En busca de una derecha civilizada
Hay una cantinela que reaparece cada vez que se aborda la situación de la derecha en España. Se trata de entender por qué no es posible que en nuestro país se asiente una formación política conservadora mayoritaria, capaz de aislar posiciones extremistas y con posibilidades reales de convertirse en una alternativa de gobierno. Siempre se citan referentes internacionales como el envidiado caso de Angela Merkel en Alemania. A la hora de buscar explicaciones a esta situación, cabría fijar los vértices que enmarcan el problema de fondo.
La fragmentación
La derecha en España con representación parlamentaria se articula en tres formaciones estatales: PP, Vox y Ciudadanos. Además subsisten grupos, con gran implantación territorial, que defienden modelos económicos liberales como el PNV o buena parte del independentismo catalán. Hoy en día, resulta totalmente imposible imaginar la consecución de una mayoría que facilitara un gobierno cimentado en ideas conservadoras.
El sistema electoral español perjudica la dispersión en diversas formaciones que compiten en el mismo espacio electoral. El modelo imperante desde 1977 favorece principalmente a las fuerzas mayoritarias y a las que tienen fuerte implantación en algún territorio concreto. La multiplicidad de la oferta electoral beneficia posiblemente la riqueza democrática, pero castiga su propia subsistencia. Tal y como explica la presidenta de la ACOP, Verónica Fumanal, “hoy está más fragmentado el espacio de la derecha que el de la izquierda por la ley D’Hondt, partidos que podrían tener un 5 o 6% de los votos no entran en el reparto de escaños en las provincias más pequeñas. A pesar de que puedan sacar un número similar de votos que el bloque de la izquierda, no computan”.
La idea de una fusión de PP y Ciudadanos aparece como una evidente posibilidad futura. El gran problema de este tipo de acuerdos es el de encontrar el momento adecuado para que ambas formaciones consideren que es el instante más propicio para hacerlo efectivo. En cualquier caso, la fragmentación seguirá siempre presente mientras Vox se mantenga por libre. Es curioso el proceso que facilita que PP, Ciudadanos y Vox puedan llegar a acuerdos de gobernabilidad, como en Madrid, Andalucía y Murcia, y, sin embargo, sea inimaginable la formación de una coalición electoral a tres.
Una ultraderecha independizada
Durante décadas, la derecha había contado con un elemento a favor, frente a la izquierda. Los votantes más extremistas quedaban siempre englobados dentro de una formación en la que tenían un peso reducido. Con ello, su voz y su fuerza quedaban amortiguadas. Además, no tenían otro espacio al que trasladarse. Les unificaba una ilusión compartida con la derecha más moderada, la de impedir que la izquierda llegara al poder. Vox surge como escisión del PP en el momento en el que este partido entra en crisis sistémica acosado por la corrupción y la falta de liderazgo. Según Enrique Cocero, consultor de comunicación y Asuntos Públicos, para construir una derecha mayoritaria, habría que cimentar precisamente el liderazgo de Casado: “Esto llevaría bastante tiempo… Lo ocurrido con Sánchez lo prueba. El líder del PP está obligado a continuar el proyecto porque si se empieza a dudar con candidatos solo se conseguiría perder solidez”.
La irrupción de Vox ha provocado en el PP tres problemas a la vez. Le ha debilitado en términos cuantitativos. Además, le ha obligado a radicalizar su discurso y a centrar sus esfuerzos en luchar por evitar fugas en su ala más extremista. Por último, esa estrategia le ha alejado aún más del centro y de la moderación. Ahora, explica Fumanal, “lo que más le interesaría al partido de Casado y también a Ciudadanos sería distanciarse lo más posible de un partido como Vox, moderarse realmente y marcar la diferencia”. Pero, en los últimos tiempos, se ha podido comprobar la incomodidad de su situación en las constantes idas y venidas del discurso de los populares en su doble afán de combatir a Vox y, a la vez, intentar mostrar un perfil más moderado.
El abandono del centro
Albert Rivera ha acabado por convertirse en uno de los líderes que más ha dañado la solidez de la derecha en España. Su gran mérito fue el de conseguir casi monopolizar la zona central del espectro político. Se trata, sin duda alguna, del sector que resuelve siempre el resultado electoral en términos de bloques. Su gran error fue el de intentar asaltar el territorio de la derecha más firme y dura con el fin de sorpasar al PP. En la opinión del CEO de 7-50 Strategy, Enrique Cocero, “Ciudadanos se equivocó permitiendo a Albert Rivera que en las elecciones de 2019 pasase de ser un candidato a ser una caricatura y sacando a Inés Arrimadas de Catalunya”.
Tras perder la batalla con el PP por muy poco, se encontró sin espacio donde asentarse. Y al marcharse del centro, perdió la histórica oferta que le hizo Pedro Sánchez de recuperarlo a través de una posible coalición de gobierno. No consiguió lo que ambicionaba y además perdió lo que poseía. Para el PSOE, ha sido muy fácil reasentarse en el centro izquierda sin competencia alguna.
Puentes rotos con la derecha periférica
Uno de los efectos colaterales que ha tenido el procés ha sido la quiebra total de la tradicional buena relación entre los partidos conservadores en Madrid con las fuerzas nacionalistas que colaboraron durante años con la gobernanza del país. A estas alturas resulta imposible pensar en un PNV o en un Junts que pudieran respaldar un Ejecutivo donde estuvieran fuerzas como Vox.
La derecha estatal centró equivocadamente su guerra interna en dilucidar quién se enfrentaba con más saña contra los nacionalismos. Ciudadanos y PP luchaban por ese trofeo y, mientras tanto, tenían que competir contra el incontenible radicalismo de Vox. Se desangraron entre ellos y su único logro que obtuvieron fue el de levantar un muro infranqueable con partidos a los que necesitaría de forma insalvable si quisiera llegar a gobernar algún día.
El manejo de los tiempos
Una variable decisiva para entender todo el fenómeno que analizamos es la cuestión temporal. En enero de 2016, Mariano Rajoy renunció a ir a la investidura al comprobar que no tenía suficientes votos para obtenerla. Desde ese momento hasta noviembre de 2019, la política española vivió en una montaña rusa permanente. La inestabilidad fue la nota dominante durante casi cuatro años. Como consecuencia de ese vértigo, tras la conformación del inesperado ejecutivo de coalición hace poco más de un año, el PP decidió emprender un ataque frontal contra el Gobierno con la idea de derribarlo en los primeros meses. La llegada de la pandemia fue considerada por la derecha la oportunidad perfecta para cortar la legislatura. Sin embargo, la avalancha no dio fruto alguno.
Tras las elecciones catalanas parece haberse abierto un tiempo nuevo. No se prevén procesos electorales hasta finales de 2022 cuando le toque el turno a Andalucía. “Creo que hay tiempo de sobra”, sostiene Cocero, “estos dos años son una bendición para empezar a construir”. Sin embargo, el PP cuenta con la carga añadida de la decena de procesos judiciales a los que tiene que hacer frente derivados de la corrupción sistémica en la que al parecer ha vivido durante las últimas décadas. No parece buen momento para impulsar un proyecto de esperanza y ruptura con el pasado que, recurrentemente, vuelve a reaparecer una y otra vez.
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