De aplausos inmorales
La memoria es eso que algunos usan para olvidar y otros para conservar. Salvo quienes la pierden involuntariamente o no la tuvieron jamás, uno elige los instantes de la vida que prefiere borrar cuanto antes o los que prefiere que le acompañen para el resto de sus días. Se llama memoria selectiva y es la que con tanta frecuencia se aplica en la política en función de si uno es oposición o gobierno y cuando siempre se ve la paja en el ojo ajeno, pero nunca la viga en el propio.
Resulta que al PP le han parecido un “bochorno” los aplausos con los que los diputados de Unidas Podemos y el PSOE recibieron a Pedro Sánchez a su llegada al pleno del Congreso, después de la negociación en Bruselas para el acuerdo de reconstrucción económica por el que España recibirá 140.000 millones de euros. En Italia, el Parlamento ha hecho lo propio con Giusseppe Conte. Allí los aplausos fueron de toda la Cámara. Aquí, jamás se reconoce el éxito del contrario. Ni siquiera cuando se trata de un acuerdo histórico, ni cuando la victoria es de país más que de gobierno y servirá para afrontar en mejores condiciones el incierto futuro económico.
“Con 40.000 fallecidos no estamos para aplausos y fiestas. Ni grandes ni pequeñas”, han dicho. Tan cierto es esto como miserable vincular la ovación al número de muertos u olvidar que hubo un tiempo no muy lejano que la bancada del PP aplaudía a rabiar los recortes aplicados por el Gobierno del PP después de la crisis financiera de 2008 cuando Mariano Rajoy los enumeraba uno tras otro desde la tribuna del Congreso de los Diputados. Así fue y ahí está la hemeroteca. Para estos casos es bueno que la memoria no olvide.
Corría julio de 2012, Rajoy había acudido a la Cámara Baja a explicar los resultados de la última Cumbre Europea y, después de tres cuartos de hora de discurso genérico, comenzó a enumerar una retahíla de medidas de ajuste que tenía previsto poner en marcha su Gobierno para la reducción del déficit público. Una, tras otra, fueron todas aplaudidas de forma entusiasta por la bancada popular, lo que encendió los ánimos de la oposición y obligó al entonces presidente del Parlamento, Jesús Posada, a pedir calma y silencio en al menos media docena de ocasiones. A cada recorte, un aplauso de la derecha y a cada palmada, una queja de la izquierda.
En la historia de la democracia se han vivido muchos momentos de tensión en el Congreso. Sin duda aquél fue uno de ellos. No en vano, los populares jalearon el ajuste en el número de liberados sindicales, la equiparación de las condiciones en situación de incapacidad temporal a las del resto de trabajadores, la suspensión de la paga de Navidad a los empleados públicos o la reducción de la prestación por desempleo o la subida del IVA. Tristemente célebre se hizo la diputada del PP Andrea Fabra en aquél mismo pleno al espetar un ¡qué se jodan! nada más escucharse el brutal recorte a los parados. Un contraste, sin duda, la de aquella ofensiva expresión con las lágrimas de emoción y dolor que ese mismo día asomaron al rostro de la entonces ministra italiana de Bienestar Social, Elsa Fornero, mientras anunciaba un duro ajuste en las condiciones de los pensionistas de su país.
Si hay miradas que matan y lágrimas que retratan, hay aplausos que duelen. Los que la izquierda regaló a Sánchez este miércoles por los resultados del Consejo europeo puede que fueran una escena más de la teatralización de la política, una secuencia añadida al autobombo del vídeo difundido por La Moncloa cuando el martes los ministros recibieron al presidente del Gobierno antes del Consejo con una entusiasta ovación, pero lo que es seguro es que son incomparables a la inmoralidad de una derecha, no ya incapaz de reconocer el éxito ajeno, sino de no alegrarse del resultado de una negociación que sin duda supondrá un desahogo para la maltrecha economía, evitará sufrimientos mayores y recortes brutales como los que se hicieron ante la crisis de 2008.
Y todo esto mientras la tendencia epidemiológica empeora, los contagios por el COVID-19 aumentan cada día a mayor velocidad y la ola de rebrotes ha disparado la cifra de hospitalizados a su peor nivel desde mayo. ¿Alguien se acuerda de mayo? ¿De dónde y cómo estábamos? La nueva normalidad tiene bastante poco de normal, pero mucho de desmemoria, salvo para quienes el virus supuso el vacío de una muerte que llegó en la habitación de una residencia o en la UCI de un hospital donde no se admitían visitas ni despedidas. Ellos no olvidarán jamás y, al margen de este circo llamado Congreso donde las medidas son populares o impopulares según el color del escaño de sus señorías, son también la necesaria dosis de recuerdo para que entendamos que la lista de fallecidos aún no ha acabado, aunque ahora nos fijemos menos en las cifras y más en si las autoridades toman decisiones que puedan trastocar nuestros planes vacacionales. Este país parece que no aprende más que a golpe de prohibición y encierro obligatorio. Pero al PP, eso sí, que no le falta una crítica por hacer, aunque sea a costa de un aplauso para celebrar un éxito innegable. Los de la izquierda, ya saben, son “bochornosos”, aunque algunos de los suyos antes fueran prescindibles, además de inmorales.
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