Los jóvenes navarros que apuestan por trabajar en el campo: “Es complicado, pero precioso”
En Andosilla, en el sur de Navarra, Alberto Pardo recorre su nave tras terminar la recogida de champiñones de esta temporada. Con 29 años, decidió dedicarse a la agricultura sin contar con tradición familiar en el sector, convirtiéndose en una excepción en un lugar donde la mayoría de jóvenes marchan a la universidad y rara vez regresan. A 80 kilómetros de distancia, en Ulzurrun, Pablo Eraso, de 28 años, cuida su ganado vacuno mientras planifica su futura explotación caprina. Aunque proviene de una familia ganadera, su camino tampoco fue directo: estudió soldadura antes de decidir que su lugar estaba en el campo.
Las historias de Alberto y Pablo representan una realidad escasa en Navarra. Según datos del Gobierno foral, más de la mitad de las explotaciones agrícolas y ganaderas en la comunidad no cuentan con un relevo generacional, lo que no solo amenaza la supervivencia de pueblos enteros, sino que pone en riesgo un sector que representa el 5% del PIB regional navarro.
Consciente de este desafío, el Ejecutivo foral ha impulsado diversas medidas para atraer a nuevas generaciones al campo. Una de las iniciativas más destacadas es un curso que busca incorporar y formar a las nuevas generaciones en el sector. Alberto y Pablo son dos de los 44 jóvenes navarros que completaron este curso de 200 horas el pasado mes de mayo.
“Para asegurar producciones importantes en el futuro, la formación, la experimentación y el relevo generacional son fundamentales”, explica el consejero de Desarrollo Rural y Medio Ambiente, Jose María Aierdi. Para el consejero, mantener y fortalecer esta industria “debe ser y es una apuesta de futuro para Navarra”, pero reconoce que el reto requiere ofrecer “un acompañamiento y asesoramiento continuo” que vaya más allá de la formación teórica.
Tanto Alberto como Pablo coinciden en que el curso les brindó herramientas esenciales, especialmente en áreas como contabilidad, gestión administrativa y acceso a ayudas públicas. Precisamente, estas últimas fueron clave para Alberto y su mujer, Paula, se lanzaran a emprender en la industria del champiñón tras enterarse de que un vecino del pueblo iba a jubilarse. “Si no me hubieran dado la subvención, seguramente no me hubiera incorporado al sector, porque es muy difícil empezar de cero y poder mantenerte en la agricultura si no tienes nada. Es difícil, por no decir imposible”, reconoce Alberto. Pablo, a pesar de su origen ganadero, comparte esta visión: “Si no tienes una base de raíz, está muy complicado”.
Ambos coinciden en la necesidad de ayudas económicas y formación para que los jóvenes puedan dar el paso y arraigarse en el campo, una preocupación que surge de su inquietud compartida por el futuro del sector. “Vamos a acabar en peligro de extinción”, advierte Pablo. Ante esta alerta, el consejero Aierdi afirma que están trabajando para luchar contra ello: “No podemos permitirnos que actividades económicas perfectamente rentables se cierren por la falta de relevo. Por eso estamos poniendo en contacto a quienes quieren incorporarse con quienes se jubilan o abandonan el sector”.
Hoy, Alberto y Paula ya están viendo sus primeros resultados: esta temporada han llenado su nueva nave con 42.000 sacos de champiñones, lo que supone entre 250.000 y 300.000 kilos de producción. Por su parte, Pablo sigue trabajando con su ganado vacuno en casa, aunque ya planea ampliar su actividad al sector caprino y tiene en mente la ubicación de su futura explotación. Ambos, desde sus respectivas experiencias y siendo conscientes de la dificultad, coinciden animar a quienes se planteen cambiar la ciudad por el campo. Alberto lo resume con una convicción clara: “Puede ser complicado, pero que no duden: el campo es bonito; trabajar de ello es precioso”.
0