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Carteles como espadas

El autor de 'Patria', Fernando Aramburu.

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“Si tienen razón, si la historia les ha dado la razón, ¿por qué no están tranquilos? ¿de qué tienen miedo?”

Daniele Giglioli. Crítica de la víctima

El mismo día en el que son llevados ante la Justicia los presuntos responsables del asesinato terrorista de unos artistas por una de sus obras de humor crítico, las gentes sin humor sacan sus espadas para ajusticiar al autor de un cartel promocional de una obra que trata también sobre las víctimas de otro terrorismo. Los círculos de la vida siempre acaban en el mismo sitio y plantean las mismas preguntas: ¿se ha entendido que la libertad de expresión artística no debe tener casi ningún límite? ¿sólo hay una forma de ser víctima? ¿son peores víctimas los dibujantes de Charlie Hebdo que hoy han vuelto a publicar las viñetas de Mahoma que las que acusan de humillación a un cartel de una serie de televisión?

Las polémicas en torno a las obras de creación o a su presentación y promoción constituyen sin duda la más nauseabunda plasmación contemporánea de la censura. Supongo que los responsables de marketing de las plataformas audiovisuales ya han aprendido que es la mejor forma de poner en órbita sus estrenos, pero a mí no me importa la polémica en sí sino lo que se deriva de la misma. Leí “Patria” en su día. No me gustó. Literariamente es correcta, no magistral desde luego, y en cuanto al relato en sí me pareció simplista y hábilmente construido sobre el relato mayoritariamente deseado. Eso es una baza de triunfo segura, totalmente lícita por parte del autor. Me parece demasiado sencillo que tantas décadas de sufrimiento y de desgarro social se justifiquen por la acción de unos personajes que siendo presentados como malos parecen ser intelectualmente inexistentes. Es una tentación pensar que los que cruzaron la muga y se echaron en brazos del terror eran tan simples como los dibuja Aramburu y a mucha gente le gusta creer en ello.

El que está condenado a repetir el pasado no es quien no lo recuerda sino quien no lo comprende, nos advierte Giglioli con razón. Por eso, para comprender es preciso interesarse por todas las perspectivas y es lícito que todos los autores de ficción recreen esa compleja realidad desde el punto de vista que deseen para explicar su historia. Su historia, oigan, no la historia. Por eso leí a Aramburu pero también he leído mucho a Atxaga, gran escritor, o a Urretabizkaia y leeré todas aquellas novelas bien escritas que me interesen tengan la perspectiva que tengan. ¿Es mejor novela Patria que El hombre solo? Para mí no, pero para pronunciarse hay que leer ambas. Los autores no engañan y son claros sobre el lugar desde el que miran.

De hecho, el propio Aramburu me ha dado la razón en mi crítica literaria casera al afirmar hoy que el cartel anunciador de la serie “incumple una norma que yo me impuse a mí mismo cuando escribí: no perder de vista el dolor de las víctimas” y, en ese sentido, el ilustrador de HBO propone en su representación visual algo que la obra no cumple por expreso deseo del autor: que hubo muerte y aniquilación y que el Estado cometió el error en ocasiones de comportarse como los propios asesinos. Todo autor tiene derecho a contar historias relacionadas con toda la realidad o incluso con su fantasía, porque en eso consiste la esencia de la ficción. Tiene derecho a hacerlo sin ser colocado en ninguna picota y todos los ciudadanos tienen derecho a su vez a acceder o no a su obra, a aplaudirla, a criticarla o incluso a despreciarla. Sólo cuando la sociedad vuelva a entender mayoritariamente que un escritor puede escribir lo que le dé la gana y un cineasta contar la historia que quiera, entonces volveremos a donde ya estuvimos. Una sociedad que acepta encantada la perspectiva del asesino en Joker pero que fustigaría sin piedad a quien intentara adoptarla en otros contextos.

“La víctima es el héroe de nuestro tiempo. Ser víctima otorga prestigio, exige escucha y activa un potente generador de identidad, de derecho, de autoestima. Inmuniza contra cualquier crítica, garantiza la inocencia más allá de toda duda razonable. ¿Cómo podría la víctima ser culpable o responsable de algo”, escribe Giglioli. Esta mitología de la víctima es llevada al apogeo en nuestro país por determinados sectores que se sienten así imbuidos y contagiados de su capacidad de generar identidad, inocencia, relato y verdad. Estando en esa posición de supremacía mitológica, la víctima por ellos elegida -la del terrorismo, la del depredador sexual, la de la denuncia falsa, la del ataque del odio radical- ésta puede convertirse fácilmente en un elemento de acción política incontestable. Me pasó el otro día con la madre de un guardia civil herido en un bar de Altsasu, a la que tras un discurso de diez minutos, en el que se centró en atacar al vicepresidente Iglesias y a la ministra Montero y su partido, no pude por menos que recordar que estaba hablando de política y que, en ese campo, su opinión es tan válida o tan irrelevante como la de cualquiera. Pero ese plus de legitimidad política y de imposible crítica a su discurso, se le ha concedido también en este país a los padres de dos niñas salvajemente violentadas y asesinadas -ambos tienen un discurso político claro- o a las asociaciones de víctimas del terrorismo a las que la derecha ha tutelado desde la época de Aznar y varios de cuyos dirigentes pasaron a las filas populares.

La tesis consiste en que si diferenciar el bien del mal es siempre complejo, el que está con la víctima no se equivoca. No se equivoca en su dolor ni en su necesidad de Justicia, pero pueden hacerlo actuando en otros campos. Cuando la AVT se reúne con la Fiscalía en un encuentro de cortesía institucional y le llevan de forma tangencial lo que consideran “indicios para ilegalizar a Bildu”, sin que de facto los haya, y cuando lo hacen llegar a la prensa para que presente tal acción como una prueba que la fiscal general del Estado debe superar, entonces están haciendo política, muy parecida a la de cierto partido de la ultraderecha, y su acción debe ser contemplada desde esa perspectiva.

Les recomiendo el ensayo de Giglioli, que está escrito “para las víctimas que no quieran seguir siéndolo”. Es lo que han hecho los responsables de Charlie Hebdo con su republicación de las caricaturas de Mahoma y lo que hizo Lançon, uno de los supervivientes, con su novela “El colgajo”, que les recomiendo. Todos ellos, como Aramburu, tenían derecho a crear libremente y todos nosotros tenemos derecho a que nos enriquezca toda perspectiva que deseamos afrontar.

Si mantenemos el espíritu de que no sea única ni exclusivamente la que deseamos oír, seremos algún día una sociedad mejor. 

 

  

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