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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Pelea de carneros

Los carneros, al inicio de una pelea grabada en Azpeitia.

Ana Moreno

Activista animalista —

Tengo que comenzar diciendo que la denominación de carnero es errónea, ya que un carnero es un morueco castrado, y este nunca pelearía con otro carnero. Comienzo por la denominación correcta porque es necesario conocer esto, para saber hasta qué punto algunos humanos pervierten la naturaleza de los animales para su disfrute. Las peleas de moruecos solo se producen de forma natural en dos casos: cuando los machos están en época de celo, o cuando se incorpora otro morueco desconocido al rebaño. Como sucede con muchas otras especies de animales, el macho en época de celo, en primavera, lucha por cubrir a las hembras y compite con otro macho. Este es principal motivo por el que las denominadas peleas de carneros se llevan a cabo más intensamente entre los meses de abril a junio. Esta competencia intraespecífica y natural de los animales ha sido manipulada y utilizada por el ser humano para su diversión.

‘Ahari topeka’ (pelea de carneros), o ‘ahari apustuak’ (apuestas de carneros), es llevada a cabo en Euskadi como tradición, en la categoría de deporte rural vasco, ‘herri kirolak’. Pero las peleas de moruecos no solo se realizan en Euskadi, también son tradición en la aldea de Hanhejing en Huaxian, China, en Afganistán y en Argelia, donde son organizadas por pastores argelinos dentro de los preparativos para la Fiesta del Sacrificio. Esto viene a demostrar que no es una seña de identidad exclusiva de los vascos, sino una forma más de utilizar a los animales como meros recursos de diversión.

Considerar este tipo de tradiciones maltrato animal no es algo novedoso. En 1935, en la Segunda República, se prohibieron las peleas de carneros. La orden del 3 de mayo de 1935 por el que se aprobaba el reglamento de espectáculos públicos prohibía las peleas entre animales, el uso de animales vivos en las cucañas y todo lo que implicara maltrato o crueldad hacia los animales. Más tarde se hizo la vista gorda a esto. En cada una de las provincias vascas ha oscilado la postura de las diferentes administraciones, entre la prohibición absoluta o la tolerancia total, según sus criterios personales o las circunstancias del momento.

En el 2007 la Asociación por un Trato Ético con los Animales (ATEA) denunció las peleas de carneros, llevadas a cabo en el municipio vizcaíno de Iurreta amparándose en la Ley de Protección de los Animales de 1993. En ese momento el Gobierno vasco, órgano competente, determinó de forma clara y contundente su prohibición, pero varios pueblos de Gipuzkoa siguieron realizándolas al no darse por aludidos.

Actualmente existe, aparte de la Ley de Protección de los Animales, la Ley 32/2007, de 7 de noviembre, que regula el cuidado de los animales denominados de renta o granja, donde en su Art. 14, es considerado como muy grave utilizar los animales en peleas. Jurídicamente estas prácticas son ilegales, sin ningún tipo de dudas. La cuestión ahora es que, el órgano ejecutivo tome cartas en el asunto y haga prevalecer la Ley. También se debe asumir que las tradiciones solo son hechos que se repiten en el tiempo, y que estos hechos siempre deben ser de acuerdo a los conocimientos y consideraciones éticas de cada momento.

Es decir, lo que antaño podía parecer admisible, hoy ya no lo es, pues los avances científicos y el mayor conocimiento hace que todas las tradiciones deban ser revisadas continuamente en el tiempo. Ya no vivimos en los tiempos oscuros del desconocimiento, y en la medida que los seres humanos podemos hacer juicios de valor sobre nuestros actos, estamos obligados, en base a la ética, a tratar de evitar el dolor ajeno, sea humano o no. Tenemos que ejercitar la empatía, esa cualidad que poseemos y nos permite ponernos en el lugar del otro. Ya que una sociedad ética y avanzada no puede seguir utilizando a los animales como meros  recursos de diversión, siendo ciega a su sufrimiento. Y deben ser las instituciones públicas las que comiencen creando las bases para una educación que promueva la adopción de comportamientos más humanitarios y propios de una sociedad moderna.

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