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Crisis política en la república de Macedonia

Fuerzas especiales de la Policía de Macedonia custodian la sede del gobierno durante una protesta contra el presidente de Macedonia Gjorge Ivanov por su decisión de amnistía por interceptaciones telefónicas en Skopje (Macedonia) en abril.

Jesús Nieto

Historiador y especialista en los Balcanes —

La Antigua República Yugoslava de Macedonia, es el nombre oficial por el que de manera provisional ¡hace ya 23 años! este estado fue admitido en la ONU y al que normalmente se refieren los medios de comunicación y la mayoría de los países del mundo con el nombre de República de Macedonia o, simplemente, Macedonia. Los medios de comunicación occidentales, y más aún en nuestro país, se ocupan de este pequeño país, sólo ligeramente mayor que la Comunidad Autónoma de Valencia, cuando en él se producen situaciones muy dramáticas, como por ejemplo las apabullantes y vergonzosas imágenes de los refugiados en la frontera con Grecia durante los meses anteriores.

Sin embargo desde finales de 2015, esta república está viviendo una profunda crisis política de consecuencias imprevisibles no sólo para este país, sino para el conjunto de la región balcánica. Hace ahora unos meses, se filtró a la opinión pública el contenido de las escuchas telefónicas practicadas por los servicios de seguridad del estado a más de 20.000 personas. Las conversaciones del Primer Ministro, Nikola Gruevski, líder del nacionalista y derechista VMRO (siglas en macedonio del Movimiento Revolucionario del Interior de Macedonia) con ministros y otros interlocutores, sacaron a la luz una gigantesca trama de corrupción y manipulación política, así como el absoluto control en beneficio propio de los medios de comunicación, de la policía y de los tribunales de justicia.

Por otro lado, el gobierno presidido por Gruevski ha puesto en marcha un delirante plan llamado “Skopje 2014” que consiste en una renovación de la capital a base de la construcción de una serie de edificios en estilo neoclásico con grandes portadas de gigantescas columnas dóricas, flanqueads por innumerables esculturas de gran tamaño, la más importante una enorme estatua ecuestre de Alejandro Magno encima de una especie de copa adornada con relieves conmemorativos de las campañas del rey macedonio. En frente, al otro lado de un maravilloso puente de piedra medieval, otra estatua, de Filipo II, también de enormes dimensiones, sobre una fuente rodeada de grupos escultóricos y por todo el centro de la ciudad, estatuas de todos los tamaños y estilos. En definitiva, un conjunto de edificios, templetes clásicos, esculturas, arcos del triunfo, que se asemeja más a un gigantesco decorado de cartón piedra de Hollywood o Cinecitá, pero que sirve para enconar aún más los ánimos griegos, que ven en esta iniciativa un intento de apropiarse de un pasado histórico que consideran ligado a su región que también lleva el nombre de Macedonia. En este horror estético se llevan gastados en dos años escasos más de 600 millones de euros, aproximadamente el 20% del presupuesto del estado en un año. Todo ello con un 25 % de desempleo y donde se da como buena la cifra de 600.000 jóvenes, el 25 % de la población total, que ya han abandonado el país buscando otros horizontes laborales. La actitud de los ciudadanos ante este gigantesco monumento kitsch va desde la indiferencia al rechazo más rotundo. Sobre todo los más jóvenes, pero no sólo ellos, lo ven como algo ajeno a sus vidas, a sus gustos y a su tradición, además de como una obscenidad en un país con tan enormes dificultades económicas. Mis interlocutores del mundo académico lo veían además como un intento artificial de construir una identidad nacional basada en un pasado que poco o nada tiene que ver con ellos.

En este ambiente de corrupción y delirio nacionalista, Grecia, continúa con su política de bloqueo a la entrada de la República de Macedonia en la OTAN y en la UE. No es el momento aquí para entrar en las razones y sinrazones que impiden a los gobiernos de Atenas y Skopje llegar a un acuerdo en el tema del nombre oficial de esta antigua república yugoslava, pero hoy, más que nunca, en el escenario de una profunda crisis política, el bloqueo griego puede tener consecuencias, a corto plazo, de enorme gravedad.

El escándalo de las escuchas y otros casos graves de corrupción, de brutalidad policial y de manipulación de los tribunales, especialmente el constitucional, condujeron en el otoño de 2015 a la creación, en un ambiente de enorme tensión en las calles, de una fiscalía especial para que investigara estos hechos. En el informe presentado a finales de 2015, esta fiscalía especial establecía que había indicios para procesar a más de 50 cargos públicos por diversos delitos relacionados con el ejercicio de su responsabilidad política. Entre ellos el mismo Primer Ministro, Gruevski, y varios de sus ministros. Las presiones internas e internacionales, provocaron la dimisión del jefe del Gobierno en febrero de este año y la formación de un gobierno de transición en el que entraron ministros de los partidos de la oposición.

La situación se deterioró gravemente cuando, en un acto insólito, el Presidente de la República, Ivanov, decidió “indultar” a todos los acusados por la Fiscalía especial. Mis interlocutores en Skopje utilizaban el verbo “abolish”, abolir, para referirse a este acto presidencial. Efectivamente, no se puede indultar a quien no ha sido todavía condenado. Este acto ha sido la señal para que una buena parte de la población se haya echado a la calle de manera no violenta pero con una enorme contundencia social. A este movimiento se le llama “Revolución de los Colores”, denominación que no es ciertamente original en la región balcánica, ni en el conjunto de Europa Oriental. Muchas han sido las sospechas, algunas más que fundamentadas, de que estos movimientos contaban con apoyos externos procedentes del mundo “occidental” a través de ONG’s, servicios de inteligencia y fundaciones, entre ellas la del omnipresente Soros. Hasta qué punto este es el caso de Macedonia, es algo que todavía está por ver. Si el apoyo internacional se mide por la largueza de recursos, puedo testimoniar que los medios con los que cuentan los manifestantes en la calle son bastante artesanales. Un joven profesor universitario me decía: “no sé si alguien está intentando manipularnos, pero sí sé que ese de allí es mi padre, ese otro un amigo de la infancia, aquel un compañero de trabajo, el otro un vecino de mi barrio. También sé que esta es la única manera de que mi país no se convierta en otro feudo de las ‘modernas autocracias’. Por eso estoy aquí todos los días”. Tuve oportunidad de entrevistarme con miembros de movimientos sociales, organizaciones no gubernamentales y partidos políticos de marcado carácter izquierdista. Más importante aún, un sector de la población albanesa, que supone entre el 20 y el 25 % del total de la población, participa activamente en las movilizaciones que de lunes a sábado recorren puntualmente cada tarde la ciudad.

Uno de mis interlocutores, un profesor universitario albanés muy respetado, fue quizás el que más me ayudó comprender la trascendencia del actual momento político. Para él, y para la inmensa mayoría de la población albanomacedonia, el futuro del país pasa por la integración en las plataformas del mundo occidental, OTAN y UE. La integración en Europa, me decía, es lo único que puede evitar el estallido de nuevos conflictos entre las dos comunidades mayoritarias, que ya se enfrentaron con las armas en la mano en 2001. La aceptación de la integración en Europa entre los albaneses es superior al 95 %, mientras que entre los macedonios se puede situar alrededor del 60 %. En lo que se refiere a los votantes del VMRO, esta aceptación alcanzaría apenas a un 50 %. Varios interlocutores coincidían en este punto e incluso iban más lejos ya que ponían en cuestión la sinceridad europeísta de Gruevski y de la dirección del VMRO. En este sentido, en palabras de una persona muy cercana a las tesis gubernamentales, la solución podría consistir en hacer de la República de Macedonia una zona de libre comercio fiscalmente “atractiva”, que, según sus palabras, siguiera el modelo de, por ejemplo, Panamá. Está alternativa, continuaba, contaría con el apoyo chino y sería vista con buenos ojos también por los rusos.

Por otro lado, las potencias occidentales, con los EE.UU. a la cabeza, son conscientes de la importancia estratégica de la República de Macedonia, contrastada y probada con ocasión de los conflictos de Bosnia y Kosovo. No parece que Estados Unidos y sus aliados europeos puedan ser indiferentes ante la posibilidad de que otros intereses estratégicos controlen esa vía de comunicación.

Los objetivos que han lanzado a la gente a la calle, eran básicamente tres. El primero, ya alcanzado, la anulación de las elecciones parlamentarias convocadas en principio para el pasado mes de abril, aplazadas luego al 5 de junio y que pese al boicot de toda la oposición, el partido mayoritario insistía en su celebración en la fecha prevista, aunque fuera en solitario. El gobierno de Angela Merkel, decidió a mediados de mayo destacar a Skopje a un enviado especial para que intentara encontrar salida a esta complicada situación. El designado fue el actual embajador alemán en Viena, Johannes Haindl, Es interesante reseñar el itinerario que siguió para llegar a Skopje: Berlín-La Haya-Washington-Atenas. La presión de la calle combinada con la de las potencias occidentales, consiguieron la anulación de las elecciones sine die mediante un curioso procedimiento. El pasado día 18 de mayo, el hasta ahora obediente tribunal constitucional declaró nula la disolución del parlamento del pasado mes de abril. Ese mismo día por la tarde, la resucitada asamblea votó la desconvocatoria del proceso electoral. Pero en esa misma sesión, el VMRO y su partido aliado albanés, votaron un cambio en la composición del gobierno de transición, de forma que los dos ministros socialdemócratas perdieron sus carteras. Uno de los ministerios que controlaban era el de Interior. Cabe ahora la duda de que si la actitud de no intervención de la policía en las manifestaciones cambia, el tono pacífico y hasta festivo actual se puede tornar en enfrentamientos de consecuencias imprevisibles. El acto simbólico de lanzar globos de pintura sobre el edificio o el monumento elegido cada día podría ser el pretexto para una intervención violenta de la policía. El segundo objetivo, es constitucionalmente más peliagudo: la revocación de la anulación por parte del Presidente de la República de la anulación del proceso a los acusados por la fiscalía especial. La calle es absolutamente terminante al respecto: procesamiento sin excepciones de los implicados, con garantías de que los jueces podrán impartir justicia sin coacciones. Nuevamente la presión internacional coincide con la calle. El tercer objetivo de las movilizaciones es la dimisión del presidente de la República.

Hasta qué punto la coincidencia de las potencias occidentales, con Estados Unidos y Alemania a la cabeza, es coyuntural, temporal, interesada o inducida, es algo que hoy por hoy sólo podemos juzgar acudiendo a la comparación con lo sucedido en otros países, donde la consecución de los objetivos inmediatos de movimientos parecidos, generalmente la dimisión de un líder o de un gobierno, no ha supuesto una profunda regeneración democrática posterior. Hasta para un observador externo que mira con profunda simpatía la justeza de las peticiones de la calle, el que muchos de los jóvenes activistas depositaran sus esperanzas en la gestión del enviado especial alemán, no deja de causar cierta preocupación por el futuro de este movimiento a corto plazo. De cualquier manera el pueblo de este pequeño y atribulado estado merece todo nuestro respeto y atención.

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