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Barcelona ha votado izquierda

Colau, sobre ERC: "Reclaman más competencias pero no ejercen las que tienen"

Neus Tomàs

El 64% de los votos de los barceloneses fueron a parar el domingo a partidos de izquierdas. Descontada la CUP, que no logró representación, los ‘comuns’, ERC y PSC consiguieron el 60% de los votos. Si se traduce a concejales significa que estos tres grupos suman 28 de los 41 que hay en el Ayuntamiento. A priori esta debería ser una suma natural si no fuera porque todos aseguran querer dialogar pero todos a la vez no parecen estar dispuestos a renunciar a sus respectivos vetos.

Ernest Maragall no quiere saber nada de su expartido, el PSC, y los socialistas insisten en que harán lo imposible para que el republicano no sea alcalde. Todos tienen sus razones, algunas incluso comprensibles, pero sus líneas rojas contradicen la opinión mayoritaria expresada en las urnas. Donde unos ven a la Fiscalía, la Abogacía del Estado o la suspensión de diputados electos otros ven la parálisis en el Govern, el veto a Miquel Iceta como senador o el riesgo de nuevas aventuras unilaterales. Y en medio del fuego cruzado, Ada Colau. Haga lo que haga, gana el PSC. Jaume Collboni regresará de nuevo al equipo de gobierno si ella es alcaldesa o se convertirá en líder de la oposición al arrinconarla en el bando independentista. Esta vez quien seguro que no pierde es Miquel Iceta, que una vez más demuestra que sigue siendo un gran estratega.

¿Qué hará Colau? La decisión no es fácil pero tiene argumentos para defenderse, sea la que sea. Cada vez más voces en los 'comuns' consideran que la prioridad es mantener la alcaldía. Todas las opciones tienen costes, pero la política es aprender a acertar y a equivocarse. Los partidarios de que acabe presentándose y obtenga la alcaldía gracias a tres votos del grupo de Manuel Valls arguyen que es la manera de poder continuar con las medidas que han quedado pendientes y que, para qué engañarse, entre estar en el gobierno o en la oposición, siempre es más atractivo lo primero. Además, nadie podrá seguir acusando a Colau de ser independentista, pese a que ella siempre que se le ha preguntado ha dejado claro que no lo es. Otro argumento esgrimido por los favorables a esta opción es que para que los 'comuns' puedan sobrevivir como proyecto político necesitan ocupar alguna parcela de poder institucional. Nadie duda de que el Ayuntamiento de la capital catalana es más que una parcela. Es el poder.

Los contrarios a que acepte la ayuda de Valls recuerdan que puede ser visto como uno de los tradicionales intercambios vinculados al poder que son tan propios de la vieja política que tanto han criticado. Que las élites de la ciudad insistan en que ella debe ser alcaldesa para evitar que un independentista ocupe ese cargo no le ayuda. Además, el electorado de Colau, a diferencia de los votantes socialistas o de Ciudadanos, no puede definirse como un todo homogéneo situado en el bloque constitucionalista. En estas elecciones municipales, los comuns han bajado en los barrios tradicionalmente socialistas y han aguantado en los republicanos.

En una Catalunya ideal los bloques tendrían anclajes para acercarse en vez de irse alejando cada vez más. Hoy por hoy esos puntos de conexión solo pueden proceder de los comuns y ERC. Xavier Domènech y Joan Tardà ponen rostro y voz a esos puentes que la izquierda y Catalunya necesitan. Otra cosa es que los suyos quieran escucharles.

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