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Viaje de Casado

Casado propone la creación de una agencia nacional para la recuperación económica

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Hace 21 largos años, en el XIII Congreso del Partido Popular, José María Aznar anunció ante un público entregado el inicio de su famoso “viaje al centro”. Llevaba nueve años al frente de la formación política y tres como presidente del Gobierno, y su objetivo era ampliar el alcance de una organización a la que se identificaba inevitablemente con el franquismo, entre otras razones porque su fundador, Manuel Fraga, había sido ministro en la dictadura.

Mucho se ha escrito, y bromeado, sobre ese periplo que, por lo visto, no ha concluido. Lo que hay que reconocerle a Aznar es que imprimió al partido una pátina de modernidad y –lo más importante– logró aglutinar bajo sus siglas un conglomerado bastante amplio y heterogéneo, que incluía desde el liberalismo de nuevo cuño hasta la rancia derecha nostálgica del Generalísimo. Muchas veces se ha dicho que, gracias a que Aznar logró atraer a estos últimos a su proyecto, España, a diferencia de otros países europeos, se libró del desagradable espectáculo de tener partidos de extrema derecha (si exceptuamos la muy residual Fuerza Nueva, el partido de Blas Piñar que se disolvió en 1994). Aquella apuesta se reveló fructífera para el PP, que al año siguiente arrolló en las elecciones y se consolidó como partido de poder.

La situación hoy es muy distinta. Por una serie de circunstancias que merecerían un tratado, a la derecha del PP ha surgido Vox, partido extremista y xenófobo en la línea más inquietante de las organizaciones ultras de Europa, que no ha parado de crecer desde su creación, hace poco menos de siete años, hasta convertirse en la tercera fuerza del Parlamento, con 3,6 millones de votantes. El líder del PP, Pablo Casado, ha tenido ante sí al menos dos opciones para afrontar este fenómeno. Ha podido seguir el ejemplo del partido conservador alemán CDU, que ha establecido un férreo cordón sanitario contra la Alianza para Alemania (AfD), un partido de extrema derecha que, al igual que Vox, se ha convertido en tercera fuerza parlamentaria. No ha sido una decisión improvisada la del CDU: los partidos tradicionales alemanes tienen desde hace décadas un pacto no escrito para marginar cualquier organización que, en su opinión, suponga una amenaza para la convivencia y los valores democráticos. Por la huella traumática que dejó Hitler en la conciencia nacional, ese pacto va dirigido, con especial celo, contra los grupos de extrema derecha con veleidades filonazis.

Casado, sin embargo, ha preferido otra vía. La del 'entente cordiale' con Vox. Una relación que incluye apoyos para la gobernabilidad en los territorios y probablemente, si llegara el caso, para la investidura. El líder del PP ha establecido un cordón sanitario, pero no contra el que hubiera actuado su correligionaria Merkel, sino contra Unidas Podemos. “El PP no se sienta a negociar con un partido que se define como comunista”, respondía días atrás a la invitación del presidente Sánchez para abordar los cruciales presupuestos generales del Estado, en los que se plasmarán las directrices del plan de reconstrucción tras la pandemia.

En realidad, el problema de Casado no es Podemos, sino Vox. El líder del PP se encuentra entrampado en un tortuoso dilema. Por una parte, pretende proseguir el agotador viaje al centro emprendido cinco lustros atrás por Aznar y, al mismo tiempo, teme que ese movimiento deje a Vox con las manos libres en el espacio de la derecha. En ese endemoniado círculo vicioso, el PP se ha visto arrastrado una y otra vez a rivalizar en virulencia con Vox, hasta el punto de que en ocasiones los mensajes parecen escritos por el mismo guionista. Sin embargo, las encuestas le vienen indicando con pertinacia a Casado que su apuesta no es la más acertada. Con la reciente destitución de Cayetana Álvarez de Toledo como portavoz parlamentaria, el líder conservador ha intentado enviar una señal de moderación, pero esta no será convincente mientras el PP tenga su destino ligado al de Santiago Abascal, que es el único que parece tener las ideas claras en este embrollo.

El 'efecto Vox' ya se cobró una víctima: Ciudadanos. Su anterior líder, Albert Rivera, se dejó también arrastrar por la beligerancia extrema de Abascal, pensando que en esa órbita arañaría un número considerable de votos, pero sufrió un descalabro de tal envergadura que no le quedó opción más decorosa que abandonar por la puerta chica la política. Su sucesora, Inés Arrimadas, ha aprendido la lección y, con sus 10 escaños en el bolso, está intentando hacer de la necesidad virtud mostrando un rostro conciliador y moderado. Habrá que ver si ya no es demasiado tarde para reflotar un proyecto que pretendía originalmente llegar al esquivo centro antes de que lo hiciera el PP.

Pedro Sánchez está convencido de que su Gobierno de coalición agotará el mandato. Y Unidas Podemos, más allá de que en ocasiones se vea tentado a protagonizar alguna escaramuza para marcar diferencias con el hermano mayor, parece decidido a cooperar en ese objetivo. De ser así –cosa que dependerá menos del 'rollo' entre los socios del Gobierno como del curso que tomen la economía y la pandemia–, a Casado le esperan 40 meses en la oposición. Un tiempo en el que podrá reflexionar con serenidad, arropado por sus asesores y estrategas demoscópicos, sobre quién quiere ser. Todos los demás actores de la obra tienen bien claro quiénes son. Empezando por Abascal.

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