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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Aguantar la presión

Pablo Casado tras su intervención en el pleno de la moción de censura de Vox.

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El Congreso también debiera ser un recinto en el que todo se pudiera decir a media voz. El mal genio, el insulto, el grito, la injuria y la invectiva nunca estuvieron reconocidos como cualidades dialécticas, pero aun así hay quien sigue el patrón. Cada día y en cada intervención. Cuanto más violento es el verbo, más aplausos hay de la clac, más vídeos virales, más excitación y mayores cuerpos de titular. 

Hartos de la dialéctica agresiva, los españoles ya consideran la actitud y el comportamiento de los políticos un verdadero problema de país. La falta de acuerdos y de respeto, la negación del adversario, la polarización, la crispación... Todo suma para la creación de un marco irrespirable en el que unos esparcen el odio, y otros se suben a la ola de los excitadores que piden más y más. Más madera, que dijo Groucho en la mítica escena del tren desquiciado de los hermanos Marx que se alimentaba de sí mismo. 

A Pablo Casado le ha pasado un poco eso en estos dos años. Ganó como candidato moderado del PP frente a una vicepresidenta del Gobierno que era todo enredo, soberbia y rodillo y, una vez cogió el mando, se dejó arrastrar no sólo por el aliento que Vox proyectaba sobre su nunca, sino por la derecha mediática más reaccionaria y más entrenada en la destrucción masiva de cuantos se cruzan en el camino de sus intereses personales, económicos o partidistas. “Más madera”, le gritaban. Y el líder popular respondía solícito con hasta 19 insultos por minuto contra el presidente del Gobierno. ¡Si sólo hubiera sido el adjetivo! Del dicterio pasó al bloqueo y de ahí a no reconocer como legítimo a un Gobierno elegido democráticamente en las urnas. 

El mismo discurso de Vox, la misma agenda y la misma actitud bronca. La diferencia es que los de Abascal nunca fueron partido de gobierno, sino más bien un grupo de outsiders de la política que llegaron, asesorados por los creadores de Trump, a reventar la convivencia y construir un partido basado en la soberanía y la identidad del pueblo español y dispuesto a defender sus fronteras. Spain first. 

Ahora Pablo Casado ha dicho basta ya, hasta aquí hemos llegado y la moción ha sido la gota que ha colmado el vaso de la paciencia. Con ello ha encabronado a los profesionales de la provocación política y mediática. Antes le pasó a Rajoy. ¿Recuerdan? Cuando dio un golpe en la mesa y se liberó del dominio molesto de quienes desde los micrófonos y los editoriales le dictaban cada mañana la estrategia a seguir contra Zapatero. Le llamaron de todo y por su orden. “Maricomplejines” fue lo más suave que escuchó, pero lo cierto es que fue sólo cuando bajó el diapasón del ruido atronador que salía cada semana del hemiciclo cuando empezó a ganar enteros por el centro y recuperar el voto que Aznar perdió por su soberbia ante la guerra de Irak y su impúdica mentira aún hoy sostenida sobre la autoría de los atentados del 11-M.

A Casado, que se abona ahora al arte de llamar a las cosas por su nombre para romper con Vox, le espera un largo camino. La derecha reaccionaria y toda su trompetería mediática ya han desplegado parte de su artillería. En las redes, en los digitales, en el Congreso y hasta en ese sector de su propio partido donde la violencia verbal va de serie en el ADN. 

Tiene el apoyo, no obstante, de los principales barones, que ya han salido a poner en valor su intervención en la moción de censura al calificarla de “centrada”, “contundente” y “a la altura de lo que demandan los españoles” frente al estrambótico Abascal, que no supo por dónde le llegaron los golpes de Casado desde la tribuna.

“El presidente lo tiene claro. Esto es un punto de inflexión, medido y muy pensado”, afirma un miembro de la dirección nacional del PP. “No ha sido solo un 'no' a la moción, ha cambiado el rumbo del partido. Ha vuelto al centro moderado y tranquilo y ha sido también valiente para decir 'no' a una parte del partido, no sólo a Abascal. Ese es el camino para recuperar el voto. Al PP, pero también a España, le hacía mucha falta ese discurso. Volvamos a la tranquilidad y la moderación”, añade un popular que ha visto desfilar por Génova ya a varios líderes de la derecha.

Uno y otro saben que habrá que aguantar la presión, pero también que las elecciones no se ganan nunca desde los extremos y sí ocupando el espacio de la centralidad y la moderación. Así ganó Zapatero en 2004, pese a ser tildado de “Bambi” entre los suyos por su oposición tranquila y tras alcanzar dos pactos de Estado con Aznar. Así ganó también Rajoy en 2011, cuando soltó el lastre de quienes, como Acebes, Zaplana y todas sus terminales mediáticas, le llevaron a la ruina electoral. Y así solo podrá lograrlo Casado. De momento, tras entrar en todas las quinielas como el gran derrotado de la “moción de impostura” ha salido como vencedor del bloque tras una espectacular metamorfosis. Ahora falta hacer política,  recoger el guante que le tendió Sánchez para salir del desbloqueo institucional, sentarse a negociar y pactar. La democracia es exactamente eso. Se esté en el Gobierno o en la oposición. Y si de paso se abstrajera de lo que digan desde el alcantarillado de las redes sociales y de la putrefacción de algunos titulares, mejor que mejor. Así también se mide el liderazgo. No sólo con una intervención para quitarse de encima el mantra de la “derechita cobarde”.

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