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No podemos con todo: el peso no puede caer siempre sobre las familias

Vecinos limpian acceso a un colegio de Madrid / EUROPA PRESS

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Escribimos este texto desde el cansancio, la frustración, la rabia también. Quizás viendo que igual que los vasos desbordan a veces gota a gota, a nuestra paciencia y resistencia le pasa lo mismo.  

Somos un conjunto de familias de un colegio público del distrito de Arganzuela, en Madrid. Uno de tantos otros cuyas comunidades educativas rozan el hartazgo absoluto ante tanta desidia y dejadez por parte de las autoridades educativas. Lo que han evidenciado las dos crisis que han cerrado los centros educativos (el COVID primero y ahora el temporal de nieve) es que la educación no es una actividad esencial para la administración pública, ni se toma demasiado en serio por los responsables de que se desarrolle con normalidad. Lo más preocupante es que toda actividad que no se considera prioritaria en una crisis seguramente tampoco lo sea cuando no estamos en crisis.

Las familias no podemos más. Es imposible ser a la vez y de forma sistemática trabajadoras y trabajadores, cuidadoras y cuidadores, profesoras y profesores, expertos en plataformas informáticas que no funcionan y voluntarios y voluntarias para despejar la nieve de los colegios de nuestras hijas. Es imposible que mientras sucede todo eso debamos también llenarnos de comprensión hacia las administraciones responsables. Son las instituciones las que deben hacer un esfuerzo por ponerse en nuestro lugar, preocuparse, hacer un esfuerzo doble y triple. Nosotras y nosotros ya tenemos el peso de nuestras vidas cotidianas. Sabemos que nadie podía estar preparado para esto, pero nadie nos incluye a las familias. No tenemos superpoderes. Tenemos cada vez más rabia por sentirnos mal, por no llegar y por sentir que además de cuidar a nuestras hijas e hijos debemos cuidar también, al parecer, a las instituciones. No puede ser.

Todas vivimos con indulgencia el confinamiento y la privación al derecho fundamental a la educación de nuestros hijos e hijas que recoge la constitución. De la noche a la mañana todo el sistema educativo se desintegró, quedó en mano de la voluntad y motivación individual de parte del profesorado, es decir, de la suerte del profesor o profesora que tocara a cada niño/a. Mientras había algunos que eran extraordinarios/as motivando al alumnado, algunos/as padres/madres no tuvimos más que un par de correos del profesor o profesora de nuestros/as hijos/as y ninguno de la dirección del centro.

Tras 10 meses desde el confinamiento la vuelta del verano nos hizo pensar que todo ese tiempo habría servido para que la Consejería de Educación y las direcciones de los colegios pudieran articular herramientas y medios para prevenir una situación así. Asistimos asombrados a que a escasos días, si quiera una semana antes del comienzo escolar, nadie sabía nada. No había protocolos para evitar contagio en las aulas, no sabíamos el número de alumnos/as por clase, si habría profesorado de refuerzo, espacio suficiente. La única información era todas las contradicciones que veíamos en los medios cada día.

Mal o bien, nuevamente en función de la capacidad y compromiso de la dirección del centro y del profesorado, mucho o poco, depende, comenzó el curso y, con él, los confinamientos de aulas enteras e incluso de colegios. Se nos informaba de los casos positivos dentro del alumnado sin indicar qué se debía hacer, no sabíamos si se debía acudir al centro de salud para una prueba diagnóstica a los/as demás niños/as. Así lo había dicho la Presidenta de la Comunidad de Madrid, que habría pruebas para todos/as los/as compañeros/as en caso de un positivo en una clase, realmente no ha sido así. Solo una recomendación: si pueden no vayan a trabajar, eso sí, sin baja alguna. Lo cierto es que ir a trabajar era complicado y prácticamente la única solución era encerrarse durante 10 días y volver a ser el profesor o profesora de tus hijos/as. Uno podía pensar: “por suerte, gracias a lo aprendido el curso anterior, habrá un montón de material didáctico y se pondrá en marcha un protocolo para que los niños y niñas pudieran aprender desde casa en mejores condiciones que en marzo y abril”: Pues no. En diciembre nos comunican, en plena segunda ola, que aquellos escasos profesores de refuerzo contratados para bajar la ratio por alumno desaparecían. Sin más.

Cuando toda esta improvisación y abandono a las familias era parte de nuestra costumbre y nos concienciamos en ser comprensivos, llegó una nevada. El tsunami de nieve, según nuestro alcalde. Una semana después nos han pedido que nos organicemos para revisar las instalaciones de los centros y que despejemos de nieve los accesos. Si eso nos daba tiempo libre podíamos acompañar a nuestros/as hijos e hijas para ayudarles a usar la plataforma para la videoconferencia de clase telemática con su profesor/a que… se colgó el primer día porque el sistema no está preparado para tantos usuarios/as y ya nunca más volvió a funcionar. De nuevo el apagón absoluto, una ciudad paralizada, luchando por recuperar su actividad, priorizando aquellas más esenciales: excepto la educación, que es menos importante que despejar los carriles de la M30. Seguramente la vivencia de cada familia ha sido diferente, dependiendo de la dirección del centro o de la motivación del profesorado para cubrir la dejación absoluta de la Consejería de Educación o del tiempo disponible de los padres y madres para liberar las calles de su ciudad: es decir, de la suerte.

Hoy nos han vuelto a comunicar que la reanudación del curso se retrasa al miércoles. Como es habitual con escaso tiempo para que podamos organizarnos. Cómo si tuviéramos algún tipo de secreta ayuda mágica que nos permite ir improvisando sin saber cómo vamos a pasar la semana de viernes a viernes. Algunas veces desearíamos tener ocho pares de brazos, o al menos poder atender por lo menos a dos cosas a la vez y si no es demasiado pedir un ratito para parar y no hacer nada. Ya tuvimos que organizar nuestras vacaciones para turnarnos en dar clases a nuestros hijos. Una semana tú, otra yo y lo de descansar ya si tal.

La Consejería de Educación no existe. La dirección de los centros y el profesorado nos transmiten que se sienten abandonados/as y sin guía alguna, el Ministerio de Educación parece no actuar ante la pérdida del acceso a la educación universal de nuestras hijas e hijos y el alcalde del Ayuntamiento de Madrid declara que no puede asegurar el acceso seguro a todos los colegios de Madrid, que hay que priorizar y es imposible llegar a todo.

Nuestro colegio cuenta con un informe positivo sobre las instalaciones realizado por un técnico competente, los accesos han sido habilitados por las familias, nos dicen que la nieve del patio será retirada el fin de semana, pero el colegio no puede abrir. Seguiremos unos días más colgados de una plataforma que funciona a medias, haciendo malabares para estar con nuestros/as hijos/as, peleándonos con el ordenador, animándonos a hacer fichas sin sentido, al tiempo que cuidamos, trabajamos y acudimos a la llamada de nuestro alcalde y Presidenta de limpiar las calles para recuperar la normalidad de la pandemia lo antes posible; que tenemos una tercera ola que cabalgar.

Queremos ser voluntarias y voluntarios de nuestra propia vida. Las instituciones se supone que tienen la función, la obligación de hacer posible todo esto. Si no llegan, sin entrar en los motivos por los que no llegan, lo mínimo es que sean un poco cuidadosas, un poco responsables y capaces de ponerse en nuestro lugar que, por otro lado, debería ser el suyo, salvo que ya hayan perdido cualquier noción de lo que es la vida cotidiana de las personas normales y corrientes que viven en Madrid.

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