.
Este año, la brisa primaveral y pandémica del recién inaugurado Festival Caleidoscópico me transporta al año 2003, en concreto, a una nave industrial a las afueras de San Javier, enclave de la primera edición del festival Punto y Aparte. Un festival con dirección y producción artística a cargo del colectivo La Fragua con Joaquín Lisón y Sara Serrano, entre otros, al frente. Sentado en una pequeña grada portátil espero a Pippo del Bono y toda la troupe. Jorge Martínez, diseñador y publicista, asumió -en la primera edición, después dirigió el Festival en solitario- tareas de producción. A los pocos que estábamos sentados en la grada -muy educadamente- nos pidió sentarnos en el suelo ya que era deseo expreso del artista. Al final, el suelo de la nave y la grada se petó y pude ver el espectáculo, sin remordimientos, desde la “butaca”.
El impacto de la función de Pippo del Bono perdura hasta hoy. En esos años, el artista italiano, ya había comenzado el trabajo con personas sin formación actoral, con diversidad funcional o síndrome de Down. Algunos intérpretes los había conocido en el psiquiátrico donde impartía talleres de teatro en los años 90. Como Bobò, sordomudo, analfabeto, microcéfalo y protagonista de sus espectáculos hasta su reciente fallecimiento, que pasó 45 años encerrado en el manicomio hasta que del Bono lo rescató. Un elenco fuera de los cánones de lo considerado “normal”. Un cabaret de bufones chillones y payasos tristes que también recogía momentos de calma y poesía. Una explosión de vida y arte en una propuesta política sin necesidad de muchas palabras en escena ni dialécticas pedagógicas interpuestas. Un auténtico fiestón entre estallidos de rabia y alegría que vislumbraban el dolor de fondo compartido.
De vuelta al 2021, el Festival Caleidoscopio arranca esta noche en su vertiente escénica con la histórica compañía valenciana, Titoyaya Danza. Sobre el TCM veremos un espectáculo de danza comunitaria intergeracional y multicultural que reflexiona sobre la soledad no elegida y en la que participan personas mayores de la entidad social, Hogares Compartidos, y jóvenes extranjeros y no extranjeros tutelados por la Administración junto a bailarines de la propia compañía. Sobre las tablas, los mal llamados MENAS que tanto molestan a Vox. Tras la función se realizará un encuentro con el público, allí nos vemos.
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