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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

Todos los comienzos son difíciles

Pabloc Casado y Soraya Sáenz de Santamaría

Javier Pérez Royo

Las palabras que dan título a este artículo son las primeras palabras de El Capital. Son las palabras con las que Marx encabezó el prólogo de la primera edición. Marx sabía de lo que hablaba. Son muchos los años que Marx necesitó para poder escribir El Capital y únicamente publicó el Vol. I. No pudo pasar del comienzo de acuerdo con el plan de trabajo que él mismo se había trazado. Dejó mucho más escrito como borrador de lo que pudo publicar en vida. Los comienzos no solamente son difíciles, sino que no garantizan, además, que se pueda pasar a la o las fases ulteriores del camino que se pretende recorrer.

La dificultad de los comienzos no está presente exclusivamente en la vida de los individuos, sino también en la de las sociedades en que los individuos conviven. La imposición de un nuevo principio de legitimidad sin el cual no es posible la convivencia exige mucho tiempo y superar innumerables obstáculos. Para la imposición del principio de legitimidad democrática han sido necesarias tres revoluciones iniciales, la inglesa de finales de siglo XVII y las americana y francesa de finales del siglo XVIII, la Guerra Civil en los Estados Unidos, y en Europa las guerras napoleónicas, la revolución de 1848, la guerra franco-prusiana y las dos guerras mundiales en la parte occidental del continente europeo. El fin de la Guerra Fría y la caída del Muro de Berlín en la parte oriental. El principio de legitimidad democrática es muy fácil de formular, pero muy difícil de poner en práctica.

Por eso, la democracia es una forma política muy reciente. De finales del siglo XIX en Estados Unidos. De la segunda mitad del siglo XX en Europa occidental. De los años setenta en Grecia, Portugal y España. Y desde 1989 en Europa oriental. La proyección del principio de legitimidad democrática del Estado nacional a la Unión Europea nos va a llevar todo el siglo XXI, si conseguimos llevarlo a buen término, que todavía está por ver.

Hay una institución sin la cual no es posible el aprendizaje primero y la implantación después de la democracia: el partido político. De ahí que el Estado democrático haya sido definido como Estado de partidos. El partido político, mejor dicho los partidos políticos, porque en democracia solamente se puede hablar de partidos en plural, son la condición sine qua non para la existencia de la democracia como forma política. Sin los partidos políticos las sociedades no pueden aprender a ser democráticas primero y operar como tales sociedades democráticas después.

Es a través de los partidos como los ciudadanos hacemos el aprendizaje de la democracia. Justamente por eso, la democracia tiene que estar presente en la organización del partido, de los partidos. Un partido en cuya organización la democracia no esté presente, es una anomalía. Es cuña de otra madera. O se refunda o desaparece.

En esta tesitura se encuentra el PP. Ha sido cuña de otra madera en el Estado democrático construido a partir de la entrada en vigor de la Constitución de 1978. En su origen está la AP de Fraga y los “siete magníficos”, es decir, la clase política del Régimen del general Franco. Y ese modelo de partido es el que se reproduce en el Congreso Fundacional del PP en 1989. Así se ha mantenido hasta la dimisión de Mariano Rajoy.

De ese carácter constitutivamente no democrático del PP vienen buena parte de los problemas de la democracia española. Un partido democráticamente constituido no hubiera reaccionado jamás de la forma en que lo ha hecho el PP en lo que a la Constitución Territorial se refiere. Pero Franco dirigió el país durante muchos años y dejó una huella muy profunda en la sociedad española.

En cualquier caso, al PP le ha llegado el momento de poner fin a la anomalía que ha sido durante varios decenios. A la fuerza ahorcan, dice el refrán. Y a la fuerza está teniendo que iniciar el aprendizaje de la democracia.

Y los comienzos son difíciles. Los militantes del PP en general y los dirigentes en particular lo están comprobando. Se les nota mucho que no han practicado la democracia en su vida. La torpeza con la que se mueven salta a la vista. El reglamento con unas primarias de descarte primero y un Congreso de elección del presidente después es un disparate. Que no hayan sido capaces de organizar un debate entre los seis candidatos a las primarias y entre los dos que han quedado para la elección por los compromisarios en el Congreso, lo dice todo. Sin debate no hay elección democrática propiamente dicha. Al final el proceso está siendo todo, menos transparente.

Al menos, es un primer paso, al que tendrán que seguir muchos más, si el PP pretende continuar formando parte del sistema de partidos de la democracia española. Volver al pasado no es alternativa.

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