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¿Abolicionismo o derechos laborales?

Una protesta reclama derechos y protección para las mujeres que ejercen la prostitución / Foto: cedida.

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En su libro Putas Insolentes, Juno Mac y Molly Smith diseccionan de manera impecable los aspectos clave que conforman el debate de los feminismos en torno al trabajo sexual, entendido este en todas sus variantes, desde la prostitución y la pornografía hasta los masajes eróticos. Uno de los puntos centrales tiene que ver con cómo las feministas anti-prostitución y feministas prosex llevan la discusión sobre el trabajo sexual a cuestiones sobre la dimensión sexual del mismo, dejando de lado cuestiones laborales y de derechos. Esta observación es aplicable también a nuestro contexto. ¿Sobre qué términos se está discutiendo en torno al trabajo sexual desde las posiciones de izquierda? 

Durante años, los movimientos feministas de izquierdas han luchado por la transformación de diferentes actividades económicas, así como contratos que suponían la subordinación de la mujer y la reproducción de un sistema patriarcal. Un ejemplo de esto es precisamente las mejoras en la garantía de derechos laborales y fundamentales de las personas que ejercen el trabajo del hogar. Una actividad laboral profundamente feminizada que podría ser acusada de la reproducción del imaginario patriarcal de ‘la ama de casa’ y la división sexual del trabajo. Sin embargo, hemos entendido que lo que hace falta no es abolir este tipo de trabajo, sino dotar de derechos a estos sujetos. Otro ejemplo de la transformación de contratos patriarcales es el contrato sexual por excelencia: el matrimonio. El matrimonio, junto con la familia, representan la subordinación económica de la mujer a cambio de actividades de reproducción y cuidados. ¿Se ha abolido el matrimonio? No, se ha adoptado una posición proderechos para subvertir las lógicas generando diferentes políticas públicas en materia de derechos de mujeres y de derechos laborales. 

Sin embargo, algunos de los argumentos que se esgrimen desde el abolicionismo es que el trabajo sexual es el motor de generación de trata de personas con fines de explotación laboral. Una argumentación que, por otro lado, jamás se extrapola a sectores económicos que no tengan que ver con la sexualidad. Una de las industrias del estado español que más se lucra de la trata de personas es precisamente el trabajo agrícola, el cual también conlleva violencias sexuales como se viene denunciando desde hace años. Sin embargo, ante esta situación, nadie se echa las manos a la cabeza  y exige el fin del trabajo en el campo, sino que se habla de mejoras en las condiciones laborales y en los derechos de las personas que trabajan en ese sector. Algo que, por otro lado, nunca llegará a tener resultados sin la abolición de la ley de extranjería y la crítica a la política fronteriza de la Unión Europea. Las fronteras son, entre otros elementos, uno de los grandes motores generadores de trata de  personas. 

La propuesta del PSOE en torno a la prohibición de la pornografía o las propuestas de reforma de los artículos 187 y 187 bis, presentadas desde Podemos primero y después desde el PSOE, no se definen como políticas dispuestas a garantizar y proteger derechos. Muy lejos de esa garantía, lo que hacen es quitar el derecho de consentimiento a aquellas personas que ejercen el trabajo sexual. 

Así, una discusión que debiera ahondar en la dotación de derechos laborales y fundamentales se ve reducida a una discusión de corte moral sobre el sexo. Discusión que parece tener como consecuencia el construir una nueva hegemonía que siga coartando y limitando la agencia sexual de todo sujeto. 

Esta limitación de la agencia se ilustra de manera clara a través de la prohibición de la pornografía. En un hilo publicado en Twitter, la directora y performer @AnnekeNekro analiza de manera sublime la historia de la pornografía. En pocas palabras, el análisis de Anneke nos empuja a pensar que la pornografía, al igual que cualquier otro tipo de cine, ha sido hegemonizado por un tipo de sujeto que impuso, en un determinado momento, una mirada patriarcal y heterosexual sobre la sexualidad. La prohibición de la pornografía refuerza la hipótesis de que la mirada solo puede ser masculina, que ese panóptico del que nos hablaba Foucault no puede ser subvertido. En otras palabras, que la mirada no nos pertenece y que solo debemos permitirnos ser objetos de una visión privada y jamás pública. Una negación de agencia reforzada a través de la propuesta de negar la capacidad de consentimiento a aquellas personas que ejercen la prostitución. 

La izquierda debería recordar una cosa: la libre elección es un mito neoliberal. Lo único que podemos hacer para protegernos en un sistema capitalista y patriarcal es blindar derechos. 

Desplazar el foco del debate de los derechos hacia la moral tendrá efecto bumerán. Si la moral pesa más que la necesidad de garantizar derechos laborales y fundamentales, las conversaciones con la extrema derecha son legitimadas. Recordemos que la moral en Europa sigue siendo de corte cristiano. 

*La autora donará el importe de esta columna a una asociación de trabajadoras sexuales. La autora también quiere agradecer a Andrea, Paula Sánchez, Roy Galán, Anneke Necro y Luna Miguel, la lectura y el cuidado durante su redacción

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