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Un cisne negro sobre Washington

En la imagen, el presidente de Estados Unidos, Donald J. Trump. EFE/Peter Foley/Archivo

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“Tilden or Blood” (“Tilden o Sangre”). Este era el encabezamiento de los pasquines que circulaban por todo Estados Unidos tras las elecciones presidenciales del martes 7 de noviembre de 1876. La campaña previa había enfrentado en un clima de polarización extrema al demócrata Samuel J. Tilden frente al republicano Rutherford B. Hayes. En los mítines demócratas se tildaba de victimistas a sus adversarios y se les acusaba de ondear la “camisa ensangrentada”. En los mítines republicanos las masas coreaban “No todos los demócratas eran rebeldes, pero todos los rebeldes eran demócratas”, en referencia al bando sudista en la reciente guerra civil. EEUU se asomó entonces al abismo con un partido y un candidato que no aceptaban los resultados del Colegio Electoral - la instancia que en su sistema electoral indirecto designa al Presidente -. En aquellos días - aunque en 2020 nos sorprenda - el Partido Republicano era el principal defensor del voto de los afroamericanos frente a un Partido Demócrata que trató de impedir que estos pudiesen ejercer su recién adquirido derecho al sufragio tras el fin de la esclavitud. Estas son algunas de las inquietantes similitudes (polarización extrema, conflicto racial e intento de restringir el voto) con aquel olvidado otoño de 1876 donde el presidente saliente - el general Ulysses S. Grant - ordenó en secreto agrupar el grueso del ejercito en torno a Washington en previsión del estallido abierto de un nuevo conflicto civil.

Al iniciar este 2020 el 45º presidente de EEUU, Donald J. Trump, tenía prácticamente asegurada la reelección según el amplio consenso existente en Washington. La economía proseguía en expansión y la tasa de desempleo alcanzaba mínimos históricos. El país - a pesar de la retorica belicista de algunos viejos halcones republicanos - no se había implicado en ninguna aventura militar en el exterior. Muy al contrario, proseguía la retirada de tropas desde Oriente Medio a Europa y el traspaso de responsabilidades a los aliados regionales. Trump había detectado con claridad la “fatiga de guerra” de la sociedad estadounidense tras dos décadas de una interminable y ubicua guerra contra el terrorismo. Hasta los líderes del Partido Demócrata asumían la derrota en noviembre dando ya por amortizado a su candidato, el exvicepresidente Joe Biden, tras constatar el fiasco de un “impeachment” a Trump que solo había logrado cohesionar y enfervorizar a las bases republicanas.

El matemático Nassin Taleb expuso en 2007 una innovadora teoría conocida como el “Cisne negro”. Simplificando viene a enunciar que un acontecimiento inesperado y excepcional (generalmente negativo) puede tener un profundo impacto y alterar radicalmente un escenario previo. La irrupción de la COVID-19 puede convertirse en el trágico cisne negro de la presidencia Trump. El desastre en la gestión de la epidemia  - avanzando hacia los 200.000 decesos -  y propuestas tan surrealistas del líder de EEUU como “inyectar desinfectantes”, unido al desplome de la actividad económica han situado al Partido Demócrata a un paso de la Casa Blanca.

Sin embargo, el presidente Donald J. Trump - tantas veces subestimado - tiene un plan. Su retórica extremista y racista fue tachada de disparatada en su día pero movilizó a los perdedores - sobre todo blancos - de la globalización ante una inmigración presentada ( falsamente ) como competencia en empleos y ayudas sociales. Funcionó. En 2020, Trump, que ya perdió en voto popular en 2016, no aspira a ganar este ni a nivel nacional ni tan siquiera en la mayoría de estados antes oscilantes - con fuertes minorías hispanas y afroamericanas - como Florida o Carolina del Norte. Hay una máxima que se atribuye al presidente Harry Truman, que ganó su reelección contra todos los pronósticos: “Si no puedes convencerlos, confúndelos”. La Casa Blanca hoy tiene idéntico objetivo que Hayes - el candidato republicano en 1876 y finalmente presidente - : Transformar una clara derrota electoral tanto en voto popular como en el Colegio Electoral en una victoria. ¿Es esto posible? Lo fue en 1876 donde tres estados revocaron - en medio de acusaciones cruzadas sobre la fiabilidad del escrutinio - sus delegaciones iniciales al Colegio Electoral. En un ambiente de polarización y confusión adecuados es factible que el 20 de enero de 2021 Donald J. Trump jure en Washington su segundo mandato ante el presidente del Tribunal Supremo de EEUU.

El masivo voto por correo - calificado por la Casa Blanca como un “fraude monstruoso” - debido a la epidemia de COVID-19 unido al recorte de los fondos federales para el servicio postal anuncia días o semanas de agónicos recuentos en medio de impugnaciones y recursos judiciales. Cada estado - e incluso múltiples condados - de los 50 que conforman EEUU tiene sus propias normas electorales. A mayores, múltiples autoridades locales republicanas han reducido los centros de votación - no precisamente abundantes - en los distritos demócratas. El ex presidente Barack Obama ya advirtió de la intención de la Casa Blanca de restringir el voto de las minorías y barrios pobres “con precisión quirúrgica”. Es de temer una jornada electoral caótica en varios estados clave con interminables colas de votantes en las calles como las que se vieron en Ohio y Pensilvania en 2016.

El Colegio Electoral - integrado por 538 electores - se reúne en diciembre para designar al Presidente. Pero varios estados poseen regulaciones - Florida por ejemplo - que prevén que si en determinados plazos no ha sido posible elegir a sus representantes, son las autoridades estatales las que designan la delegación al Colegio Electoral. Esto abre un escenario escalofriante en el cual, aunque varios estados hubiesen votado mayoritariamente por Biden, el retraso en el recuento - unido a la deslegitimación previa del voto postal y los incidentes en la jornada electoral - permitiesen a las autoridades estatales republicanas (la citada Florida, Ohio, Iowa, etc) enviar una delegación pro Trump al Colegio Electoral. No es nada descartable que el Tribunal Supremo - como en las disputadas elecciones de 2000 entre Al Gore y George W. Bush - tenga que tomar la ultima palabra. Una decisión bastante predecible dada la clara mayoría conservadora entre sus magistrados.

Al comenzar 1877 después de meses de tensión creciente y tras el discutido dictamen - por 8 a 7 votos - de un Comité Electoral consensuado por el Senado y el Congreso, milicias armadas rivales (muy similares a las que vimos hace unos días en las calles de Portland) estaban ya desplegándose en varios estados del país. Ante el riesgo inasumible de una nueva guerra civil - como describió magistralmente el estadounidense Gore Vidal en su novela histórica 1876 publicada en el centenario de los hechos - el Partido Demócrata y su candidato dieron un paso atrás y reconocieron al republicano Rutherford B. Hayes como el 19º presidente de EEUU. El fallido presidenciable demócrata Samuel J. Tilden se retiró entonces tras pronunciar un discurso de reconciliación nacional que concluyó con la elegante sentencia:  “Tengo la satisfacción de haber sido electo para el mas alto puesto sin tener luego que padecer las servidumbres y desvelos de su ejercicio”. Esta por ver lo que hará el presidente Donald J. Trump si la situación se repite. Hagan sus apuestas.

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