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Evitar conflictos: actuando se entiende la gente

El Congreso completa los preparativos para la primera sesión de control al Gobierno de coalición, el próximo miércoles

Guido Stein

Profesor en el IESE Business School —

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“Una vez ha sido elegido, el político debe dejar de hacer campaña y ponerse a gobernar”, apunta Peter Drucker, el filósofo del management más sensato de este arte de liderar personas y gestionar organizaciones, advirtiendo a los presidentes de una tentación muy poderosa. Cuando uno gobierna en una coalición, más si es desigual, los conflictos internos potenciales pueblan el horizonte, y los reales del día de cada día surgen como champiñones. A poca experiencia que se tenga de la naturaleza humana, uno no se llama a engaño y sabe que el mejor modo de gestionar un conflicto es evitarlo; a partir de ahí, ganarlo es perderlo, tanto como perderlo.

Los retos verdaderamente difíciles que afronta una coalición que ha surgido fruto de una negociación, como los de todos los equipos que aspiran a rendimientos por encima de la media, son eminentemente retos internos, y en concreto de poner en riesgo la unidad, de la que nace su fuerza. Uno se la juega ya sea en los matices, o en los centímetros: un centímetro antes o después y ya no llegas a la bola. No te digo si lo que te separan son metros (como lo que acaba de pasar con Marruecos).

La sabiduría popular sentencia que “hablando se entiende la gente”. Quizá por eso un lado de la coalición apunta: “Hasta que todo esté engrasado, necesitamos hablar mucho. Hay determinadas zonas en las que necesitamos anticiparnos”. Y el otro lado, como el eco, confirma: “los mecanismos de coordinación funcionan. Síntoma de la buena salud del Gobierno. No exageramos cuando decimos que la relación es de cordialidad y buen rollo, incluso cuando afloran discrepancias”.

Sin embargo, le evidencia empírica manda otro mensaje, que contrasto una y otra vez en las aulas, y en la realidad sin pizarras, con situaciones de negociación en las que las partes han de decidir si colaboran ganando así los dos, pero sin maximizar posiciones; o compiten, donde pierden los dos, pero uno gana al otro. Las partes confían en las acciones, más que en las palabras; pues al final no se trata de lo que uno dice por mucho que lo repita, sino de lo que el otro entiende, siendo los hechos más expresivos que las palabras. Hablar acompaña al actuar, no al revés, porque reduce la incertidumbre, de la que se alimentan los conflictos.

De ahí, que se me ocurre pensar en alto: “No os llaméis a engaño, cuidadores de la coalción, habéis funcionado como un equipo razonablemente unido por dos razones fundamentales: por la voluntad hasta ahora férrea de hacerlo, que habéis demostrado del único modo que se conoce, que es 'tragando/perdonando y olvidando', aunque se puede pronunciar también ”coordinando, consensuando y aunando posiciones“. Cuanto menos se trague, mejor, pues el cuerpo no se te hace fácilmente; la otra razón es que hasta ahora miráis hacia delante, conscientes de que la decisión relevante siempre es la siguiente, nunca la anterior; a eso ayuda pensar que la alternativa a estar juntos es mala, muy mala para ambas partes, lo que paradójicamente es el fundamento más sólido de las coaliciones. No hace falta recordar que cuando se acerquen las próximas elecciones volveréis a estar en campaña.

Y el corolario es evidente, los conflictos son menos si se salva la cara, por lo que una de las responsables subraya una verdad inveterada que no conoce ni de ideologías ni de circunstancias: “las discrepancias en el Gobierno las resolvemos de puertas a dentro”.

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