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Alerta internacional: Fujimori quiere burlar la voluntad popular

En la imagen, la candidata presidencial Keiko Fujimori. EFE/ Paolo Aguilar/Archivo

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Keiko Fujimori como “Yellowstone Wolf”, el vikingo del asalto al Capitolio, en una viñeta del caricaturista Carlin, con los cuernos y renegando de su propio juramento democrático, ha sido la imagen que mejor representa la última cruzada de la candidata que no sabía perder. Tiene algo de empresa delirante, de conspiranoia fascista y ataque a la institucionalidad su intento de sabotear el proceso electoral con una denuncia de fraude ahora que la mitad del Perú reclama que reconozca su derrota.

Es sangrante que haya gente a la que todavía le sorprenda que Keiko quiera patear el tablero después de haber performado en los últimos días otra de sus mentiras: que es una demócrata intachable y arrepentida de su pasado, rodeándose de supuestos garantes del lobby de la derecha neoliberal global, firmando compromisos y haciendo los deberes. Hasta la piedra que había empuñado copiando a Ayuso, para diferenciarse de sus contrincantes violentistas, se probó que era un fraude. Hablamos de creerle, de legitimar, abrazar y aupar a una señora investigada por lavado de activos para la que el fiscal ha pedido 30 años de cárcel. La farsa se acabó y ahí lo tenemos, el fujimorismo en todo su esplendor, el mismo de hace tres décadas: el de la corrupción extrema, la compra de diarios chichas, el del autogolpe de estado, el de los vladivideos, el de los crímenes de La Cantuta, Barrios Altos y las esterilizaciones forzadas, los cócteles de Odebrecht, los cuellos blancos, los blindajes de jueces corruptos, el que se dedicó a petardear la gobernabilidad del país desde su bancada mayoritaria y el que nos trajo a estas elecciones anticipadas en lo peor de la pandemia. 

Pero aunque la supuesta cruzada para frenar el comunismo tiene mucho de desvarío al más puro estilo del asalto al Capitolio, sería ingenuo no ver que además de la Keiko vikinga hay una muy peligrosa y feroz que ahora mismo trabaja codo a codo con los grandes poderes fácticos del país para robarse las elecciones. El empresariado peruano le ha dado cheque en blanco desde que se supo que pasaba a la segunda vuelta. El Premio Nobel “desea ardientemente” su triunfo y le dedica columnas enteras en El País. Todos los medios de comunicación peruanos cooptados por ella amplifican su mensaje y líderes de opinión vaticinan la llegada del imperio del hambre si gana el hijo de campesinos. Desde hace semanas al terrorismo informativo se suma lo que puede entenderse como la antesala de un terrorismo económico: la bolsa de valores declaraba su caída, el dólar subía, los precios de los productos también, con los mismos medios intentando instalar la idea de que los mercados reaccionarán mal al triunfo de Castillo, el comunista.

Con muy pocas actas electorales ya por contabilizar y la evidencia del virtual triunfo del profesor rural y rondero, no hay manera estadística de que se inviertan posiciones, pero el escenario fraudulento ya ha sido creado. Y con inspiración Trump. Se ha confirmado que los más poderosos buffetes de abogados del país trabajan hace 48 horas ininterrumpidamente como coalición para declarar la nulidad de un millar de actas electorales. Hablan de impugnar hasta 600 mil votos. Quieren aprovechar el derecho para burlar la voluntad popular con casos burdos y sin sustento. Y lo hacen con un descarnado racismo. Han admitido sin pudores que irán contra las mesas electorales de las zonas rurales porque allí “no saben escribir ni sumar bien”. Allí donde gana Pedro Castillo. Como para celebrar que en el bicentenario de la independencia de España, el Perú sigue tan colonial como siempre.

Pero no es todo. A la advertencia temprana de Vargas Llosa que de ganar Castillo corríamos el riesgo de afrontar un golpe militar hoy se han sumado otras, como la del exministro Pedro Cateriano, y una convocatoria a acudir esta tarde a la sede del Comando Conjunto del Ejército en movilización para exigir a los militares que “pongan orden” (sic) y detengan a los terroristas (sic) que quieren secuestrar nuestra democracia. Miles de personas acusan a la mitad del país de ser terroristas, porque son pobres, indígenas, cholos, trabajadores y votan a Castillo. El miedo y el racismo de esta campaña no se nos van a olvidar nunca, ni los clamores de ciertos privilegiados del Perú: “¡Cómo nos va a gobernar el cajero del supermercado!”.

No sabemos al cierre de esta columna a dónde van a llevar a Keiko estos intentos. Las personas con memoria y dignidad esperamos que a la cárcel. Respecto al resto, de allanarle el camino de vuelta al poder a la mafia no se vuelve, se muere en el intento. El fujimorismo nos ha quitado mucho en todos estos años y ahora también nos obliga a postergar las celebraciones por su derrota, pero cada vez está más cerca. 

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