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Almeida frente al espejo

El alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida.

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El panorama político madrileño ha dado un vuelco. Hace apenas un año, los tres partidos que habían posibilitado los gobiernos de Almeida y Ayuso (PP, Ciudadanos y Vox) aparcaban cualquier diferencia, formal o sustancial, para cerrar filas en torno a la defensa de un Madrid convertido en una “aldea gala” que se oponía a todo lo viniera del Gobierno de la nación. Hoy, por el contrario, ese bloque monolítico ha saltado por los aires y cada una de las fuerzas que lo componían siguen líneas estratégicas diferenciadas. Incluso, opuestas.

Son varias las razones que explican esto, pero la más determinante fue la incontestable victoria electoral de Ayuso en las autonómicas celebradas el pasado 4 de mayo. Ciudadanos resultó ser el gran damnificado de la arriesgada maniobra de la presidenta, al pasar de 26 diputados a cero. Es bastante probable que aquel tsunami se lleve por delante a la formación que hoy dirige Arrimadas, pero hasta que eso suceda parecen decididos a cambiar su política de alianzas, confrontando abiertamente con Vox y enfriando el que parecía inevitable proceso de integración en el Partido Popular. Ahora, Ciudadanos pretende volver a ocupar el espacio “del centro” al que renunció Rivera, buscando acuerdos a derecha e izquierda que excluyan a los llamados “extremos”. En la campaña electoral de Castilla y León se está viendo claramente este viraje.

Por su parte, Vox también salió tocado de las elecciones madrileñas. Pese a que logró salvar los muebles sumando un escaño a los 12 que ya tenía, estuvo fuera de la campaña hasta los altercados de Vallecas. El partido de ultraderecha se vio obligado a extremar su ya extremo discurso (anti-inmigración y anti-izquierda) para tener algo con lo que diferenciarse de su principal rival, que no era otra que la presidenta. La candidatura de Pablo Iglesias y su disparatada estrategia de campaña (alerta anti-fascista) les proporcionó la coartada perfecta para evitar el trasvase masivo de votos al PP que muchas encuestas vaticinaban. Aun así, le vieron las orejas al lobo ayusista y, probablemente, entendieron que necesitaban algo más que criminalizar a menores migrantes no acompañados para conservar su presencia en las instituciones madrileñas.

El adelanto de Ayuso descolocó a sus dos principales aliados y a la vez competidores, pero también removió los cimientos de su propio partido. Su apabullante resultado inquietó a los dirigentes nacionales del PP, que vieron en ella una incipiente amenaza ante una hipotética -y bastante probable- tercera derrota electoral en las próximas generales. Si algo temen Casado y García Egea es que el empuje de la presidenta madrileña fuerce una renovación en el liderazgo del partido en caso de que vuelvan a fracasar en su intento de llegar a la Moncloa, de ahí que dediquen sus mayores esfuerzos a impedir que tome el control del partido en Madrid.

Y aquí entra en escena Martínez-Almeida. El alcalde de España, el alcalde enrollado, el alcalde de todos, como fue bautizado por la actitud dialogante que mantuvo al inicio de la pandemia y el perfil campechano y bromista que ha tratado de cultivar, se ha visto inmerso en esta guerra interna. Aunque parece que ya ha renunciado a disputar la presidencia del partido, Génova lo ha estado utilizando para frenar las aspiraciones de Ayuso. Sin él, la dirección nacional no tendría nada que oponer a la presidenta. Razón por la cual, la extrema derecha política y mediática le dirige todo tipo de críticas e insultos, acusándole de renunciar a su programa y entregarse a las políticas de la izquierda. “Judas” es uno de los muchos apelativos nada cariñosos que le dedica Jiménez Losantos en sus homilías matinales.

En esa pugna entre Ayuso y Almeida, Vox ha encontrado la razón de su existencia. Mientras ella es la heroína que planta cara a cualquier cosa que suene a progresismo, él es el traidor que ha asumido la agenda de la izquierda. Cuando el PP hace políticas de derechas, puede contar con su apoyo. Cuando no, ahí está Vox para denunciarlo ante sus electores, y de paso arañarle un buen puñado de votos.

El penúltimo episodio de este teatrillo han sido los presupuestos de la capital. Todos los esfuerzos de Almeida para que Vox se sentara a negociar fueron en vano. Ortega Smith, portavoz en el consistorio del partido de ultraderecha, ya anticipó en el pleno de noviembre que no habría acuerdo, y cumplió su amenaza. “Que le vaya bonito, pero con nosotros que no cuente”, sentenció. Unos días después, explicaba en una entrevista en esRadio las razones de su negativa a apoyar las cuentas del alcalde: el mantenimiento, y ampliación, de Madrid Central en la ordenanza de movilidad aprobada unos meses atrás y la creación del Grupo Mixto.

Y he aquí las claves de la ruptura entre el gobierno municipal y el que había sido su apoyo fundamental en el Ayuntamiento. Que Almeida, después de haber anunciado, prometido y repetido que acabaría con Madrid Central, incluyera en su ordenanza de movilidad las mismas restricciones de acceso al distrito Centro aprobadas por Carmena, ofrecía a Vox la excusa perfecta para justificar su ruptura con el alcalde ante el electorado del PP. Pero, además, la aparición del grupo mixto daba lugar a una nueva aritmética parlamentaria que reducía la influencia del partido de ultraderecha sobre el gobierno municipal, cuyos votos habían sido imprescindibles hasta entonces para obtener la mayoría parlamentaria.

Al tener la capacidad de funcionar como grupo municipal independiente, liberados de las imposiciones y ataduras a las que estábamos sometidos dentro de Más Madrid, hemos podido ofrecer una alternativa creíble a la extrema derecha. Sin complejos, hemos tendido la mano al gobierno de Almeida y Villacís con la voluntad real de negociar y llegar a acuerdos, cosa a la que ni el Partido Socialista ni Más Madrid estaban dispuestos, pues su única estrategia de oposición pasa por ver quién dice más alto y más veces “no” a cualquier cosa que haga o deje de hacer el gobierno.

Pero nosotros no nos la jugamos para seguir parapetados en trincheras ideológicas ni de partido, sino para influir decisivamente en la política municipal. Así lo hicimos con la ordenanza de movilidad, que apoyamos tras asegurar el mantenimiento de Madrid Central, y así lo hemos hecho con los presupuestos. Nuestra única línea roja ha sido dejar a Vox al margen de cualquier decisión que afecte a la vida de los madrileños. Hemos asumido el riesgo de pactar con la derecha aun sabiendo que una parte de la izquierda jamás nos lo va a perdonar. Esa misma izquierda, por cierto, que lleva 30 años criticando y oponiéndose a todo lo que venga de la derecha mientras la derecha sigue gobernando.

Con nuestro acuerdo presupuestario logramos, por ejemplo, que el Ayuntamiento vuelva a financiar el Orgullo y recupere las subvenciones a colectivos LGTB, a costa de eliminar las subvenciones a organizaciones como la Fundación Madrina que se dedica a coaccionar a las mujeres que acuden a los centros de interrupción del embarazo. Asimismo, hemos conseguido la gratuidad de los autobuses de EMT en hora punta de mañana y tarde los días de mayor intensidad de tráfico. O que la administración municipal se implique en la tramitación de ingreso mínimo vital y ayude a las familias con dificultades para pagar la hipoteca o el alquiler mediante la creación de un fondo de emergencia habitacional. Además, hemos logrado que se rebaje el IBI a quien tiene una vivienda cuyo valor catastral no supere los trescientos mil euros en lugar de esa bajada indiscriminada pretendida por Almeida para beneficiar más a quien más propiedades tiene. Y, entre otras muchas cuestiones que no es posible detallar en este artículo, también incluimos en el acuerdo el nombramiento de Almudena Grandes como hija predilecta de Madrid. Lo hicimos porque sus méritos para recibir este reconocimiento están más que acreditados y porque Madrid es una ciudad mucho más abierta y avanzada de lo que su alcalde pretende que sea.

Las desafortunadas declaraciones de Almeida no desmerecen un ápice a la escritora. Muy al contrario, engrandecen su figura en contraposición con un alcalde atenazado por los ataques que está recibiendo de la extrema derecha. Algo que también hemos visto con Djokovic. Su guiño a los antivacunas, caladero electoral de Vox, le ha obligado a tener que dar unas cuantas explicaciones y la consiguiente rectificación.

Volviendo a Almudena, las palabras del alcalde no son más que el reflejo de sus miedos y presiones. Nada ha contribuido tanto a mostrar la cara del verdadero Almeida que ponerle frente al espejo de sus contradicciones. De hecho, ha sido mucho más criticado por su desprecio a la figura de la autora que cuando recibió el apoyo de Vox a su investidura. 

Esto jamás hubiera sucedido con una oposición inmovilista que lo fiaba todo al desgaste de no sacar adelante las cuentas de este año. Como si Ayuso no hubiera arrasado en las elecciones, pese a que no había sido capaz de aprobar un presupuesto en su anterior legislatura.  

Nuestra estrategia de mano tendida ha cambiado el guion y ha recolocado las piezas. Solo hay que comparar la situación de la derecha en la Asamblea y en el Ayuntamiento de Madrid. El tablero de la política municipal se ha movido más en estos últimos cuatro meses que en los dos años anteriores. Porque hacer oposición no consiste en oponerse a todo sino en visibilizar las contradicciones y los errores del adversario y, de paso, ofrecer una alternativa sólida, creíble y atractiva a la ciudadanía. Esa es nuestra tarea y a ello estamos dedicando todo nuestro esfuerzo. Porque cuando nos separamos de Más Madrid dijimos que no estábamos aquí para conservar un escaño sino para recuperar el gobierno municipal en 2023. Hoy, tras haber forzado la ruptura del bloque conservador, estamos un poco más cerca de ese objetivo.

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