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Más allá de la solidaridad: qué necesitan las familias de acogida y por qué los recursos actuales son insuficientes

Las familias de acogida piden más recursos y apoyo institucional.

Lucía M. Quiroga

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Tener que justificar todos los gastos de un niño pequeño con facturas. Recibir una asignación económica que no cubre ni de lejos los gastos de un adolescente con necesidades especiales. Que una niña que ha sido maltratada tenga un ataque de ansiedad y no contar con un psicólogo de referencia. Tener que pedir tres presupuestos para comprarle unas gafas a tu hijo. O pedir autorización cada vez que sale a dormir a casa de un amigo. Son algunas de las dificultades con las que conviven a diario las familias de acogida y que ilustran la falta de apoyos que existe en el sistema.

La acogida familiar es una medida de protección para aquellos menores que, por diferentes motivos, se separan de sus familias biológicas. Supone acoger, de manera temporal, a un niño o niña que de otra manera estaría en un centro de menores. En España hay 18.455 niños y niñas en acogimiento familiar y 16.177 en acogimiento residencial, según los últimos datos del Observatorio de Infancia, de 2021. Es una modalidad que depende del Ministerio de Derechos Sociales, cuyas competencias están delegadas a las Comunidades Autónomas, por lo que el sistema es diferente en cada lugar. Y gran parte de la gestión recae sobre Cruz Roja, que ha presentado recientemente un informe en el que señala algunas de las carencias en el apoyo que necesitan las familias que se deciden a acoger. 

La directora del área de Estudios de Cruz Roja, Estrella Rodríguez, presentó a principios de mayo en rueda de prensa el informe Familias de Acogida: análisis de los sistemas de soporte a esta modalidad de cuidado alternativo, cuyas conclusiones denuncian la fragilidad y desigualdad territorial en los sistemas de apoyo a las familias que acogen. “El desarrollo legislativo autonómico es desigual. Algunas comunidades autónomas ni siquiera han actualizado sus políticas a la nueva ley de Infancia, y hay muchísimas diferencias en la concreción de medidas. Hay un déficit de recursos de acompañamiento y gestión, que van más allá del apoyo económico”, explicó Rodríguez. 

Pese a esas carencias en el apoyo por parte de las administraciones, familias y menores valoran muy positivamente la oportunidad de cambiar un centro por un hogar, señala el informe. Casi todas las experiencias de acogida terminan bien, pero expertos y familias coinciden en que la falta de apoyos es generalizada. La acogida es una modalidad que implica gastos, retos y dificultades que en muchas ocasiones no son suficientemente respaldadas por las administraciones. Algunos de esos vacíos los cubren asociaciones como la propia Cruz Roja, que cuenta con equipos técnicos especializados, y otras asociaciones de familias. 

Falta de apoyo y acompañamiento 

Adriana de la Osa es la directora de ASEAF, la Asociación Estatal de Acogimiento Familiar, que agrupa a 22 asociaciones autonómicas. Tiene una postura crítica con el sistema de acogida: “No solo es que haya diferencias entre las comunidades autónomas, ojalá fuese solo eso. Es que el sistema es igual de desastroso en todas ellas. Excepto en el País Vasco, donde sí hay recursos, en el resto de comunidades es un sistema deficiente, no funciona en ningún lugar. Y no tiene que ver con quién gobierna, sino con el sistema de acogimiento familiar, que aún encima es carísimo, consume una cantidad brutal de recursos y sigue sin funcionar”, explica. 

Su asociación trabaja día a día con otras de todo el territorio, por lo que conoce la problemática de primera mano, y la única solución que encuentra es cambiar el sistema por completo. Ella dice, en tono irónico, que hay que hacer una “reconversión industrial”: “Tenemos que hacer una consultoría para ver qué es lo que no está funcionando y empezar a hacerlo bien. Tenemos muchos modelos de buenas prácticas, como el del País Vasco o el de otros países. Impulsar el acogimiento familiar no puede ser solo conseguir familias de acogida, sino dotar de recursos y reorientar parte de esos recursos”, concluye. 

Una de las familias con las que Adriana trabaja es la de Nino Trillo, padre de acogida de un adolescente en Madrid. Su caso se gestiona a través de un programa de la Comunidad de Madrid, que no cuenta con una asignación económica directa. “Aquí ese tema no está muy regulado; yo podría solicitar dinero para cubrir gastos, pero tendría que justificarlo con facturas, no hay una asignación directa en este tipo de programas”, explica. Cuenta que llegó a la acogida casi de casualidad, a través de una actividad extraescolar de uno de sus hijos. Su acogida es temporal, y el niño pasa tiempo en casa y tiempo en el centro, un espacio para el que Nino solo tiene buenas palabras: “Hablo con la educadora todas las semanas, el centro me ha aportado acompañaniento, flexibilidad y asesoriamiento en todo momento. El niño tiene un espacio muy cubierto y protegido en la residencia”, asegura. 

Su experiencia con la acogida es positiva: “Estar en casa le da al adolescente un ambiente mucho más relajado, más flexible, afectivamente distinto a estar en un centro; gracias a esto puede vivir una realidad menos institucionalizada. Entre mis hijos han hecho bastante piña, tienen un vínculo afectivo que además les ayuda a ver que no todos los niños viven en una esfera de relativo privilegio”, explica. 

El balance también es positivo para Rebeca Pereira, presidenta de ACOUGO, una asociación gallega de apoyo a las familias de acogida –y que forma parte de ASEAF, la asociación estatal–. En su casa viven actualmente sus dos hijos biológicos y dos hermanos en acogida permanente. Hace poco despidieron a una bebé que se fue a una familia de adopción. Rebeca reconoce que hay carencias a las que la administración pública no llega. “Tenemos una compensación económica que no cubre los gastos del menor, y que no tiene en cuenta las diferencias territoriales: no es lo mismo una familia que vive en Madrid que una que está en un pueblo, por ejemplo. Además, hay mucho movimiento de personal y necesitan más personas trabajando, tanto Cruz Roja como la Administración. Tienen unas ratios altísimas que impiden que puedan hacer un seguimiento de calidad y cuidado”. Por eso, desde ACOUGO trabajan para, según ella, “hacer difusión, formación y seguimiento a las familias, pero también incidencia política, para que se nos dé más apoyos”. Ella sintió especialmente el vacío en los momentos de despedida. “Te sientes muy sola en esta situación, es donde más falla el acompañamiento”, asegura.

El informe de Cruz Roja ha entrevistado a familias de todo el territorio, que comparten necesidades de apoyo y acompañamiento. Todas ellas reclaman más apoyo económico, aunque sea un tema del que cuesta hablar. “El acogimiento conlleva muchos gastos: hay que pagar terapias, en ocasiones cambiar de coche, adaptar la casa o incluso dejar de trabajar. Pero las familias a veces sienten vergüenza al reclamar más apoyo económico”, explicaba Estrella Rodríguez en la presentación del estudio. Además, también necesitan apoyo por parte de psicólogos, sanitarios, educadores, trabajadores sociales y otros profesionales. Reclaman, entre otras cosas, mayor sensibilización social, para que la sociedad reconozca su realidad familiar. Y una simplificación de los procesos burocráticos que facilite las gestiones del día a día. 

Desde ASEAF trabajan también para ir consiguiendo una serie de demandas que mejorarían la vida a las familias de acogida. Así lo explica Adriana de la Osa: “Necesitamos más recursos, como un psicólogo habitual que nos acompañe, una formación continua o un teléfono que esté disponible las 24 horas y al que puedas llamar si surge cualquier dificultad. Por ejemplo, donde yo vivo, en la Comunidad de Madrid, solamente hay un gabinete psicológico para todos los niños y niñas en acogida. Hacen falta becas para el estudio y que contemos para la familia numerosa, en la que no entramos. También deberían tenernos en cuenta para otras ayudas, como el cheque bebé, y simplificar la burocracia. Además, hay que trabajar con la familia biológica, teniendo en cuenta que el objetivo ideal sería siempre que el niño o niña vuelva con ellos. Si la familia de acogida y la biológica no trabajan juntas, se produce en el niño un conflicto de lealtades que lo complica todo”, cuenta Adriana.

El modelo vasco

En el País Vasco, donde sí existe un sistema consolidado para las familias de acogida, las diferencias son notables. Alberto Rodríguez es psicólogo, especialista en acogimiento familiar y director del programa de acogimiento familiar especializado de la Diputación de Gipuzkoa. Este programa, dirigido a niños y niñas con necesidades especiales, y que requiere que al menos uno de los padres sea un profesional en este campo, es un referente a nivel nacional e internacional. Para él, las diferencias en el caso de Euskadi tienen que ver con tres factores: “En primer lugar, tenemos unas instituciones públicas comprometidas y convencidas con el acogimiento familiar, lo que hace que tengamos campañas de sensibilización y ayudas económicas suficientes; en segundo lugar, contamos con un equipo técnico importante, tanto por parte de las administraciones como de las asociaciones; y en tercer lugar, contamos con recursos económicos e intentamos innovar, evaluando todo el tiempo lo que funciona y no funciona, cuestionándonos y escuchando a la gente”, explica Rodríguez. 

Una de las claves a las que apunta este experto es la relación entre la familia biológica y la de acogida: “Nosotros tenemos esta dinámica de trabajo desde hace 25 años: cuando se puede, es la familia biológica la que presenta al niño o niña a la familia de acogida. Es una herramienta muy compleja de gestionar, hay que hacerlo muy bien, pero facilita mucho las cosas y evita el conflicto de lealtad. Es una cuestión de sentido común aplicado a la intervención. Y no se trata solo de presentar a ambas familias, sino de hacer un trabajo conjunto entre todo el sistema: la familia de origen, la de acogida y el menor. Muchas familias biológicas no saben lo que les pasa a sus hijos. Son padres que tuvieron problemas, se equivocaron, pero siguen siendo padres. Por eso es clave implicarles en todo. Por ejemplo, yo ahora tengo que irme a una cárcel a 150 kilómetros de donde vivo para visitar a un papá que probablemente no vea a su hija en más de diez años”, cuenta. 

El acogimiento de la familia formada por Inmaculada Herrero y Raúl Pastrana, de Palencia, también es especializado. Ambos participan en programas de acogida desde hace años, y la niña que tienen actualmente en acogida tiene una discapacidad intelectual. Tanto Raúl como Inmaculada, que tienen otros dos hijos mayores, se sienten apoyados por la administración, y cuentan con una asignación mayor por sus características. Pero aun así no es suficiente. Cuentan que, como en los otros casos, la despedida suele ser el momento de mayor soledad: “Claro que es lo que peor llevas, porque has vivido con ese niño o niña, has compartido, le has cuidado y le has tratado como un hijo más. Al principio lo pasas muy mal, pero luego estás deseando que vuelvan a llamarte para empezar de nuevo”, explica Inmaculada. Su marido añade: “A veces nos sentimos mal, porque somos como un puente: los niños van pasando para un lado o para otro, y sabes que contigo no se van a quedar. Pero la experiencia endurece, vas aprendiendo a gestionarlo”, explica. 

La familia monomarental encabezada por Río, una mujer de 55 años, es un ejemplo de que quien prueba esta modalidad, suele repetir. En una pared de su salón cuelgan las fotos de 22 niños y niñas, la mayoría bebés. Todos ellos han pasado por su casa, situada en un pequeño pueblo de Zamora, desde que hace más de 15 años tomara la decisión de ser madre de acogida. La última de las fotos que colgó en su pared es la de una bebé que acaba de marcharse, hace muy pocos días, a una familia de adopción. Sin apenas tiempo de transición entre uno y otro, acaba de acoger a otro bebé de pocas semanas. Y es precisamente en ese continuo ir y venir de niños donde Río encuentra la clave de la acogida: “Claro que las despedidas son duras, son un duelo. Pero despides a un niño para recibir a otro que también lo necesita”, explica. Al estar sola en la crianza, se apoya mucho en las técnicas de Cruz Roja, así como en su familia extensa: su exmarido, con quien empezó en la acogida, le echa una mano siempre que lo necesita. 

En Valencia ciudad viven María y Pedro –prefieren no dar sus nombres reales–, una pareja de acogida que comparte vida y casa con dos hermanos cuyos padres biológicos no pueden cuidarles. Aunque repiten una y otra vez que están muy contentos y que el balance es bueno, reconocen que con más apoyo la experiencia sería mucho mejor. “A nosotros nos ha pasado que, ante una crisis de ansiedad de uno de los niños, nos vimos completamente solos y desbordados. Como para cualquier tratamiento médico tienes que pedir autorización, no nos atrevíamos a llevarle a una consulta sin más, pero tampoco tenemos un psicólogo de guardia ni nada que se le parezca. Así que tiramos de recursos propios e hicimos lo que pudimos, pero habría que mejorar mucho el sistema”, aseguran.

Y hacen una reflexión sobre la cuestión económica: “Está claro que no te puedes meter en esto por el dinero, pero tampoco puede ser que alguna gente que quiere acoger se quede fuera de los programas porque no se lo pueden permitir”, asegura María.

Las conclusiones del informe de Cruz Roja señalan que, a pesar de las dificultades y las carencias en el apoyo, en los últimos años ha habido avances legislativos y sociales, además de la valoración positiva que hacen de la acogida los niños y niñas en esta situación y las familias que les reciben. Para Sandra Amaya, técnica en Cruz Roja, lo que sigue sosteniendo el sistema es la entrega de las familias. “Todas ellas se caracterizan por su generosidad, su empatía y su capacidad resolutiva. Pero necesitan apoyos”, reclama. E insiste en poner el foco en lo importante: “Es una modalidad de cuidado alternativo que debe centrarse en el niño o niña, que parte de una situación de vulnerabilidad y suele llegar a las casas de acogida con su propia mochila, en la mayoría de casos con historias de vida complicadas. Por eso el foco tiene que estar ahí y hay que poner recursos”, concluye.

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