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Enterramos el neoliberalismo pero aparecieron los monstruos

Donald y Melania Trump en un acto previo a la toma de posesión de este viernes (Associated Press)

Segundo González

Portavoz de Presupuestos y miembro de la Secretaría de Economía de Podemos —

The Economist titulaba el editorial de su especial de Navidad publicado hace unas semanas “El año que vivimos peligrosamente”. En él la biblia liberal lamenta que el liberalismo había perdido los debates más importantes a nivel global durante el año que acaba de terminar ejemplificándolo en el Brexit, en la victoria de Trump o en el referéndum italiano. Este fenómeno viene de más lejos pero el año que acaba de pasar cristaliza una tendencia. Hoy ya podemos afirmar que esta década pasará a la historia económica como el momento en el que la hegemonía del neoliberalismo se tambaleó a nivel global.

Lejos queda ya la incuestionabilidad de los axiomas liberales del Consenso de Washington que nos enseñaban en las facultades de economía como el catecismo de la política económica. La contención en la política fiscal, los tipos impositivos moderados, la liberalización total de comercio y capitales y  las privatizaciones. Estas políticas, que desde los años 80 son defendidas defendidas a ultranza tanto por las fuerzas conservadores como por social liberales, recibieron el golpe de gracia el año pasado.

Buena noticia, la ideología neoliberal, que está detrás del mayor auge de la desigualdad a nivel global desde la primera Revolución Industrial muere. Sin embargo, el nuevo mundo tarda en aparecer, y el legado político de 2016 es la prueba histórica de que en ese claroscuro aparecen los monstruos.

Los movimientos y partidos progresistas tienen la responsabilidad de partir ese nuevo modelo que determine el nuevo ciclo político desplazando el tablero. Los líderes del nuevo ciclo serán aquellos que sean capaces de dar respuestas innovadoras y creíbles a los retos del futuro que son ya del presente: 1) La garantía y ampliación de derechos en un contexto crisis de un estado del bienestar construidos sobre los cimientos de un modelo laboral que está polarizado y en decadencia. 2) El desarrollo de políticas industriales que regulen adecuadamente los sectores emergentes y que impulsen la inversión para desarrollar sectores innovadores y competitivos evitando la deslocalización de las empresas innovadoras. 3) La distribución de la riqueza generada y de las ganancias de la productividad y la automatización en economías en las que la tecnología desplaza al empleo. 4) El desarrollo de un modelo de relaciones y cooperación internacional democrático sustentado sobre las bases del respeto a la soberanía, el desarrollo igualitario y la sostenibilidad ambiental. 5) Y todo esto superando necesariamente el actual marco de austeridad fiscal que ha demostrado sobradamente su ineficacia para la reactivación económica y la espiral devaluadora que conlleva su aplicación.

Estos retos sólo se pueden abordar si el Estado recupera el papel central como redistribuidor, regulador, innovador y garante los derechos y la soberanía de sus ciudadanos. La ciudadanía es consciente de esto y apuesta cada vez más por opciones que plantean certezas y un refuerzo del estado como paliativo de la incertidumbre generada por la globalización capitalista. Mientras la ideología y las políticas neoliberales decaen, aún está en pugna cuál será el modelo hegemónico en las próximas décadas. 2016 contrasta la hipótesis de que si las propuestas de progreso no son capaces de aprovechar esa situación, son los populismos reaccionarios los que lo hacen. Es decir, Sanders o Trump. Profundización democráctica o autoritarismo.

Pero para que las opciones progresistas salgan victoriosas de este proceso no son suficientes las viejas recetas ni las viejas retóricas. Replicar las gramáticas y las políticas de la izquierda del siglo XX no es suficiente para aprovechar la oportunidad que se nos presenta. La decadencia de las fuerzas de izquierda, con la honrosa excepción de Syriza y Portugal, demuestran que ni la socialdemocracia ni los restos de los partidos comunistas se perciben como solución útil para los nuevos tiempos. El eje viejo-nuevo está más vigente que nunca, y no se trata solo de una cuestión cosmética, para representar el anhelo de cambio que sobrevuela las democracias occidentales hace falta ser valientes y romper con la comodidad de los viejos discursos conformistas. Solo si conseguimos surfear los cambios de nuestra época en favor de la justicia social y la inclusión podremos definir el marco de políticas económicas que va a transformar el mundo en las próximas décadas.

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