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La culpa no es de los ciudadanos

Concentración convocada por sindicatos sanitarios de Madrid contra el “abandono y desprecio” por parte del gobierno regional

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Esta semana hablaba con un médico experto en salud global sobre qué ha pasado en España para que el país tenga ahora el peor repunte de Europa y una de las incidencias más altas de la epidemia del mundo. En la entrevista, que se publica en unos días en nuestra revista trimestral, me decía que el principal factor en el patrón de la buena o mala evolución de la pandemia según el país no es el que esperamos. 

El principal factor para ver cómo le ha ido a tu país no es el PIB. Ni la situación geográfica. Ni siquiera el número de camas hospitalarias o médicos per cápita. Las comparaciones son odiosas e imperfectas, pero el principal factor que ha marcado la diferencia, sostiene este experto con mucha perspectiva, ha sido el liderazgo. Países pobres como Ruanda y países ricos como Alemania tienen en común decisiones tempranas, eficaces y valientes. Países muy ricos como Estados Unidos y bastante ricos como Reino Unido y España tienen en común lo contrario. 

La culpa no es de los ciudadanos. Ni de que se hayan relajado ni de cómo viven ni por supuesto de dónde vienen. La culpa no es de los ciudadanos: hay que repetirlo más para que los políticos no se escaqueen de su responsabilidad histórica, difícil, casi imposible, sin duda. 

La abrumadora mayoría de las personas que viven en España llevan mascarilla desde antes de que fuera obligatoria, pero cuando ya estaba claro que era una medida necesaria para proteger y protegerse. Sí, algunas personas la llevan con la nariz fuera o se la bajan para hablar por teléfono (¡que se te oye igual!) o hablan demasiado alto (lanzando más gotículas) porque no somos robots, pero el respeto es ejemplar comparado con otros países. Salvo excepciones, las personas que no cumplen con las pocas normas que hay probablemente desconocen su importancia o la lógica detrás de esas normas porque las autoridades públicas no lo han explicado lo suficiente o lo suficientemente bien. 

Tras la explosión de primavera que pilló a la mayoría de gobiernos desprevenidos -aunque no a todos-, seis meses después sabemos suficiente sobre la transmisión del virus (especialmente desbocada en espacios cerrados mal ventilados), sus consecuencias devastadoras y cómo controlarlo como para que haya políticas públicas adecuadas de contención. Tenemos hasta tablas para explicarlo fácil

El Gobierno diseñó las fases de desescalada sin contemplar un cierre más prolongado de los espacios interiores, los más peligrosos, en contra del criterio de las personas que lo asesoraban, como Miguel Hernán, que explicó hace unos días la opuesta evolución de Nueva York y Madrid este verano que también contamos en elDiario.es. El Gobierno no estableció umbrales de infección para endurecer o suavizar las restricciones y no dejar resquicio de excusa a las comunidades para no actuar. No hizo un esfuerzo de comunicación para explicar la importancia de las burbujas sociales para limitar los contactos entre personas y dirigirlos al aire libre dentro de lo posible. 

La Comunidad de Madrid, actualmente el centro de la pandemia en Europa, ha dejado que el virus circule sin control durante semanas clave sin apenas restricciones. Las pocas medidas que ha tomado el Gobierno autonómico son muchas menos que las que se tomaron en otros lugares de España cuando la incidencia de la epidemia era mucho más baja. Euskadi es otro ejemplo de tardanza y confusión aunque sea con líderes menos erráticos y peligrosos para la salud pública. Lleida lo fue de la falta de atención a las poblaciones más vulnerables y las carencias en el rastreo. Y la mayoría de las comunidades, ejemplo de cómo se han incumplido los compromisos básicos de refuerzo del personal de atención primaria y los rastreadores cuando la transmisión era más baja (una vez que hay tantos casos, el rastreo deja de ser eficaz e incluso alcanzable). Por no hablar de la presión para los profesores por la falta de personal y protocolos que funcionen de manera más eficaz.

En primavera era más difícil y casi inadecuado por el drama inmediato repartir culpas. Seis meses después, se puede decir que la culpa es de algunos políticos por acción u omisión. Y no de un solo partido. 

Tomar decisiones difíciles requiere valentía y liderazgo, requiere explicar a los ciudadanos por qué sus sacrificios merecen la pena, y requiere ver más allá de la guerra partidista o lo que te suena que es “de derechas” o “de izquierdas”. A falta de vacuna y tratamiento eficaz, necesitamos líderes para aguantar este virus.

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